Las creencias

Ensayo

Uno de los problemas centrales de nuestra época es cómo transformar las (buenas) conciencias individuales en percepción y acción pública, logrando encontrar formas efectivas de socializar los buenos pensamientos y acciones.

La psicología enseña que no podemos tolerar el derrumbe de nuestro mundo mental. (Foto: Vedrana Filipovic)
Guillermo Levine
Ciudad de México /

¿A qué se deberá el curioso hecho de que millones de personas confían en cosas infundadas e irracionales, como ángeles, aparecidos, astrología, “ciencias ocultas”, divinidades, espíritus, extraterrestres, fantasmas, horóscopos, mensajeros del más allá, ovnis, seres celestiales e infernales, talismanes y demás —aunque por supuesto ellos mismos no las consideran absurdas—, y para las cuales no existe la menor prueba ni evidencia objetiva e imparcial?

Uno no puede sino asombrarse y trata entonces de buscar algún tipo de explicación, porque no se concibe cómo en esta era de modernidad la gente pueda creer en patrañas y teorías conspirativas.

¿Será cierto que la Tierra es plana; que el hombre nunca llegó a la Luna; que las vacunas traen microchips para controlarnos la mente; que los extraterrestres intervienen en los gobiernos o que, como revela el dicho en Estados Unidos, “Elvis sigue aquí”?

Claro, se dirá con facilidad, solo un idiota puede creer eso, sí, ¿pero qué tal los ardientes defensores de regímenes dictatoriales, líderes populistas y demagogos profesionales, o esos más ardientes aún promotores de sistemas políticos que durante décadas han producido pobreza generalizada, descenso de los indicadores económicos, persecución de opositores políticos y emigración por millones, todo ello fácilmente verificable?

El asunto no consiste en falta de información, pues nunca hemos tenido tanta ni ha sido tan fácil obtenerla, y será mejor indagar por otro lado, buscando causas y razones más cercanas a esa huidiza “naturaleza humana”: ¿existirá siquiera tal cosa?

Cuando en la era del Renacimiento el espíritu humano comenzó a apuntar en direcciones más abiertas hacia un futuro no tan atado a dogmas y oscuridades como había sido hasta entonces, comenzó a extenderse “el reinado de la razón”, lo cual culminaría siglos después con el surgimiento de las sociedades modernas, la ciencia, la tecnología y la revolución industrial, acompañado todo con una mejora sustancial, observable y medible, en las condiciones de salud y vida para la población mundial, aunque todavía terriblemente mal distribuida.

La llamada “era de los descubrimientos” durante los siglos XVI y XVII creó las potencias coloniales, y luego el imperialismo, las revoluciones políticas y los correspondientes esquemas y sistemas de gobierno con mayor y menor fortuna. Aunque con aún enormes diferencias y crecientes peligros, no hay duda del progreso de la humanidad como un todo... pero seguimos atados a diversos tipos de oscuridades y trabas mentales en forma de creencias sin sustento verificable, “certezas” inamovibles e inmunes a todo razonamiento, o a lo que solo podría llamarse “ignorancia feliz”. ¿Por qué?

Aunque estamos frente a un problema que en matemáticas y ciencias de la computación se llamaría “intratable” (intractable) porque los algoritmos para resolverlos toman un tiempo que aumenta en forma exponencial con la cantidad de los datos, igualmente en ciencias sociales el concepto se puede aplicar a asuntos cuya magnitud y complejidad los vuelven prácticamente imposibles de remediar, suponiendo incluso que las fuerzas políticas y sociales pudieran ponerse de acuerdo para ello: cuando una cuestión tiene tantos factores y dimensiones como la pobreza, las migraciones, la polarización política o el desarrollo sustentable, ninguna explicación simplista la podrá siquiera analizar o explicar, mucho menos solucionar.

Viene ahora a la mente el título escogido por Lenin para su (finalmente fallida) propuesta de revolución socialista a inicios del siglo XX: “¿Qué hacer?”

Enfocándonos tan solo en una pequeña parte del complejo asunto, algo que sí podemos hacer es preguntarnos a qué se deberá un fenómeno a la vez ilógico y peligroso observado todo el tiempo: el hecho de que la obcecación, la fe absurda, el fanatismo, las creencias arraigadas y la ideologización (expresiones similares todas ellas, o casi sinónimos) paradójicamente se incrementan cuando los sujetos ven la evidencia de lo contrario en lo que creen, volviendo aún más irracional su comportamiento.

¿Cómo se explica esta paradoja? ¿Cuáles serán las razones de que la personalidad se niegue, ya no digamos a aceptar, sino siquiera a ver que su marco mental no es tan sólido como lo supone, y por motivos que además se resiste siquiera a examinar?

La psicología enseña que si algo no podemos tolerar es el desquebrajamiento o, peor aún, el derrumbe de nuestro mundo mental, y por ello nos aferramos todavía más a esa "certidumbre" que nos sostiene... sin preocuparnos por si acaso fuera sólida o válida.

Pareciera entonces que la realidad no importa, sino mi conciencia de ella, pues de allí afianzo mi ser y mi actuar en el mundo: usualmente eso lo aprendí de niño y por ello menos aún lo cuestiono.

Entre tantas otras cosas, que aquí no tenemos espacio para analizar, las consecuencias de esta incapacidad individual de pensar por uno mismo y examinar las cuestiones a la luz de la realidad objetiva configuran una historia de tiranías solapadas (¡o bienvenidas!); de discriminación o hasta de asesinato de "los otros", e igualmente de allí proviene el insólito apoyo popular a autócratas, tiranetes y dictadores, o esa gran cantidad de fenómenos sociales similares que se siguen repitiendo, en países ricos y pobres.

Un reciente y terrible ejemplo lo constituyen las manifestaciones de apoyo a los asesinos de más de mil civiles israelíes indefensos, mujeres, jóvenes y niños residentes de las granjas colectivas (kibutzim) a las que me referí en una nota anterior, quienes constituyen justamente uno de los segmentos sociales más progresistas que existen en el mundo. Obviamente, esos secuestros y las muertes directas y premeditadas provocaron la posterior y también terrible reacción militar de Israel para defender a sus ciudadanos, como cualquier país lo haría ante un ataque así.

Aparte de filias y fobias, espanta ver cómo grupos de ciudadanos supuestamente modernos e informados (¡y hasta universitarios de instituciones de élite!) se manifestaron a favor de organizaciones medievales, dogmáticas y terroristas que se escudan en instalaciones civiles para desde allí lanzar misiles y organizar ataques, ignorando que se trata de fundamentalistas fanáticos e ignorantes a quienes les prometen residencia en el paraíso junto a 72 mujeres vírgenes como pago por sus inmolaciones suicidas con bombas en autobuses y restaurantes.

Es de no creerse ver a grupos feministas defender regímenes en los cuales esas mismas actividades en apoyo de las mujeres se consideran pecaminosas y conllevan penas de cárcel o muerte, para no hablar de los grupos LGBTQ y similares que fingen desconocer el salvaje trato que recibirían allí; es incomprensible enterarse de cómo esos activistas deciden ignorar la realidad cotidiana de opresión y sometimiento de las mujeres, obligadas por el Estado a llevar siempre la cabeza cubierta y no salir a la calle sin el acompañamiento de un varón, o cosas por el estilo.

Pues sí, uno de los problemas centrales de nuestra época es cómo transformar las (buenas) conciencias individuales en percepción y acción pública, logrando encontrar formas efectivas de socializar los buenos pensamientos y buenas acciones. Sin duda son incontables quienes en su vida personal piensan y actúan correcta y hasta virtuosamente, y sin embargo cada vez cuesta más trabajo ignorar ese terrible lamento tanguero: “El mundo fue y será una porquería”. Fenomenal complicación tenemos enfrente.

Para una posible futura entrega convendría aclarar varios términos, pues la palabra “bueno” es demasiado amplia (¿bueno para quién o cómo?), e igual debiera definirse el término “las conciencias”, y por allí comenzaríamos.

Podría llegarse a un consenso acerca de si algo es “bueno”, y además para quién sí o para quién no lo es? Luego de pensarlo cuidadosamente y evaluar múltiples opciones y posibles complicaciones se propone la siguiente guía conceptual como punto de partida:

Llamaremos “bueno” a lo que va en el sentido general de la vida, en el entendido de que en principio la naturaleza exhibe una dirección observable hacia la creación, cuidado, preservación y reproducción de la vida misma, tanto en el reino vegetal como en el animal.

La tendencia de la vida es hacia la vida y, aunque parece circular, la afirmación es irrefutable ante la evidencia observable en todos los niveles, con la posible exclusión de la maldad humana. Por supuesto, las cosas no son así de simples, y en el camino de la vida hay incontables “desvíos”, complicaciones y aparentes retrocesos: la lucha por la supervivencia, la ley del más fuerte, la pirámide alimenticia y similares, pero el resultado final siempre es el mismo: la vida triunfa, continúa y avanza, incluso en las condiciones y terrenos menos favorecedores. ¿Quién no se maravilla ante esa minúscula planta visible entre las fisuras del pavimento?

Por lo pronto, podríamos emplear la evidencia observable como primer criterio para saber si algo es bueno o no, pues si ataca, disminuye o destruye la calidad general de la vida dentro de un cierto entorno sin ofrecer a la par medidas de compensación, mejora o reconstrucción de lo perdido, entonces ni esos actos ni las intenciones que los motivan podrán ser considerados como buenos y por ende deseables: convendría igualmente considerar el concepto de karma, expuesto en una entrega previa.

Volviendo al tema inicial, acaso el único posible remedio a todo este desastre se llame cultivar el pensamiento crítico; cuesta trabajo, pero tal vez fuera la mayor responsabilidad de los adultos y es lo mejor que podríamos en realidad hacer (no solo hablar) por mejorar nuestro mundo, más allá de tan solo compartir opiniones en redes sociales y suponer que ya con eso hicimos nuestra parte.

Además de tener la capacidad de pensar crítica y analíticamente debiéramos también enseñárselo a los niños, y todos cultivar la inclinación a hacerlo. Un pensamiento más racional y libre, acompañado de la dimensión espiritual, puede no solo ayudar a liberarnos de las creencias y ataduras sino también mostrarnos nuevos caminos y posibilidades. Por supuesto que existe la espiritualidad laica: ¿dónde dice que “espiritual” es sinónimo de “religioso”?; más bien se refiere a aquello que en la experiencia humana acompaña y da sentido a lo material.

El mundo a nuestro alrededor sí es comprensible, y la superación y el progreso humanos requieren de nuestra decidida participación y sensibilidad, nuestro interés e inteligencia. Defendamos y apoyemos el pensamiento libre y creativo.

AQ

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