Ahora que leo noticias de mi regia ciudad sin agua, me puse a pensar en la sed. La sed es siempre más apremiante que el hambre; entonces supongo que la sed de venganza será más intensa que el hambre de venganza. Una huelga de hambre se puede prolongar hasta dos meses; una de sed dura tres días, o menos, en la canícula.
En mis caminatas bajo el sol en torno a los cuarenta grados, pocas imágenes me parecen tan atractivas como un grifo sirviendo una cerveza espumosa y bien helada en un vaso. Por eso suelo darle la espalda a las recomendaciones de expertos cerveceros sobre la temperatura ideal a la que debe beberse una cerveza. Primero, porque esas teorías vienen de mundos fríos, y no toman en cuenta que en tierra caliente el placer de la heladez supera al del aroma; segundo, porque tales consejos valen para una cerveza de monje trapista, pero parecen excesivos cuando bebemos una estandarizada y desangelada cerveza industrial de las omnipresentes Heineken o Carlsberg.
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En las antiguas crónicas militares, con frecuencia se hace referencia a la necesidad del agua para proveer a los ejércitos. Las rutas debían estar bien planeadas, no para llegar antes, sino para poder beber en el camino. Había que sopesar bien el riesgo de un atajo desértico. Heródoto cuenta que las huestes de Jerjes eran tan numerosas, que en su camino hacia Grecia secaban los ríos a su paso.
Apiano escribe que los enemigos de Escipión bloquearon un paso al río y éste hubo de tomar una “ruta más larga y menos propicia para las emboscadas, haciendo el viaje de noche a causa del calor y la sed, y cavando pozos, la mayoría de los cuales resultaron ser de agua amarga. Logró salvar a sus hombres con extrema dificultad, pero algunos de los caballos y bestias de carga murieron de sed”.
En las narraciones de Flavio Josefo, la falta de agua es un elemento que con frecuencia decide el resultado de una batalla. “Cuando los samaritanos ya no tenían agua, sobrevino un terrible calor... Algunos murieron de sed ese mismo día y muchos prefirieron la esclavitud a esta forma de muerte y se entregaron a los romanos”.
Muy famosa es la escena en la que Alejandro Magno avanza con su sediento ejército. A él le ofrecen un casco lleno de agua, pero la rechaza. “Si bebo yo solo, éstos flaquearán.” Ante tal muestra de entereza, sus soldados dijeron que no podían estar fatigados ni sedientos, pues no iban a considerarse simples mortales al tener un rey como Alejandro.
Pero sin duda el pasaje más dramático sobre los efectos de la sed podemos leerlo en…
Ahora yo tengo sed de espacio, porque el tema es amplio, intenso y bello en su horror, pero tengo los caracteres racionados, como a veces ocurre con el agua.
AQ