Es muy común que cuando algún académico hace mención de Heródoto, diga que se le considera Padre de la Historia, pero también Padre de las Mentiras; en cambio, Tucídides sí es un historiador riguroso, y a través de él nos damos buena idea de lo que ocurrió en la Guerra del Peloponeso.
Acepto tales razonamientos, pero sucede que Heródoto es un autor que leo y releo, mientras que no me pasa lo mismo con Tucídides. A través de eventos y personajes ciertos, imaginados, dudosos o exagerados, Heródoto forma un suculento compendio de sabiduría. Sus páginas están repletas de citas citables, de sentencias para la vida, anécdotas para recontarse. En eso flaquea Tucídides, además de ser un narrador áspero.
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Su frase más célebre: “Los fuertes hacen lo que pueden y los débiles sufren lo que deben”, se la debe a un traductor al inglés, pues la redacción original tiene poco vigor. El famoso discurso de Pericles no me parece tan grandioso. Si le hubiese pedido una manita a Eurípides, le habría quedado sublime. El autor de Medea, Las troyanas y Las bacantes no sólo le habría mejorado el estilo, sino que le hubiese dado más dignidad a las palabras dirigidas a las mujeres, pues dice Tucídides que Pericles apenas les da un breve consejo: “Si no se muestran inferiores a su propia naturaleza, su reputación será grande, y será grande la de aquella mujer cuyas virtudes o defectos anden lo menos posible en boca de los hombres”.
Si acaso sirve Montaigne como vara de medir, veremos que hace muchísimas referencias a Heródoto y muy pocas a Tucídides.
Buena parte de las verdades no son eternas. En un tiempo lo quemaban a uno si negaba la existencia del purgatorio, pero ahora se sabe que no existe más allá de la conciencia, además de aquellas fortunas que cobró la Iglesia por ir al cielo sin pasar por el purgatorio. Se acabó el negocio, se acabó el purgatorio.
Pero sigue existiendo, pues está en el arte y la literatura, y tiene más sustancia la palabra de Dante que la de Dios. “Y cantaré de aquel segundo reino donde el humano espíritu se purga y de subir al cielo se hace digno.” Si Dante se expresa mejor que Dios, entonces más elogio es para Dios llamarlo dantesco que para la Comedia llamarla divina. Y sí, Dios es dantesco. “Y comeréis la carne de vuestros hijos, y comeréis la carne de vuestras hijas, y pondré vuestros cuerpos muertos sobre los cuerpos muertos de vuestros ídolos, y mi alma os abominará.” Dios también es amor.
No de la literatura, pero de la teología irán desapareciendo el cielo y el infierno tan temido. En la historia, por cierto, nunca han figurado.
Mañana habrá otras verdades. Pero las mentiras de Heródoto seguirán siendo verdaderas.
AQ