Las metamorfosis de la escritura

Desmetáfora

Se dice que cuando de forma artificial un elemento de trasforma en otro es que se ha logrado la transmutación. Exploramos como esta idea igual aplica a la literatura; donde experiencias cambian épocas y vidas cambian gracias a relatos.

Batalla de Lepanto (Foto. Autor no identificado, National Maritime Museum)
Gerardo Herrera Corral
Ciudad de México /

Hace 100 años que se logró por primera vez la transmutación artificial cuando se convirtió al nitrógeno en oxigeno de manera controlada en un laboratorio. Se dice que al comprobar que habían convertido un elemento químico en otro, el estudiante se dirigió a Ernest Rutherford para decirle: “Profesor, ¡esto es transmutación!” A lo que Rutherford contestó: “Por Dios, Soddy, no lo llames transmutación, nos cortarán la cabeza por alquimistas”. 

Para los teólogos españoles del pasado era muy importante entender la “transmutación” que afanosamente buscaban los alquimistas. 

Pedro Rodríguez de Monteforte, capitán real y oficial de las juntas secretas de la Inquisición publicó un libro en 1687 al que tituló Sueños misteriosos de la escritura en discursos sagrados, políticos y morales. Además de su análisis sobre la escritura, en ese ensayo dice que hay cuatro tipos de transformación: “la falsa, que solo parece haber ocurrido sin que realmente suceda, la natural —como el nacimiento de los sátiros, esas criaturas perversas, híbridos de cabra y humano—, las sobrenaturales, como cuando los hombres se convierten en bestias, y la mutación verdadera, forjada por la divinidad sobre la sustancia y esencia de las cosas”. 

Reflexionando sobre la escritura me doy cuenta de que no es otra cosa que el resultado de una transmutación. Surge siempre como el producto final de un proceso en el que una cualidad se convierte en letras. Más aún, la escritura es lo único, en el paisaje de las construcciones humanas, que puede resultar en cualquiera de los cuatro tipos de mutación descritos por Rodríguez de Monteforte, es decir, puede ser falsa y solo parecer que ha ocurrido sin que el estado del alma se traduzca en escritura; tal es el caso de los plagios y falsificaciones.

Puede ser natural y dar pie al nacimiento de un texto maldito como el ensayo de Richard Wagner sobre el judaísmo en la música. La mutación puede también ser sobrenatural, como es el caso de Los versos satánicos de Salman Rushdie, que desató las emociones del alma islámica y cobró víctimas cuando mostró a las bestias que representan el bien y el mal.

De vez en cuando la mutación también puede ser forjada por la divinidad. La obra literaria donde se describen las angustias del Doctor Fausto, de Johann Wolfgang von Goethe, es un ejemplo. El relato esperanzador en que Fausto va al cielo aun habiendo perdido su apuesta con el diablo contiene en sus páginas todo el dolor, todas las tribulaciones y todos los tormentos. Desde que se escribió, muchos hemos vivido a costa de su propuesta y la promesa divina que un coro angelical nos garantiza: “a quien siempre se esfuerza con trabajo podemos rescatar y redimir”.

La escritura es la transcripción de una condición espiritual, es transmutación. 

Paul Auster decía en una entrevista que cuando era niño admiraba de manera especial a Willie Mays, jugador de beisbol que en sus tiempos fue un gran bateador derecho. Cuando Paul tenía ocho años lo tuvo cerca y no dudó en pedirle un autógrafo. Entonces el beisbolista accedió pidiéndole un lapicero. Paul Auster se dio cuenta en ese momento de que no tenía uno y le pidió a su papá que se lo prestara, pero su papá tampoco tenía, ni su madre ni nadie de los que estaban por ahí. Paul Auster le tuvo que decir a su héroe del beisbol que no tenía un lapicero. Entonces, el famoso jugador se retiró lamentándose y sin dejar el anhelado autógrafo. Esta es la manera como el pequeño Paul perdió la oportunidad de su vida. Disgustado, irritado y llorando, ese día tomó la decisión de tener consigo, siempre, un lapicero en su bolsa. Paul Auster decía en la entrevista: “si llevas contigo un lapicero, un día acabarás usándolo”, y agregaba: “es una parábola de cómo llegue a ser escritor”. 

Fue así fue como el revés de un fracaso inopinado se convirtió en letras y más tarde en libros. 

En la batalla naval de Lepanto, Miguel de Cervantes salió herido de dos arcabuzazos: uno en el pecho y otro en la mano que acabaría por dejarlo tullido. Esta tragedia no le ocasionó amargura, desaliento o pesadumbre; al contrario, Cervantes sintió orgullo por haber peleado en la batalla de la que se expresaría siempre en los mejores términos: “la más alta ocasión que vieron los siglos”. Miguel de Cervantes habría de reincorporarse al ejército y continuaría muy activo por años antes de que fuera capturado y encarcelado por los turcos que pensaban cobrar buena recompensa por su rescate. 

En el prólogo de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Cervantes dice que escribió en la cárcel esta obra cumbre de la literatura, ahí, “donde toda incomodidad tiene su asiento”. Es conocido que de esa prisión Cervantes intentó escapar varias veces, siendo él mismo organizador de las fallidas estratagemas. No parecen ser la frustración, el encierro ni el sufrimiento las fuentes de inspiración para el más grande de las letras hispánicas. Fue quizá una vida intensa y una reflexión profunda la que se transformó en una historia de locura que aún no terminamos de descifrar.

En el siglo XVII de Cervantes, en el nuestro de Paul Auster, o el que viene con tantos y más autores, la escritura es metamorfosis. No siempre parte de la misma materia prima ni llega al mismo resultado. De manera que no son el desasosiego, la tristeza o la alegría sino a veces una y en ocasiones otra la que engendra una obra escrita.

Aflicciones, enfermedades y desamparos, entusiasmo, orgullo y regocijo pueden estar en el origen de la transformación aparente, la perversión de un híbrido monstruoso, la bestia despiadada en un texto o una divina conversión. 

Es quizá en esta alquimia incomprensible que se encuentra la riqueza de la literatura. El misterio inescrutable en la manera como las palabras se van hilvanando para formar frases es una transformación a veces lenta y en ocasiones súbita. Estos son los sueños misteriosos de la escritura.


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