Lecciones de alta poesía

Peripecia

Nos adentramos en la versión de esta obra, dirigida por Francisco Franco en el teatro Libanés

(Foto: Juan Rodrigo Becerra Acosta)
(Foto: Facebook de Alfonso Herrera)
Alegría Martínez
Ciudad de México /

El director Francisco Franco aceptó el desafío de poner en escena La sociedad de los poetas muertos, de Tom Schulman, basada en la película del mismo título y de la que por lo general recordamos especialmente la actuación de Robin Williams en el papel del profesor Keating y la de Robert Sean Leonard en el de Neil Perry, el joven que intenta ser actor en una obra escolar de Shakespeare.

Estrenada recientemente en el Teatro Libanés, la obra que desarrolla la anécdota del maestro que se propone estimular en los estudiantes la capacidad de cuestionar y autoconocerse para dar rumbo a sus propias metas mediante procedimientos poco convencionales en una academia cuyos principios son Tradición, Honor, Disciplina y Excelencia, resulta un montaje decoroso, con escenas emotivas, pero descuida la presencia de los personajes que cruzan incidentalmente la escena, como si para una parte del elenco poner un pie en el escenario no implicara el traslado interno al lugar de la acción.

Franco, quien ha dirigido montajes como El curioso incidente del perro a media noche, Privacidad y Todo sobre mi madre, por lo general dirigidos a un público que tiene el poder adquisitivo para pagar boletos de alto costo y que busca estar cerca de sus actores favoritos de televisión y cine, cuenta con un elenco encabezado esta vez por Alfonso Herrera, más conocido por su participación en cintas como Amar te duele y Obediencia perfecta o en series como El equipo, Sense y El diez, en La ciencia de lo absurdo y Súper cerebros de National Geographic, además de haber sido parte de RBD y de la telenovela Rebelde.

El multifacético actor mexicano, que en teatro formó parte del elenco de Rain Man y de Nadando con tiburones, crea esta vez un personaje sosegado que utiliza las palabras más que la energía o la emoción para apoyar a sus estudiantes frente a la rígida educación familiar y académica a la que están sujetos.

 A la actuación de Herrera, seguro, tranquilo y formal, más cinematográfica que teatral, le vendrían bien algunas dosis de energía y emotividad para terminar de construir la vitalidad de un personaje como el suyo, que rompe esquemas y busca que sus estudiantes expresen sus emociones con libertad, especialmente cuando les habla de Walt Whitman, autor al que Keating le debe el epíteto de Capitán, como pide que le llamen.

La enfática actuación de Luis Couturier como el estricto Señor Nolan, director de la Academia Welton, y la sólida interpretación de Constantino Morán como el inflexible Señor Perry, padre del estudiante con sueños de actor, otorgan al espectador el preciso marco de la moral de una sociedad victoriana en Estados Unidos durante los años cincuenta.

Los jóvenes actores Sebastián Aguirre, Mauro Sánchez Navarro, Germán Bracco, Paco Rueda, Alejandro Puente y Alejandro Hoyos, generan los vínculos y conflictos propios de jóvenes de 17 años en la frontera de la poesía, el amor, la rebeldía y el fracaso. Sus personajes están dentro de su circunstancia, guiados verídicamente por sus propios latidos. En contraste, la dirección de Franco, quien necesita personajes sin historia individual, pero con presencia en el salón, en el patio del colegio o en la cancha de juego, los lleva a estar ahí pero sin tarea escénica, historia secreta ni mayor objetivo que dar idea de multitud, lo que rompe con buena parte de ficción bien construida.

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