Leer es reescribir

Marca de fuego

Leer es una cacería, una búsqueda profunda de esos lapsus que todo hombre y mujer cometen.

"Nadie debería leer sin un lápiz rojo en la mano". (Generada con DALL E)
Ciudad de México /

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Aprendí a leer cuando empecé a trabajar como corrector de pruebas. La corrección de pruebas era una lectura en busca del error, y el error no era de ortografía o de dedo, solamente era en realidad un lapsus, como lo describe Freud en “El chiste y su relación con el inconsciente”.

Corregir es también reescribir, reorganizar, redactar de nuevo sin afectar el estilo del autor, y esto último era un verdadero lío porque no hay autor que no se sienta Dios mismo en cuestiones de emisión de mensajes.

Por eso la corrección de prueba trascendía su propio espacio para confrontar, y muchas veces afrontar y enfrentar, a los autores. Conocí a todos los autores locales protegidos por el Estado, porque eran los únicos a los que publicaban con sello editorial. Otros más, muchos, hacían “ediciones de autor”, como se les llamaba a las ediciones que el autor pagaba de su bolsillo —como hacen ahora las editoriales independientes asentadas sobre todo en talleres literarios o de escritura creativa—.

Públicamente, esos autores eran reconocidos, admirados y seguidos por epígonos que los imitaban, o lo intentaban no siempre con éxito; internamente eran como cualquiera, pues con mis lecturas de corrector les cubría las espaldas.

Leer para corregir es grave, es tedioso y también frustrante. No hay dioses sin pies de barro. Pero este tipo de lectura que se ejercitaba ocho horas diarias, semana tras semana, mes, año, lustro, creaba una deformación profesional y ya no podía, no se puede, leer a Homero, Dostoyevski, Breton, Borges o Paz sin el lápiz rojo en la mano.

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La felicidad es el resultado de un logro, pequeño o grande, y aunque pasajera, uno la acumula en alguna parte de la memoria, no sabiendo del todo cómo, y la evoca ante otros logros posteriores; por eso me di cuenta de que los errores de los otros eran estímulo para mi felicidad (y debería apuntar mi economía).

Leer, para mí, es una cacería, una búsqueda profunda de esos lapsus que todo hombre y mujer cometen, y que nos revelan lo que está oculto en lo inconsciente de los individuos. Lo inconsciente, no el alma, porque en él está el bagaje histórico de la humanidad acumulado también en los genes y que muestran al que lee con acuciosidad la dirección hacia donde vamos todos, sin considerar el corolario existencialista tan en boga hoy.

Para mí no hay lectura de entretenimiento —los que escriben, aunque escriban con humor histriónico—, pues en el acto de escribir de una persona se encarna el deseo de toda la humanidad.

La grandeza de un autor, pues, está en esa ignorancia, en ese no conocer las ligas que lo unen con los demás, como las raíces de los mangles que crean un fuerte tejido debajo del agua de las rías.

Quizá porque ahora todo el mundo anda en la jugarrera (así dicen en Colima), y escriben y leen para entretenerse, para pasar el tiempo mientras la muerte les llega, recomiendo no leer, pues Dostoyevski les causaría dolor de huesos y el primer Efraín Huerta los llevaría al confesionario. Incluso la llamada lectura crítica no pasa de ser un análisis de texto que concluye en una glosa de lo leído.

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Cuando me sentaba ante una galerada, la primera pregunta tras leer el título era “¿qué es esto?”, porque ya desde aquellos tiempos, autores y editores le daban una asignación al texto, “esto es una novela, un relato”, “esto son unos poemas modernistas”, acompañada de una bendición “los escribió el señor don…”, y allí impreso en una tinta firme en un papel barato y poroso —de imprenta— el texto desnudo, indefenso, realmente indefenso ante el cazador de errores léxicos y lapsus argumentales o de verosimilitud.

En fin, leer para mí ha sido una incursión en el lado oscuro del alma humana que me ha enseñado que somos seres en proceso y que todos esos libros que se escriben, vistos desde una perspectiva dialéctica, solo son un intento de dejar constancia de lo que el hombre ha hecho, aunque públicamente siga creyendo que fue creado a imagen y semejanza de un sólo dios verdadero.

Nadie debería leer sin un lápiz rojo en la mano.

AQ

  • Carlos Prospero

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