Leer no nos hace mejores. Acaso, si elegimos leer clásicos, historiadores serios, aceptable filosofía, ensayos sesudos y cualificados textos científicos, seremos más letrados, ampliaremos ciertos tipos de inteligencia, andaremos por el mundo con mayor dignidad, tendremos conversaciones más sabrosas, amaremos la libertad por sobre todas las cosas y aspiraremos a degustar la vida como gourmets, pero esos atributos no nos hacen mejores.
La palabra “mejor” no tiene sentido si la usamos aislada. Ahí donde alguien aprecia virtudes: dignidad, inteligencia, pensamiento propio, libertad y aspiraciones, otros ven defectos o estorbos o amenazas.
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Por algo existió durante siglos un índice de libros prohibidos. Por algo la religión y el poder mandaron destruir incontables obras y quemar a algunos autores y traductores. Aún hoy, quienes romantizan la Unión Soviética disfrutan el balazo en la nuca a Isaak Bábel, la muerte de hambre de Ósip Mandelstam o la Noche de los Poetas Asesinados, mientras miden con otra vara el asesinato de García Lorca, como si no fuese idéntico el gatillo que se oprime con la izquierda o la derecha.
Los regímenes totalitarios de hoy no tienen empacho en censurar libros y perseguir escritores: los hay en Europa, África, Asia y América. Los gobiernos con careta democrática prefieren maleducar y denigrar.
El punto más bajo de la filosofía griega lo hallamos en el segundo libro de la República. Platón o Sócrates o ambos pretenden instaurar una estricta censura para que los niños no reciban opiniones “opuestas a aquellas que pensamos deberían tener al llegar a adultos”. Tomando en cuenta que mucha literatura era oral, habían de aleccionar a madres y nanas sobre lo que se les permitiría contar.
Para alcanzar sus fines: “Solicitaremos a Homero y a los demás poetas que no se encolericen si tachamos los versos que hemos citado y todos los que sean de esa índole, no porque estimemos que no sean poéticos o que no agraden a la mayoría, sino, al contrario, porque cuanto más poéticos, tanto menos conviene que los escuchen niños y hombres que tienen que ser libres y temer más a la esclavitud que a la muerte”. Aquí, cuando se habla de libertad, significa obediencia al propio Estado; la independencia es con respecto a otros.
Pico della Mirandola proclamó que leer, educarse y filosofar haría que pasáramos de ser bestias a convertirnos en seres casi divinos. En el proceso se le ocurrieron novecientas ideas. Desde Roma le mandaron decir que lo iban a chamuscar por pensar tan libremente.
Dios nos libre. Por eso, en los próximos días, sean buenos, no lean, sean bestias, sean mejores, vean el mundial.
AQ