'Leto': género y rock and roll

Cine

Ganadora del puesto nueve en el Top 10 de mejores películas del 2018 de la revista Cahiers du Cinéma, esta cinta es mucho más que una típica película de rock.

'Leto, un verano de amor y rock', dirigida por Kirill Serebrennikov. (Cortesía: Piano)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

Siempre resulta difícil hablar de género en dramaturgia y, por extensión, en la dramaturgia fílmica, es decir, en el guión. Leto, un verano de amor y rock es una película de género, no sólo porque corresponde con una pieza clásica sino porque cumple con una serie de tópicos propios de eso que llamamos hoy “cine de Rock and roll”. Hay amor, fiestas orgiásticas, droga y, claro, rock.

Esta obra rusa ganó el número nueve en el prestigiado Top 10 de las mejores películas del 2018 que anuncia cada año la revista Cahiers du Cinéma. Y es una pieza porque la lucha cósmica entre el bien y el mal no tiene lugar tanto en el exterior como en el interior del protagonista. Víctor Tsoy es un muchacho de origen coreano que vive a tope la contracultura en la ciudad de Leningrado. Estamos a principios de los años de 1980 y Víctor se siente un Mayakovski que elogia en sus poemas el alcohol, el sexo libre y la mariguana. Su torbellino interior comienza cuando, fiel a su destino de poeta maldito, se enamora de la mujer de su mentor y amigo Mayk, una suerte de Mick Jagger soviético que consigue discos de Dylan y Velvet Underground en el mercado negro de la ciudad.

Víctor es un personaje real que vivió su juventud en tiempos de Brézhnev, cuando el sistema, ya cansado, permitió a la juventud consumir esta música siempre y cuando cumplieran, rockeros y fanáticos, dos condiciones: los rockeros no debían cantar nada contestatario; los fanáticos debían escuchar siempre sentados y calladitos. Como si estuviesen frente a un pianista que interpreta un concierto de Shostakóvich. El asunto cobra un giro cómico si se compara con la euforia desbordada de festivales como Woodstock o el Lollapalooza. Aun así vale la pena dejar atrás los prejuicios, todo lo que sepamos de rock y aprender que esta música tiene en Rusia su propia historia; que enmascarando sus letras los soviéticos produjeron grupos tan notables como Kinó, Piknik y DDT (que sigue vivo y con buena salud). Decía que Leto, un verano de amor y rock cumple, además, con los tópicos del cine de “género rock”.

Hay momentos musicales en que el triángulo amoroso entre Mayk, Víctor y Tania se ve interrumpido por una estética que parece sacada de MTV. La cosa resulta chocante, pero cuando uno se acostumbra, puede disfrutar sin duda de esta que pareciera una típica película de rock hollywoodense, pero ambientada en los últimos años del imperio soviético. Porque la ciudad avejentada y los obreros cansados ya de tanta lucha de clase contrasta bien con la vida de Víctor y sus amigos, estos hombres y mujeres que quieren una revolución dentro de la revolución, ir con todo contra el sistema.

Una vez tragada la estética MTV se verá que lo más atractivo de Leto es la imagen. Porque a pesar de sus influencias, el videoclip ruso tiene también su propia historia y sus propios contrastes. La influencia del cine soviético, por ejemplo. En el enfrentamiento de Víctor contra el sistema encontrará que el Vietnam de todos estos jóvenes no es ni un país ni Brézhnev ni el politburó.

El Vietnam de la contracultura de Leningrado está en el interior de cada muchacho lleno de un sueño inaprensible: ser como occidente sin traicionar a su patria. Es en el fondo la misma lucha que retrató Carrère en su novela de no ficción, Limónov. La lucha de una juventud que a pesar suyo tuvo que crecer y que hoy se encuentra en la madurez, sintiéndose nostálgica por todo aquello que en su tiempo parecía un horror.

ÁSS

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