Trazos de la memoria: 'Nina' en la Sala Miguel Covarrubias

Danza

Con 44 años de trayectoria a cuestas, la coreógrafa y bailarina Lydia Romero presenta un espectáculo que recrea en escena el imaginario femenino de los 50.

'Nina' tiene funciones en mayo y junio. (Foto: André Gitze Huerta)
Argelia Guerrero
Ciudad de México /

Cada historia de vida, colectiva o personal, debe su existencia a quienes le precedieron. Historiar los procesos sociales y personales es un ejercicio que va más allá de lo nostálgico. Nos permite entender la naturaleza de nuestras circunstancias; así como ver con claridad aquello que queda pendiente; pero, sobre todo, también hace posible colocar en su justa dimensión los pequeños y grandes esfuerzos previos.

La historia de lucha y resistencia de las mujeres no es la excepción. Muchas de nosotras llevamos detrás la historia de múltiples mujeres y cada una a su modo las honramos y sanamos. Como escribe la poeta Jimena González

Escribo

para sanarme, para sanarlas,

para ser algo más que víctimas

alguien más que algo

mucho más que otras.

Recorrer, reconstruir y repensar a las mujeres que nos precedieron y nos constituyen, y presentar sus historias, da lugar a dejar de negarlas y no permitir que se les olvide y se nos olvide.

Lidya Romero, coreógrafa y bailarina mexicana, realiza este ejercicio que de lo personal migra a lo colectivo con la obra Nina, en la que seis bailarinas emprenden un viaje en el tiempo y recrean en escena el imaginario femenino de la década de 1950, con funciones el 18, 19 y 31 de mayo; 1, 2, 7, 8 y 9 de junio en la Sala Covarrubias de la UNAM.

Con énfasis en la sonoridad producida por Mauro Gómez, la iluminación de Hugo Heredia y el vestuario de Mario Marín, la coreógrafa teje un lenguaje con el que su compañía Cuerpo Mutable/ Teatro de movimiento cuenta la historia de una mujer, la de cada mujer.

Nina es la tía abuela de la coreógrafa y conocemos su historia narrada desde el México posrevolucionario. En ella se refleja la historia de una mujer de espíritu libre (y quién no lo tiene), nacida en una familia tradicional. La travesía de una mujer que migra a la enorme ciudad y se abre camino un día sí y otro también para desarrollarse. Narran la historia de una mujer que celebra la vida.

Cada una de estas cualidades se representa en sus diversos trazos junto a los gestos mínimos, con cuyo detalle evoca inquietudes, anhelos, pensamientos y rasgos en la personalidad de los personajes. La coreógrafa pone a disposición del escenario estos recursos para transitar de la intimidad de las historias a un recorrido por la memoria.

La misma Lidya Romero aparece como intérprete de este trabajo coreográfico, ahora que cumple 44 años en el escenario, lo que no es un hecho menor dada la situación de la danza en México, sobre la que hemos reflexionado constantemente en este espacio. Romero se ha constituido en una de esas mujeres de las que habla en su obra. Es, para las mujeres en la danza, esa metáfora corporal de la que ella nos cuenta en su obra y constituye el imaginario de cada mujer, de cada bailarina.

“Soy ultrachilanga, megachilanga, ultramegachilanga”, exclama para definirse como parte de la fauna endémica de esta Ciudad Monstruo. “Todo el tiempo viajaba en Metro y en peseros ya fuera a Chapultepec o al Centro. Creo que de ahí me viene toda esa cosa urbana. La ciudad ha sido la materia sobre la que me inspiro como coreógrafa. En eso y en la familia, que es un ámbito que se me hace espeluznante: las relaciones familiares y de los hijos con las mamás y los papás”.

Alumna destacada de Guillermina Bravo, un día decidió emprender el vuelo en la vida independiente, pese al disgusto y la sentencia de la Bravo: “nunca van a hacer nada y van a estar destinados a comer tortas y a tomar Pascual Boing para siempre. O sea, ser unos parias toda la vida”. Lo arriesgó todo y hoy cumple 44 años en escena.

Somos el fruto de nuestra historia. Somos las mujeres de nuestra vida. Romero lo dice en su danza y la poeta sentencia:

Alzo la voz para no negarnos

porque tenemos nombre

y no dejaremos que lo olviden.

ÁSS

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