Limpieza | Por Mercedes Luna Fuentes

Desde el desierto

¿Qué tanto conocemos nuestra ciudad? ¿Qué tanto sabemos de las mujeres y hombres que limpian las calles sin descanso?

"Ajustando un cuerpo extraño". (Foto-: Paulina Peña Luna).
Mercedes Luna Fuentes
Ciudad de México /

A Susana Aguilar Mitchell, quien,

al igual que su abuelo John Mitchell,

regresa a Alaska por el salmón.

En el mundo florecen las sombras de los cuerpos, emerge su gravedad viva que admira o modifica superficies. Otras veces se eleva sobre ellas; otras, las vulnera. Es así como bordeamos formas interpuestas en el trayecto: una isla, un par de riscos, esculturas, jardines, fábricas y témpanos. O atravesamos bajo el sol extensos baldíos —promesas aletargadas del futuro—. Somos seres que reconocen la tierra o las aguas transitadas día a día, llevamos un mapa heredado en las venas. Y si abrimos el corazón de los ojos, veremos los rostros lineales de esa arquitectura que pretende alcanzar lo que les pertenece a las aves: el cielo; el perfil de esa estructura que surca las olas.

La gaviota de marfil (Pagophila ebúrnea), contrasta su plumaje con el color intenso de sus pequeñas extremidades negras y la pincelada amarilla en la punta de su pico, es una especie de Alaska en estado vulnerable; ella traza su viaje entre América del Norte y Eurasia. Como otras aves, poseen en sus finas alas una fuerza enorme que desafía al viento para sobrevolar mares y océanos. De igual forma, el salmón recorre con su ímpetu aguas dulces y saladas para seguir el pulso de su brújula interna.

Los humanos no somos tan distintos al atravesar territorios y mares. Después de la energía empleada y el cansancio, aprendimos a dar limpieza al cuerpo, un atlas donde todas sus partes; las mecánicas que trasladan y toman, las frágiles que visualizan y escuchan; de tan distintas fundan un organismo que no conoce fronteras. Sucede lo mismo con el mar de Bering, el océano del Pacífico Norte y del Ártico; el mar de Filipinas, de Ojotsk y el Siberiano del Este. Ellos convergen, y son ante nuestra mirada una sola entidad, el elemento del agua. Su liquidez conoce el viento y sus arrebatos.

¿Qué tanto conocemos nuestra ciudad para saber dónde anida el aire en remolinos para luego dejar residuos de otras latitudes? ¿Qué tanto sabemos de las mujeres y hombres que limpian las calles sin descanso? ¿Qué tanto han aprendido nuestras propias manos a empelar los artículos de limpieza que ellos manejan diestramente? ¿Sabemos el tiempo que les toma su traslado de edificios a las residencias, de las avenidas a los jardines y puentes? Al limpiar, aman la ciudad de una forma que nosotros no conocemos, al sanear evitan que gran parte de los desechos lleguen a los ríos y mares.

The look of the sea had changed. It was like a crystal spring poisoned whit cyanide [La apariencia del mar había cambiado. Era como un manantial de cristal envenenado con cianuro], así describe John Mitchell, en su libro Alaska Stories, editado en 1984, a las aguas heladas. Su mirada atribuye elementos de nuestra civilización a la naturaleza. Esa misma mirada cruda capturó y limpió el salmón en los adentros de una estructura congelada, donde se contabilizan cada uno de los peces que alimentarán a quien pueda pagarlos. Tres meses es posible permanecer día a día dentro de almacenes-refrigeradores; ahí las manos se esfuerzan por no entumecer, toman al salmón, limpian su carne roja, la seccionan perfectamente. En lo no vivo late su cálido origen, la fuerza del salto a contracorriente sobre las rocas del río.

El pueblo Ndé Lipán bordeó y atravesó montañas nevadas hasta llegar a este punto del desierto de Coahuila, en el norte de México, donde vive uno de sus representantes, Iván Alexander de León Aguirre. Convergen en él lazos comunicantes que lo unen al cielo y mar de Alaska, simbolizan caminos heredados en la sangre, compartidos con mujeres y hombres de su pueblo. Cada familia conserva el olor del Goosk’as [frío], el eco del ko’h [agua] de los ríos donde los salmones desovaron, el color kleh-pai [gris claro] que da cuenta del significado místico de la ceniza. Cada miembro reconoce los trazos amarillos —como pinceladas finas— de polen sobre sus rostros, expresiones únicas que perfilan a una cultura que pugna por mantener su cosmogonía y recuperar sus tradiciones ante el alto riesgo de desaparición del ndé miizaa, su lengua.

Las sombras del cuerpo transforman sustancias y principios; en ello, la limpieza del color y de las heridas son actos que bordean el acantilado del olvido con todas sus volátiles y ansiosas facciones.

AQ

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