Hace unos días, el crítico de arte Andrew Graham-Dixon, de quien disfruté su libro sobre Caravaggio, se presentó ante un grupo de debate en la universidad de Cambridge. El tema era el buen o mal gusto en el arte. Como parte de su argumento, habló de la estética nazi y parodió a Hitler. En inglés, con acento alemán, pronunció palabras textuales del fiúrer: “Este arte moderno, horrible, promovido por los judíos… y el cubismo, inspirado en el arte de los negros… este arte tribal es en verdad horroroso”.
Cualquier persona sin escuela entiende el argumento; no así los estudiantes de Cambridge, que se vieron infectados por una histeria colectiva. El presidente de la sociedad de debates dijo don deshonrosa incoherencia que “ante todo defendía la libertad de expresión” pero iba a poner a Graham-Dixon en una lista negra para que nunca más hablara en Cambridge ni en ninguna otra universidad, pues la parodia de marras “había incomodado a algunas personas”.
Uno de los actores de Monty Python estaba invitado a hablar en Cambridge, pero decidió autoapuntarse en la lista negra, ya que él mismo había hecho una parodia de Hitler décadas antes. Lo mismo hizo el escritor Louis de Bernières.
Que los alumnos se comporten así, se entiende, pues es parte del timoratismo contemporáneo. Que dos hombres con convicciones se hayan apuntado a sí mismos en la lista negra es ejemplar. Extraño es que no lo hayan hecho muchos más, y que los poco a poco capados profesores de universidad no se hayan pronunciado.
Lo más lamentable vino después. Cuando algunos esperábamos que Graham-Dixon defendiera su derecho a expresarse, él hizo lo que ahora se acostumbra: “Pido sinceras disculpas a quien se haya sentido lastimado por mis tácticas de debate y por el empleo de las propias palabras de Hitler. Al reflexionar, puedo ver que algunas de las palabras que empleé, aunque como citas, son inherentemente ofensivas”.
Graham-Dixon era la víctima y se volvió cómplice.
En el Prometeo encadenado de Esquilo, Hefesto sabe que comete una injusticia al encadenar a Prometeo. Se lamenta diciendo “gimo por tu desgracia”, pero hace su trabajo porque él sólo sigue órdenes. Luego viene Océano a hablar con Prometeo: “¿Es que no sabes perfectamente, poseyendo como posees una gran inteligencia, que la lengua temeraria recibe castigo?”. Le advierte que “si sigues profiriendo palabras duras y mordaces… te llegará un castigo tal que tus actuales sufrimientos parezcan un pasatiempo”.
Durante dos mil quinientos años esta tragedia de Esquilo había inspirado solidaridad con el rebelde Prometeo y ganas de rebelarse como él. Pero hoy corren tiempos en que los héroes son Hefesto y Océano.
AQ