Lo cursi bueno y malo

Personerío

"Habría que empezar a clasificar la cursilería actual, desde los celulares amarillo canario para que los novios se digan dulzuras de un extremo a otro de la mesa".

Ibrahim Ferrer y Omara Portuondo. (Archivo)
José de la Colina
Ciudad de México /

La cursilería o cursilancia generalmente ha tenido mala prensa entre los intelectuales, pero muchos de ellos, exquisitísimos, extranjerizantes, suelen rendirle culto a lo cursi cuando por ejemplo viene travestido en palabras de otros idiomas y auspicia la práctica de ritos esnobs. Así, aquí en la Ciudad de México, en la Facultad de Filosofía y Letras, en la otrora dizque chic Zona Rosa, en los círculos esnobizantes, etcétera, se pusieron de moda, y de ritual, algunos términos sustitutivos como el inglés camp (pasado de moda y de época, superficial, amanerado: cursi, pues) y el alemán kitsch (amanerado, pretencioso, de mal gusto, baratamente artístico: también cursi, vaya), y aquello que tales voces gabachas o teutonas designaban era a veces adorado muy sinceramente por debajo de una supuesta actitud irónica, o “socapa”, como diría un cursi castizo.

Luego se inventó una palabra “autóctona”: naco, añadida como adjetivo al sustantivo gusto para clasificar a ciertos personajes, ciertas cosas, ciertas características del gusto de las clases bajas o medianas, un gusto frecuentemente considerado como cursilería abominable pero que a veces puede resultar sabroso, y de ahí que algunos de tales intelectuales (por cuales) a veces se paren en una esquina a escuchar la suicidante melodía de un organillero callejero o “cilindrero” (un género de pesadilla sonora), o a comprar el video de alguna película de Juan Orol dedicada a la dulce Madre (la de Orol).

Pero digamos que todo lo anterior, por mucho que sea entrañable en nombre de la nostalgia (de una nostalgia un tanto fodonga), está en vías de desaparición: ya es cursilería antigua, obsoleta. Habría que empezar a discernir, a calificar, a clasificar la cursilería actual, o el camp actual o el kitsch actual, desde los teléfonos celulares de teclado color magenta o amarillo canario para que los novios ultramodernos se digan dulzuras de un extremo a otro de la misma mesa del Sanborns.

Y es que lo que pasa es que el tiempo pasa (como la ciruela pasa, decía Marco Antonio Montes de Oca), y sucede que algo o alguien que en el principio no era cursi, luego, sobre todo si se ha gastado mucho y ha caído en La Lagunilla del lugar común, deviene barato, fané y decangayado y se cursiliza ipso facto. Recuérdese que Gérard de Nerval decía algo como esto: el primero que a las mejillas femeninas las llamó rosas era un genio; los que han seguido llamándolas así son idiotas (o cursis malos, añadiría quien esto escribe).

También importan los contextos: si usted en la alta noche se asoma a su alta ventana para gritarles a los mariachis que allá bajo celebran el cumpleaños de un vecino o una vecina: “¡Silencio, que están durmiendo los nardos y las azucenas!”, es usted, además de vecino desconsiderado, un deplorable cursi; pero si eso mismo lo oye maravillosamente cantado en un bolero sublime por Omara e Ibrahim, los genios sonoros del Buenavista Social Club, eso acaso es cursi, pero es cursi bonísimo.

ÁSS

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