Desde Los heraldos negros (1918) hasta sus poemas póstumos, la poesía de César Vallejo está marcada por cesuras e incógnitas, por derrumbamientos y elevaciones. No hay gran poesía sin elevación y Vallejo llega hasta la cúspide. No podemos hablar de un solo libro de Vallejo, sino de la obra poética de Vallejo.
En Trilce (1922) el poeta obstruye adrede el entendimiento de sonido y sentido, y lo vuelve a hacer con persistencia en sus poemas en prosa. Observamos que es un ejercicio de reiteración. Su obra poética apuesta por el hábito de asestar contra un significado inmediato, lo cual no implica una oscuridad innata. Trilce nada contra la corriente: recupera lo perdido, la ruina, el desorden silábico, todo lo retoma con un discreto asombro.
Al leer la poesía de Vallejo descubrimos que no es sólo la exploración de la conciencia del lenguaje, tampoco la práctica de un objetive correlative como proponía Eliot: su poesía se acerca más a las experimentaciones de Joyce debido a que contiene una letanía de voces, una corrupción reticente a elegir una forma fija de expresión. El sonido de su voz no imita el objeto que representa, lo transfigura oponiéndose a la filosofía de Leibniz. El mundo que mira y siente no es el mejor, en cambio, es un mundo que busca su centro en el espíritu y la memoria.
Vallejo prueba la filosofía de Pitágoras, en el sentido de que el número es el principio de todos los sucesos. Toda gira en torno a una respiración numérica, desde el arquetipo de sus poemas hasta los descontentos con el Uno y Trino, y su predilección por la cópula del nueve. Casi todo Trilce es numeral. El efecto Vallejo crea un modelo de rigurosidad en el lenguaje poético. Vallejo no creó una poesía del “lenguaje” sino más bien, una poesía de la vida y por la vida. Por eso Trilce es claro, es turbio en ocasiones, pero a través de la presencia de la niñez y del hogar recrea un espacio distinto y único.
En Trilce se reinventa la voz de la niñez, y de la incertidumbre que crea un sentimiento temporal de abandono: “No me vayan a haber dejado solo, / y el único recluso sea yo”. Estos temas aparecen en su primer libro y retornan constantemente a lo largo de toda su obra poética. Si bien en cada libro se altera el lenguaje y su modo expresivo, la presencia de la madre, por ejemplo, va a ser perenne y fundamental. Vallejo acoge, a través de su poesía, lo que va perdiendo: la madre, el hermano, la casa de la infancia. Uno de los poemas de Trilce que llega directamente al corazón es sin duda el LXV: “Madre, me voy mañana a Santiago, / a mojarme en tu bendición y en tu llanto. /Acomodando estoy mis desengaños y el rosado/de llaga de mis falsos trajines”. Sin utilizar —en este caso particular— un lenguaje retorcido, el poema fluye creando un raro espesor. La madre es su arco de asombro, y lo espera en el patio, aun estando muerta: Así, muerta inmortal. Así, Inmortal como la poesía, el silencio emerge en una coma, recuperando no solo una palabra, sino el sentido contradictorio de la vida.
Vallejo escribe sobre el dolor y lo oscuro de su tiempo. Va contra la corriente. Giorgio Agamben afirma: “El poeta —el contemporáneo— debe tener fija la mirada en su tiempo”, y agrega que “todos los tiempos son, para quien experimenta la contemporaneidad, oscuros”. Contemporáneo es, justamente, aquel que sabe ver esta oscuridad, y que es capaz de escribir mojando la pluma en las tinieblas del presente. Para Agamben definitivamente es contemporáneo aquel que recibe en pleno rostro el haz de tinieblas que proviene de su tiempo. Vallejo, como un poeta contemporáneo, vio la oscuridad de su entorno, pero siempre alentando la esperanza a través de una ironía y crítica agudas. Muchos poetas han saboreado en vida la tiniebla, forman parte del arquetipo del dolor y el olvido. Sin embargo, no siempre centrándose en lo oscuro, la poesía avanza por su lado de sombra, pero también de luz. Trilce, nada claro, y nada turbio contra el tiempo.
En poesía no todo es claro como el agua, lo sabemos. El lenguaje con su torre metálica de filtros se interpone con frecuencia en la sensibilidad y la elocución. Algunos poetas se quedan en la torre metálica echando solo humo, y buscando inútilmente la soledad del yermo. César Vallejo, en medio de la aparente dificultad de su discurso, con Trilce llega directo al corazón. Sabemos que contra viento y marea el gran poema contiene una belleza que nos paraliza, una emoción que nos hace dudar. Claro está, la belleza y su efecto de estremecimiento la produce el sonido y el sentido del poema. No es necesario perderse en un bosque sin salida: la literatura, la poesía debe estar cargada de sentido, como pedía Pound, pero también de una compleja claridad. El gran poema guarda un equilibrio en todo su contexto. Lo claro no es fácil, lo transparente engaña como la luz de un árbol ciego. Entre la ceguera y la luz Trilce es la línea mortal del equilibrio. Hay una necesidad de desnivelar la comunicación, al mismo tiempo que la alcanza y la materializa. La poesía después de todo es un silencio que no reclama ninguna resolución.
César Vallejo escribió desde el corazón con un lenguaje del tamaño de una montaña. Pocos poetas nos conmueven. Vallejo es oscuro y conmueve. Vallejo es un bosque claro y conmueve. A veces es un río cristalino o un pozo oscuro como el de Goya. A veces pareciera un perro semihundido. ¿Se puede escribir desde el corazón siendo oscuro? Ahí Quevedo, Fray Luis, Santa Teresa y San Juan de la Cruz. Vallejo nos asombra. El poema XXIII de Trilce dice: “Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos/pura yema infantil innumerable, madre”. La ternura y la complejidad de su lenguaje marca una forma distinta de escribir en el Perú, y en toda la poesía en lengua española. Tahona, en femenino, se refiere a un molino de harina, y estuosa (sofocante, caliente, enardecida) se une con la pura yema infantil innumerable, recreando la imagen de la madre a través de la harina o la vida misma. La palabra “madre” dota al poema de una ternura inusual. Vallejo, en su trayectoria verbal, a veces oscura, llega al territorio de la transparencia.
Se ha hablado en demasía de la rotura del lenguaje en Trilce, pero más bien se trata de la rotura del lenguaje habitual, creando un decir distinto, y a la vez prístino. Trilce: nada claro, nada turbio.
AQ