¿Qué sucedió con Amat Escalante? Pareció desaparecer en 2016, luego de ganar el León de plata por La región salvaje (disponible en Prime). Estaba dirigiendo claro, una serie de narcos, pero ¿acaso un hombre con tantos anhelos había dejado el cine por dinero? No. Próximamente Escalante estrena en Cannes Perdidos en la noche, de modo que sus anhelos siguen en pie con ese cine que gusta a los exquisitos que, en La región salvaje, hallaron la relación entre Escalante y la violación con tentáculos del Shokushu Goukan, tópico que nos remonta hasta el Japón dieciochesco, cuando pintores como Katsukawa Shunsho iniciaron la tradición. El tema llegó a su clímax con El sueño de la esposa del pescador, de Katsushika Hokusai. De hecho, en esta pintura japonesa del XIX están expresados todos los anhelos de Escalante en La región salvaje; tanto que, en el clímax, el director calca el grabado de Hokusai.
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Pero hay que decir que el gran cine está hecho de ideas y no de anhelos, de modo que ¿es necesario entrar en la truculencia de La región salvaje? Si uno está interesado en el cine, claro que sí. Y, sobre todo, para refrescar lo que será el regreso triunfal del director al tema que más ha meditado, la “denuncia social”.
No es que en La región salvaje no haya “denuncia”, al contrario, en México los hombres son todo lo malo que pueden ser. Las mujeres no. Porque Escalante es, claro, un feminista. Ellas se interesan más bien en el sexo. Es aquí donde encontramos otro de los anhelos de Amat Escalante, ser un Lars von Trier.
La región salvaje anhela el imaginario, la teología del Anticristo, pero las ideas se le confunden y uno se pregunta varias veces: ¿qué es exactamente lo que el director me está queriendo decir? En Bastardos le sucedió. Terminaba diciendo que los migrantes mexicanos éramos unos bastardos. Y ni siquiera en el sentido de Paz en su Laberinto; más bien en el de gente malévola.
La región salvaje cuenta la historia de cuatro tristes personajes que están por relacionarse con un pulpo extraterrestre cuyos tentáculos producen mucho placer. A las mujeres, al menos. Y hasta cierto punto porque, como con el peyote, no hay que abusar. El caso es que uno de estos cuatro mexicanos llenos de prejuicios y maldad se atreve, borracho, por supuesto, a coquetear descaradamente con otro hombre en el baño de un bar. En el espejo el director ha ordenado que se escriba este nombre ominoso: Satanás. ¿Qué está queriendo decir? El problema, me parece, está en esto, en que el cine está hecho de ideas que, a menudo, nos hieren con el placer dulce de la contemplación estética en lo que Barthes llama punctum.
Pero, otra vez, aquí no hay ideas sino, más bien, anhelos: ser como este o aquel otro grande, hacer un homenaje al giallo y también al slasher, pero detenerse también un tiempo largo a contemplar un perro que puede significar cualquier cosa y conseguir el anhelo de sentirse un Tarkovski.
Sin duda, Amat Escalante es un autor persistente. En una secuencia el científico loco de la película dice este diálogo interesante: “eso que está en la cabaña (el pulpo) es la parte primitiva, lo básico del ser humano en su estado más puro. Materializado. Y nunca se va a extinguir, sólo se va a perfeccionar”. Ojala que realmente este diálogo se vuelva profético y Amat Escalante llegue a perfeccionar sus anhelos y convertirlos, por fin, en gran cine, ese que está hecho de ideas que penetran con más contumacia que el pulpo de La región salvaje inspirado en una pintura de Hokusai.
La región salvaje
Amat Escalante | México | 2016
AQ