Alberto Blanco (Ciudad de México, 1951) recién ha lanzado su página www.albertoblancocollage.com, la cual despliega cerca de medio siglo de actividad artística. Sobres y timbres, recortes de revistas, envolturas de chocolate o de cigarros, papel para regalos, papelería de hoteles, periódicos viejos y un sinfín de más materiales han servido al poeta y artista visual en sus creaciones, que constantemente nos recuerdan una de las principales lecciones que el collage brindó a las artes: todo cabe.
En los textos introductorios del sitio, Blanco nos recuerda la premonición de Walter Benjamin al declarar a esta técnica como la más emblemática del siglo XX. Una vez puesta esta sugerente idea sobre la mesa —junto con la de que todo lo que hacemos, advertida o inadvertidamente, es collage— el artista mexicano nos guía a través de un itinerario que es a la vez un relato, un tratado y una galería. Relato, si bien fragmentario, de su propia vida, que se asoma como por la cerradura de una puerta o a través de las tablillas de una persiana; tratado pues desarrolla una reflexión personal sobre el collage como forma que está a caballo entre técnica y género; galería porque generosamente nos hace un regalo desbordado de centenares de imágenes-sueño.
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Las diferentes secciones del blog presentan episodios específicos de la producción de Blanco, y aunque no siguen un riguroso orden cronológico, nos cuentan la historia o las historias de su obra. Quizá solamente el apartado nombrado “El inicio” nos hable de forma puntual de un período determinado de producción, que inicia en los primeros collages que el autor conserva de la adolescencia —imbuidos por el Pop Art—, pasa por la serie realizada junto a Paty Revah en las primeras semanas del matrimonio entre ambos, y cierra con su participación como ilustrador del emblemático libro de poesía contemporánea mexicana para niños La luciérnaga (1983).
Las secciones “Un año de bondad” y “La lección de Max Ernst” abordan la detenida reflexión de Blanco sobre el legado de este creador representativo del collage y autor del libro de artista titulado, precisamente, Una semana de bondad (1934); otra división, “Homenajes”, muestra ejemplos de paráfrasis que Alberto ha hecho de artistas señeros. “La música y el sueño”, “Reinos”, “Viajes”, “Abstractos” y “Varia invención” funcionan como grandes rubros dentro de la taxonomía de las muchas obsesiones del artista y escritor a lo largo de las décadas. Entre las subcategorías se cuentan mundos inagotables: “Animales”, “Pájaros”, “Hojas”, “Árboles”, “Piedras”, “Escrituras”, “Paisajes”, “Rostros” y “Bellezas”.
Cada apartado está acompañado de pistas musicales que los visitantes pueden reproducir mientras miran las imágenes. Al final del recorrido del sitio, si uno lo realiza en obsesivo orden como fue mi caso, una “Posdata” nos revela que esta música —collage de sonidos— es parte de otro proyecto creativo de Alberto, y no digo más para no arruinar por completo la sorpresa.
Es todo menos coincidencia que estas obras de collage convivan con música. El autor tiene una relación longeva y feliz con ella, y esto es patente en su blog Paisajes en el oído, en el cual hace otra recopilación: la de sus poemas dedicados al rock. En ellos, los títulos, epígrafes o los mismos versos aluden a grandes discos y músicos de su altar personal. Esta intertextualidad es palpable en más momentos de la trayectoria de Alberto Blanco, donde ciertos referentes reaparecen intermitentemente en cualquier medio en que esté trabajando. Es el caso de la cultura china, referida en sus collages dedicados a las etiquetas del famoso Tiger Balm (asequible en cualquier Chinatown del mundo) así como en aquellos que exploran la ancestral escritura ideográfica que forja palabras con imágenes. Otro caso es el del amor duchampiano del artista por los juegos de palabras, como ocurre en Mars Next y Marx Nest, series que hacen sátiras fantasmagóricas de la vida industrial y burguesa del siglo XIX. Ambas llevan en sus títulos un anagrama del ineludible maestro Ernst.
El tributo a los maestros es también parte del juego intertextual. Ya mencionamos los homenajes que el autor rinde a las figuras emblemáticas de la historia del collage y demás artistas del último siglo. Blanco ha recortado y pegado papeles coloreados como Matisse, calcado el inconfundible contorno de la pipa de Magritte, imitado el lunar-luna de Klee, referenciado la tríada cromática azul añil-rosa-oro de Yves Klein y los lagartos-embarcación de Leonora Carrington. Como él mismo explica: “Ofrenda más que vasallaje; ofrecimiento más que sumisión; admiración más que acatamiento; cortesía más que fidelidad; y mucho más que juramento, una consideración (…) a lo largo de más de 50 años he hecho muy pocos collages que no tengan sus ilustres (o no tanto) antecedentes. Y es que mi afán al hacer estos trabajos no ha sido en ningún momento el construir algo nuevo sino algo bueno”.
En este punto, de nuevo la música le presta un término: “Tema y variaciones”. El artista ha dicho que, en realidad, en su vida sólo ha escrito tres libros: uno de poemas, otro de poética y uno de ensayos sobre artes visuales. A primera vista, el sitio de collages podría inscribirse en este último, aunque Blanco afirma que el collage es para él otra forma de hacer poesía… declaración que evidentemente contiene una regla dorada para una poética personal. Incluso a uno de los proyectos contenidos en el sitio, realizado en los años ochenta, lo denomina collage al cubo, pues cada imagen está acompañada de una cita sobre la historia de esta técnica.
Si bien la recopilación realizada en el blog no ofrece un collage de collages, sí es un montaje, cuya limpieza y facilidad de tránsito invisibilizan las costuras de un arduo trabajo de archivo, clasificación y digitalización llevado a cabo por el autor con apoyo de sus hijos Dana y Andrés.
Un tremendo reptil que irrumpe en una tertulia dieciochesca, un piano solitario sobre el que cae la nieve, un hombre con alas aeronáuticas sobrevolando las ruinas de una vieja civilización, un elefante de trompa humeante y que también surca los aires aunque con un libro como alfombra voladora, acróbatas que balancean sombrillas mientras caminan sobre la cuerda floja de la línea de un pentagrama… la o el visitante encontrarán, como dije, verdaderas imágenes oníricas, aunque en ellas ocurran muchas más cosas que las simples condensaciones y desplazamientos de nuestros sueños cotidianos. El relato/ tratado/ galería de Alberto nos ofrece visiones que contienen lo mejor del humor sabio, la provocación y el timing perfecto de la gran tradición moderna del collage.
ÁSS