En los estériles paisajes de una isla de Irlanda hay un hombre bueno llamado Pádraic. Él presume de tener un amigo que se llama Colm. Lo presume pues todas las tardes ambos se toman una pinta de cerveza y hablan estupideces. Sucede, sin embargo, que un día Colm le pide a Pádraic que le deje de hablar. ¿Qué sucedió? Este es el misterio de Los espíritus de la isla (disponible en Star+), una película entrañable que gira en torno a la forma más pura de amar: la amistad.
- Te recomendamos I love el otro logo | Por Avelina Lésper Laberinto
Aristóteles, el clásico por excelencia, lo decía: la amistad entre iguales es pura pues en ella no hay otra necesidad que el afecto en sí mismo. En el amor sexual, por ejemplo, hay necesidad de reconocimiento y contacto, pero en la amistad no. ¿Es así? Martin McDonagh, (conocido por Tres anuncios por un crimen) discute el asunto y nos invita a pensar: ¿es verdad que un amigo debe hacernos crecer?
McDonagh, como buen artista, sabe dónde comienza su historia. Conocemos la relación de amistad entre Pádraic y Colm justo en el momento en que acaba de terminar, cuando este último dice: “no me has hecho nada, simplemente ya no me caes bien”. Pareciera incluso chistoso, pero surge en el espectador la pregunta que trasciende: ¿acaso un amigo está ahí para caer bien? ¿No será, más allá de lo que piensa Aristóteles, que independientemente de “la igualdad” un amigo está para cuidarte o dejarse cuidar, para cultivar contigo la parte bondadosa de una mente atribulada o para enseñarte a escuchar?
Colm es un personaje que parece haber llegado al momento en que uno se pregunta ¿qué he hecho de mi vida? Él, que es violinista, decide responderse como muchos amantes del arte: el sentido está en la belleza. Colm quiere dedicar su tiempo a hacer música. “A volverse como Mozart”, dice. Y la amistad con Pádraic, piensa, se interpone entre el arte y la eternidad. Su necesidad de dejar de pensar en estupideces es tanta que amenaza a su viejo amigo con cortarse los dedos con los que hace música si el otro sigue tratando de recuperar su amistad. ¿Tienen doce años? Pregunta el tonto del pueblo cuando se entera.
Los espíritus de la isla, con simplicidad magnífica, nos señala a esas personas que se han convencido de que el sentido de la vida está en trascender, algo a todas luces imposible pues ¿quién sabe en realidad quién fue Homero? Meditar en torno a la amistad y la trascendencia es lo que hace esta película tan importante de pensar. Para ello presenta a estos personajes antagónicos: uno que encuentra el sentido de la vida en la bondad y otro en su deseo de ser Mozart.
Martin McDonagh, autor que ya ha hablado antes de esta inexplorada forma de amor, la amistad, vuelve a sumergirnos en toda su sabiduría. Porque en Los espíritus de la isla uno aprende que es inútil buscar a un amigo para crecer, complementarse o cualquier otra estupidez de esas que se encuentran escritas en los libros burgueses de autoayuda. Creer que produciendo arte va a dar sentido a su vida hace de Colm un maniaco que corrompe a su mejor amigo y lo llena de cólera ante una suerte de bruja que todo lo observa, como atestiguando que no hay peor destino que ser incapaz de reconocer el amor. El amor de amistad, en este caso.
Aristóteles decía que la amistad se da entre iguales. El cristianismo y otras formas más profundas de mirar al mundo demuestran que el amor existe sin porqué. Lo ha dicho Angelus Silesius y lo cita Borges: la rosa florece sin porqué. Florece porque florece. Igual que una verdadera amistad.
Los espíritus de la isla
Martin McDonagh | Irlanda | 2022
AQ