Dedicaré este espacio a tratar un tema que nos atañe absolutamente a todos, pues por si a alguien le interesara saberlo, sobran argumentos para opinar que las mujeres son superiores a los hombres. No hay duda alguna acerca de este hecho incontestable, y para afirmarlo me baso en los siguientes factores que a continuación describo, caiga quien caiga:
1) En biología es sabido que mientras más evolucionado es un organismo, mayor diferenciación realiza su cuerpo sobre las funciones fisiológicas. El caso extremo es la amiba: toda ella sirve a la vez como puerta de entrada para los nutrientes y también como puerta de salida para los desechos, pues no exhibe diferencias anatómicas para esas funciones, ni tampoco para la reproducción. A medida que se trata de seres más complejos comienza a haber separación entre los mecanismos de alimentación, excreción y reproducción. Algunos animales biológicamente “inferiores” tienen un solo orificio corporal, que sirve tanto para la entrada como para la salida, aunque a los humanos eso se nos haga asqueroso. Y nos parece así porque tenemos una puerta de entrada de comida muy diferenciada —y además alejada— de la apertura de salida de los desechos sólidos; y sin embargo los varones, el género masculino, solo disponen de tres orificios: uno de entrada y dos de salida, y por la apertura de la uretra salen tanto los desechos líquidos como el líquido seminal. La mujer, por su parte dispone de ¡cuatro!, porque la apertura de la uretra es físicamente independiente de la salida del canal uterino. Aun sabiendo que todo esto suena un tanto frío y tal vez poco romántico, resulta necesario decirlo.
2) Las mujeres viven más que los hombres, en todas las culturas y en todos los tiempos. Son más resistentes al dolor, a la enfermedad y a la vejez. Basta revisar las tablas demográficas para comprobarlo. No solo eso, sino que en el mundo nace un poco más de niños que de niñas (51% contra 49% más o menos), y la razón es porque los niños son más débiles de fábrica y mueren más niños que niñas antes del año de edad. La naturaleza “lo sabe” y para mantener la relación inicial en un 50-50 produce más niños… porque son un tanto más defectuosos.
3) Las mujeres son infinitamente más poderosas en lo sexual que los hombres. La capacidad orgásmica femenina es incomparablemente superior a la de sus tristes contrapartes: toda mujer tiene la posibilidad fisiológica de experimentar orgasmos múltiples (lo sepa o no), mientras que los hombres quedan fuera de combate al primer disparo, o tal vez al segundo durante algunos pocos años de su vida (y no se cansan de repetirlo y contarlo a quien lo quiera oír… aunque todos sepan que no es cierto). ¿Habrá que recordar que las mujeres tienen un órgano única y especialmente destinado al placer, sin otra finalidad más que el orgasmo? Por su parte, los hombres deben compartir tres funciones diferentes sobre el mismo aparato… que además suele comenzar a presentar problemas operativos demasiado pronto.
4) La sexualidad de las mujeres es rica, compleja y sutil —en la sabiduría oriental está representada por el loto de los mil pétalos— y contiene de manera natural, espontánea y no excluyente intereses y posibilidades que en los hombres se considerarían como homosexuales. Es decir, los hombres son solo de tres clases: los heterosexuales, que detestan la idea siquiera del contacto con otro hombre; los bisexuales y los homosexuales. Las mujeres tienen esas tres variantes, sí, pero la heterosexualidad femenina no es excluyente de las mujeres, como sí lo es la masculina con respecto a los hombres, por lo que podría decirse que la conducta heterosexual femenina puede perfectamente incluir a las mujeres, aunque tal vez no les interese explorarla, y eso implica que es más amplia. No es casualidad que el símbolo masculino sea… una simple y directa flecha: tiene un solo objetivo; da en el blanco y desaparece. Por otro lado, las mujeres son menos agresivas y violentas, y tienen mayor capacidad para plantear, manejar y entender las relaciones interpersonales.
5) La atracción sexual que los hombres sienten por las mujeres es poderosa, hormonal y poco selectiva; tiene un enorme componente visual y se siente como pulsión; de hecho, el esperma se almacena en una pequeña bolsa interna que por sí sola se vacía en menos de una semana, si la actividad sexual (o la mano) no lo hubiera realizado antes. La contraparte femenina es mucho más selectiva, compleja y cuidadosa, y una mujer felizmente puede pasar meses o años sin actividad sexual y sin sentirse miserable por ello; su pulsión es mucho menos mortificante. En general, las mujeres no necesitan darse esos coloquiales baños de agua fría, que además tampoco sirven para nada.
6) Todo lo anterior es cierto y sabido por los hombres, y por eso se defienden como pueden. Y vaya que pueden. Como la función primordial biológica de la mujer es la procreación, y debido a que los recién nacidos son ciento por ciento desvalidos y morirían en muy pocos días si la madre no los atiende física e íntimamente, ella debe garantizar la supervivencia de sí misma y de su hijo, y no le queda entonces más remedio que acogerse a la protección del hombre, pues éste queda por completo libre de sus obligaciones biológicas para que el hijo viva, y puede por tanto seguir operando sobre el mundo, lo cual es su función primordial. No es casualidad que todas las culturas representen a la madre como la tierra que produce frutos y al hombre como proveedor. Eso da a los hombres la posibilidad —que aprovechan al 100%— de manipular y someter a las mujeres; pero no lo hacen por “malas gentes”, sino como bárbara y primitiva reacción ante el despavorido miedo que la superioridad sexual femenina les produce. Vamos, si el encuentro hombre-mujer fuera una pelea de box, sería un peso pluma contra un peso completo, y eso asusta. Y mucho.
Todas las grandes religiones monoteístas —autoritarias, mentirosas, intolerantes, manipuladoras y misóginas por excelencia— excluyen a las mujeres lo más que pueden. El ejemplo monstruoso es la burka con la que los fundamentalistas musulmanes obligan a las mujeres a cubrirse hasta los ojos mismos, o a recogerse y ocultar el cabello (el pelo largo, claro, es una poderosa característica sexual femenina secundaria de enorme atracción), o a vestirse “con decoro”, para no excitar visualmente a los hombres con sus redondas formas. No resulta nada raro que la serpiente bíblica sea la representación del deseo que tienta… al hombre. Es el hombre el que se protege ante el “acoso” de una sexualidad femenina que lo rebasa y lo atemoriza; es el hombre el que obliga a la mujer —dada su mayor fortaleza física y su independencia de atender al recién nacido— a mantenerse ajena a su círculo público y a no perturbarlo en su actuar sobre el mundo. El hombre es quien manda, sí, porque en su fuero interno sabe bien que de no imponerse por la fuerza, ella lo “embrujará” y lo hará “caer” bajo ese deseo que lo mueve como presión imparable.
En la segunda parte de este escrito muestro a dónde voy con todo esto. Por lo pronto es necesario remarcar que las aún grandes y medibles diferencias entre ambos géneros en la realidad social no deben tolerarse ni solaparse, y ante ello debemos más que levantar la voz, sin duda. La base de partida del feminismo es que hombres y mujeres son iguales (no idénticos, sino iguales), y por tanto es imprescindible aplicar cualquier consideración de tipo social, laboral, económica, legal y similares por igual y sin distinción para ambos géneros, cuidando, legislando y protegiendo además las etapas pre y post parto, así como los cuidados de la primera infancia, como diferenciaciones mínimas. Falta mucho trecho para conseguirlo, y no debemos ni podemos bajar la guardia.
AQ