Los miserables, de Ladj Ly, retoma la obra de Victor Hugo en forma sutil. Y sin embargo es la novela de Hugo la que ofrece la clave para interpretar un final que de otro modo quedaría muy abierto.
La película inicia con un grupo de chicos de origen africano que se reúne para ir a apoyar a su equipo nacional: Francia. No hay un solo muchacho rubio y, sin embargo, todos llevan la cara manchada de blanco, azul y rojo; llevan sus banderas con entusiasmo. Son franceses.
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Esta obra deja atrás las dudas de filmes como Entre les murs, de 2008; el cambio étnico es un hecho que no vale la pena comentar. Estos jóvenes de religión musulmana son la nueva cara de Francia y en un sentido más amplio son ya el rostro de Europa. Consumido por su egoísmo, el blanco se extingue en barrios exquisitos, saboreando quesos y vinos.
La historia de Los miserables está contada desde el punto de vista de un oficial de apellido Ruiz que ha llegado a París huyendo de un divorcio que lo tiene en la lona. La jefa de policía le asigna a Chris y a Gwada como compañeros. Con ellos debe patrullar un barrio problemático en el que se comercia igual una piedra de cocaína que unos tenis robados.
En el primer patrullaje conocemos al líder del mercado, al jefe del tráfico de drogas y a un muchachito de nombre Issa que es líder natural y que, claro, a sus doce años suele estar metido en problemas. Durante una investigación a causa de un león robado, las cosas se salen de control, los policías se meten en un lío gordo y, habiendo abusado de su autoridad, corren el riesgo de ser juzgados porque alguien los grabó con un dron.
La historia es ahora la aventura de tres policías que necesitan conseguir la memoria en que están grabados sus atropellos. Hay aquí un interesante dilema moral: ¿estamos del lado del hombre que quiere proteger a su compañero o de quien quiere hacer lo justo a toda costa?
Hay que ver esta película que le dio legítimamente a su realizador el premio al mejor director en Cannes. Durante una secuencia, para salvar su pellejo los policías recurren a la autoridad religiosa, un imán que intercede por ellos pero sentencia: “la furia de estos chicos no se detendrá”.
Lo que sigue son una serie de disturbios que no tienen como finalidad humillar a Francia. Después de todo ha quedado establecido desde la primera secuencia que estos niños aman a su país. Pero quieren respeto. Y no sólo por parte de la policía, también por parte del hombre que controla el mercado del barrio y del vendedor de drogas.
Esta revuelta es en muchos sentidos un reflejo del movimiento de los Chalecos Amarillos y habla del descontento que los medios han querido simplificar. ¿Estos muchachos son sólo revoltosos? ¿Son revolucionarios? ¿Criminales o terroristas? Ladj Ly tiene la originalidad de un gran narrador.
Gracias a que se inserta en la tradición de Victor Hugo es posible dar respuesta a todas estas interrogantes. Recordemos por lo pronto que la novela Los miserables parte del supuesto de que un acto de bondad puede cambiar la vida del hombre.
Así, llegado el clímax de esta película, el líder de la revuelta de barrio puede tomar una determinación. Frente a él tiene a un hombre que lo ha tratado con bondad. Tal vez el único en toda su vida. Y él, tan niño, tiene que escoger su futuro. También nosotros, como espectadores. Tenemos que dar un final a esta magnífica película y especular: este chico francés ¿se salva a si mismo o va a transformarse de una vez y para siempre en un pequeño criminal?
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