Todd Kramer, coleccionista de “obras” en formato NFT, despertó de su sueño tecnológico con casi dos y medio millones de dólares menos en su acervo de arte digital. Debería agradecer que lo robaron, porque apareció en todos los periódicos y recibió más de 500 tuits de condolencias y varias decenas de memes. La fama es impredecible.
La colección de Kramer consistía en 15 personajes virtuales, changos de la serie Bored Ape Yacht Club y Mutant Ape Yacht Club, pertenecen a un exclusivo juego de video, participar exige comprar un chango y hoy cuesta más de 200 mil dólares. Estas imágenes se supone que son únicas, creadas y otorgadas en random. Los changos son un cartoon mal hecho, y sin una sola característica que justifique su precio.
Es evidente que este mercado está moviendo capitales. El precio es la obra, no son coleccionistas, son especuladores. La diferencia entre comprar estas “obras” en NFT y comprar acciones, es que aquí se llevan su estampita, su monito y sienten que tienen algo más, pero en realidad son como cheques en blanco.
Los NFT se lanzaron como una plataforma de alta seguridad, lo que se encripta en ese sistema, se suponía que era inviolable y con el caso de Kramer ya se vio que no es así. El mercado del arte se volcó a un formato que es una fachada para los especuladores, y se está convirtiendo en el paraíso de los defraudadores.
El plagio es uno de sus recursos, los defraudadores roban obras de las páginas de los artistas, las encriptan y las venden en los sitios de las galerías “especializadas” en NFT, que hacen negocio pasando por encima de los derechos de autor.
Podemos predecir el futuro de este “arte del futuro”, ya exhibida su vulnerabilidad, lo siguiente es que otros hackers tomen el reto, ya ven que tienen conducta de personajes de juego de video, van rompiendo récords, llegando cada vez más lejos. Entonces, si ya a este tal Kramer le desaparecieron sus changos, sigue que otros hackers roben las obras de más coleccionistas hasta que se conviertan en una plaga cibernética. La diferencia con el arte real es que hay que robar el objeto, trasladarlo, ocultarlo. Es un trámite robar arte, pero aquí no hay nada, es un código, es el paraíso, al rato hasta los que roban tarjetas de crédito van a poder robar estas obras en NFT.
Los coleccionistas de arte son exhibicionistas, les gusta mostrar sus obras, prestarlas a museos, y que se sepa que son dueños de piezas icónicas. Los NFT son obras “ocultas”, las traen en sus teléfonos o tabletas, porque en realidad no quieren arte, quieren la moda del formato, y la posibilidad de especular con criptomonedas.
Ha sucedido a otros coleccionistas que dan click en delete, y el abismo virtual se traga su acervo y su dinero. El sistema de seguridad inviolable resultó el formato más vulnerable para el arte y para el dinero, va a desaparecer dejando en ridículo a la fe del milagro virtual.
AQ