Cuando en 1910 la compañía Biograph envió a Griffith a explorar un sitio para seguir filmando, nadie imaginó que un lote de Los Ángeles terminaría por ser el babilónico Hollywood. En aquel tiempo la homosexualidad era un tabú que, sin embargo, no carecía de romance. Actores y actrices homosexuales vivían divididos como Ana Karenina, teniendo que elegir entre el placer y el deber.
El cine homosexual del primer Hollywood está relacionado con el movimiento artístico que se gestó en los años de 1920 en Nueva York. En Greenwich Village la poeta Edna St. Vincent Millay escribió:
“Mi vela se quema por ambos lados, no durará toda la noche. Ay, amigos y enemigos, qué hermosa es su luz”.
En este poema está contenido el romanticismo de la sexualidad prohibida de aquel tiempo. El de Rodolfo Valentino y el mexicano Ramón Novarro. Ellos, traviesos, se tendían en cama no para discutir quién era el auténtico latin lover sino para disolver, en un beso culpable, toda rivalidad.
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Eran los años en que Marlene Dietrich llevaba juguetona a su hija María Riva hasta la habitación más elegante de la mansión. Dietrich abría la puerta y mostraba a su hija, azorada, a la hermosa mujer que acababa de seducir. En los años previos al cine gay, Dietrich instituyó en Hollywood un club de chicas homosexuales que llamó “Las costureras”. Por aquí pasaron Edith Piaf, Dolores del Río y la esposa del hombre más poderoso de la ciudad, el señor Warner. En estas reuniones Dietrich conoció a la más hermosa de sus conquistas: Greta Garbo.
Los artistas andróginos de aquellos años se transformaron en la década siguiente en los metrosexuales que conformaron finalmente todo aquello que hoy se entiende como “cine gay”. Ellos eran ridículamente machos y ellas neciamente femeninas. La belleza andrógina de los hombres y mujeres en los inicios de Hollywood se disolvió. En aquellos años, Roy Fitzgerald, un camionero afeminado, cayó en manos de Henry Wilson agente de estrellas. Wilson se dio a la tarea de enseñar al camionero a ser viril. Y le puso un nuevo nombre. Rock Hudson. De modo similar Archibald Leach consiguió transformarse en Cary Grant. “Todos quieren ser Cary Grant”, decía el galán. “Incluso yo querría ser Cary Grant”. El británico avecindado en Hollywood vivía con su amante Randolph Scott. Pero, a pesar de que iban a toda clase de reuniones y fiestas como pareja, nunca pudieron decirlo abiertamente. Vivían, como todos los homosexuales de aquellos años, un romance secreto.
Sólo la historia permite valorar lo mucho que ha cambiado la concepción en torno a la sexualidad humana. Y es verdad que la mayoría de los hombres y mujeres homosexuales de aquellos años terminaron de modo trágico, consumidos por la droga que paliaba el dolor, como sugiere el poema de Vincent Millay. Pero hubo al menos uno que realmente consiguió tenerlo todo. William Haines era la estrella más importante de los estudios MGM en 1925. Los ejecutivos lo enfrentaron con el dilema de escoger entre la carrera o su amante Jimmy Shields. ¿Haines qué hizo? Escogió a Shields. El suyo era un amor tan notorio que Joan Crawford llegó a decir que era “el matrimonio más feliz y más estable de Hollywood”.
Todo aquel mundo se derrumbó de un golpe. En Europa Hitler llegó al poder y en Hollywood se estableció, calladamente, el moralista Código Hays.
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