Luis García Montero: “Aprendí a dialogar entre mis sueños y las realidades”

Entrevista

Tras obtener el Premio Carlos Fuentes, el escritor granadino Luis García Montero desmonta algunas de las claves de su obra y expresa su preocupación por el futuro de la democracia.

Luis García Montero, poeta español y director del Instituto Cervantes. (Foto: Sáshenka Gutiérrez | EFE)
Carlos Rubio Rosell
Madrid /

El poeta Luis García Montero ha sido galardonado con el Premio Carlos Fuentes a la Creación Literaria en Idioma Español como reconocimiento a un trabajo que engrandece la patria de la Ñ y enriquece la literatura universal con sus poemas, novelas, ensayos y cuentos, “que estimulan la imaginación y el sentido crítico del lector”.

Nacido en Granada en 1958, García Montero recibe este galardón subrayando su admiración por Carlos Fuentes “como uno de los grandes escritores de nuestro idioma”. “La lectura de La muerte de Artemio Cruz o La región más transparente”, dice en entrevista para Laberinto, “significó mucho desde mis años juveniles. Después me gustó su libro sobre Cervantes y lo que resumió en su discurso del Premio Cervantes, cuando reivindicó el Territorio de La Mancha como territorio de una lengua común”.

Al hablar de Cervantes, destaca García Montero, Carlos Fuentes le ayudó “a comprender las relaciones entre México y España, que tienen una historia común, algo que late en la literatura de nuestros países y nos ayuda a comprendernos. En ese sentido, tengo un sentimiento de pertenencia a la cultura mexicana, porque desde mis inicios en distintos momentos he podido aprender y sentirme ayudado y amparado por poetas mexicanos como Octavio Paz o José Emilio Pacheco, escribir un libro sobre Rubén Bonifaz Nuño y formarme como poeta con autores como Jaime Sabines. A partir de ahí, mis relaciones literarias con gente más o menos de mi edad, como Marco Antonio Campos, María Baranda o Sandra Lorenzano, y con autores más jóvenes como Mario Bojórquez o Alí Calderón, me hacen sentir la poesía mexicana como mía. Así que por todo ello, que se me premie con un galardón que lleva el nombre de Carlos Fuentes y que me llega desde México me llena de emoción”.

Ha establecido un marco literario de su cercanía con autores mexicanos, pero ¿qué otras huellas hay en el arco que forma su obra, desde que en 1980 publicó Y ahora ya eres el dueño del Puente de Brooklyn, hasta Habitaciones separadas, Completamente viernes, Vista cansada o A puerta cerrada, y el que escribe tras la muerte de su compañera, la escritora Almudena Grandes, Un año y tres meses?

Empecé a escribir poesía en un momento de la historia de España en el que salíamos de una dictadura y buscábamos una democracia. Aprendí muy pronto que una democracia no es votar cada cuatro años, sino que entran en juego muchos otros detalles; por ejemplo, la manera que tenemos de recordar el pasado y la manera que tenemos de decir soy yo o te quiero. Es ahí donde se funda mi poesía. Empecé a escribir en una ciudad donde se había asesinado a Federico García Lorca y para mí esto fue buscar lo que había debajo del silencio de la dictadura; es decir, la realidad de García Lorca o de los poetas del exilio, como Antonio Machado y Rafael Alberti, y tanta gente que estaba por debajo de la cultura del franquismo. Y luego, a la hora de transformar las costumbres y vivir la democracia, lo que fue la libertad en las relaciones sexuales, la lucha contra el machismo y la igualdad entre hombres y mujeres, fueron fundamentales. Me formé en esa órbita y por eso me acerqué a poetas que, más que buscar lo llamativo en la forma o los modos vanguardistas de la lengua, querían una poesía de conocimiento que anduviera en los pies históricos de la propia subjetividad. Me parece que el libro donde conseguí consolidar mi mirada poética fue Habitaciones separadas, de 1994. Aprendí a dialogar entre mis sueños y las realidades, a intentar que el pesimismo no dominara el fracaso de mis sueños y que la alegría o el optimismo no me cegara haciendo que desconociera las contradicciones de la realidad. Y es en ese proceso de conocimiento en el que he querido hacer evolucionar mi poesía y en el que me siento cómodo.

¿Cree que con la madurez alcanzada ha logrado abrir su pecho para tocarse el corazón?, ¿que la poesía también puede ser un proceso de autoconocimiento?

A la poesía le pedimos respuestas a las preguntas más difíciles que nos hace la vida. Mi último libro, Un año y tres meses, que completa el ciclo de poemas que le escribí a mi mujer, intenta responder al vacío que sentí cuando Almudena murió después de 30 años de convivencia y se rompió el nosotros que habíamos establecido entre ella y yo. Es un poco duro, hay que abrir el corazón, y ahí creo que la vocación poética es una ayuda porque, por una parte, uno habla de la muerte pero ya no solo como una desgarradura personal. A la muerte de su padre, Sabines decía: maldito el que crea que esto es un poema. Uno necesita que se crea que ahí hay una verdad biográfica, que no es pura retórica, y que hay un dolor verdadero. Eso es muy importante para la honestidad del poema. Pero uno aprende también cuando lee a Virgilio, a Jorge Manrique o a los poetas contemporáneos que han hablado de la muerte, que es un sentimiento propio del ser humano, que no es una cosa que le pase a uno aisladamente. Los seres humanos somos seres mortales y vulnerables. A la hora de indagar en nuestro sentimiento no nos encerramos en nosotros mismos, sino que pasamos del yo biográfico a la meditación sobre la condición humana. Es entonces, en ese salto, cuando surge la emoción poética. Ya más que una confesión desahogada, es la creación de un nosotros que tiene que ver con la condición de seres humanos. Para mí, la poesía es eso, desgarrarme, sacar el corazón, no convirtiéndolo en un desahogo, sino en algo que me ayude a comprender esa condición que comparto con la gente y los autores que leo.

Esa patria de la Ñ que ha engrandecido con su obra literaria tiene también una parte estrictamente formal. ¿De qué manera construye sus edificios de palabras?

Al meditar sobre los signos, las letras, la ortografía y, finalmente, sobre las palabras, me interesa comprender que las palabras están vivas y coleando, que no se definen en un diccionario por mucho que los diccionarios sean importantísimos para el entendimiento, porque cada uno tiene su historia donde funcionan los pliegues que caben en una lengua materna. Las palabras están vivas. Sabemos que el diccionario define la lluvia como un fenómeno meteorológico, pero, de pronto, en un poema la lluvia te hace recordar, como en Borges, la tarde en que tu padre ya muerto estaba leyéndote un cuento o hablando contigo en un patio ya desaparecido de Buenos Aires. Otras veces te recuerda el sonido golpeando los cristales cuando compartías el lecho con un cuerpo amado. Y, así, las palabras se llenan de vida más allá de su propia definición, y eso a su vez define una lengua materna y también a la creación poética. Para mí, al pensar en la Ñ, pienso en un idioma que es el segundo idioma materno más hablado del mundo después del chino mandarín, y en la comunidad de culturas en su diversidad que simboliza esa Ñ.

Otro punto importante en su obra es la marca de la política. ¿Qué tan profunda es?

Creo que los seres humanos nacemos en sociedad y el idioma es la mejor prueba. Nos formamos en un idioma que no inventamos nosotros, sino que lo heredamos de nuestra familia, de nuestra gente, de nuestra comunidad. En ese sentido, la dimensión social es propia de todo ciudadano y se engaña el que dice que está por encima de la historia o la política, pues el yo es inseparable del nosotros, de la comunidad. Yo participé en una generación que recogía la herencia de la lucha clandestina contra el franquismo para conseguir la democracia. A partir de ahí comprendí que la dimensión social es inevitable, no solo apoyando una huelga general, sino en el amor cuando uno dice te quiero, porque la manera que tenemos de sentirnos hombres, mujeres, depende de la historia que vivimos. Yo defiendo ahora, en la medida de lo posible, el respeto a los derechos humanos, un respeto que está en peligro; los valores democráticos, porque están creándose dinámicas que quieren deteriorar las democracias; y, desde luego, defiendo la conciencia de una realidad donde siempre hay grandes explotadores y víctimas explotadas. Creo que a veces uno puede equivocarse si defiende a los débiles, pero son equivocaciones poco graves; lo verdaderamente grave es equivocarte si defiendes a un poderoso.

¿Aprecia usted que regresen ciertos fantasmas del pasado con el ascenso de la ultraderecha?, ¿y qué relación podría haber con un tipo de literatura de lo banal que triunfa en nuestros días?

Todo tiene que ver. En esta conversación estamos defendiendo una idea de cultura que tiene que ver con la conciencia, con el pensamiento crítico, con la educación. Claro que hay una literatura de mercado que se relaciona más con el entretenimiento barato que con la conciencia, que tiene que ver con la reflexión que preocupa y que nos interpela. Yo empecé a vivir en una época en donde pensar en el progreso era pensar en la democracia, y en que pensar en el desarrollo de las sociedades era inseparable de la defensa de los valores democráticos. Y ahora vivimos en un mundo en el que eso se ha roto, porque los grandes poderes económicos a veces están en países fundamentalistas de irracionalismo islámico; a veces en dictaduras políticas. Ha dejado de identificarse progreso con democracia. Me preocupa lo que veo en Europa y algunos países latinoamericanos, donde la palabra libertad se está pervirtiendo por dentro. Recuerdo una conferencia que dio Julio Cortázar en 1981, en la que decía que los escritores sabemos que las palabras se cansan y enferman. Así que cuando veo que se utiliza la palabra libertad no para unirla con igualdad y fraternidad, como en los orígenes de la Ilustración, sino para unirla con la ley del más fuerte, con la destrucción del Estado para que no haya límites a la destrucción de la igualdad y la fraternidad, comprendo que hay grandes fortunas que quieren defender su provecho ilimitado y que si consiguen que un Estado los favorezca, conviven con él; si no, están dispuestas a caer en el autoritarismo para que se impongan sus intereses. La vida me ha enseñado a defender los valores democráticos y eso significa que creo en la libertad y en la democracia al mismo tiempo. No me gustan las ideas de bien social que aniquilan la libertad y no me gusta la libertad que se olvida del bien social.

Por último, ¿cuáles son sus próximos pasos a nivel literario y personal?

A nivel literario, acabé mi último libro en 2022 (Un año y tres meses), un libro difícil de escribir, y, poco a poco, aprovechando algún viaje o alguna tarde, intento volver a la poesía y encontrar mundos nuevos para escribir poemas. Por otra parte, colaboro en prensa y eso me permite ejercer mi conciencia cívica. Así que mis proyectos inmediatos pasan por seguir dirigiendo el Instituto Cervantes en esta legislatura y pensar en la jubilación como catedrático universitario, para dedicarme de lleno a escribir y leer, que es en el fondo lo que me da tranquilidad y lo que más me gusta.

AQ

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