La blanca luna

Toscanadas

Un repaso agudo y sutil a los lugares comunes de la literatura. Rulfo, Chéjov y Cervantes ofrecen lecciones de sobriedad.

La Luna tiende a convertir a los novelistas en poetas. (Unsplash)
David Toscana
Ciudad de México /

Cuando se asiste por primera vez a un taller literario, es habitual que el coordinador recomiende evitar los lugares comunes y caiga en el lugar común de dar el ejemplo de la “blanca luna”. Es más frecuente hallarlo así: “blanca luna” y no “luna blanca”, aunque ambos términos sean pecaminosos.

No en Don Quijote, pues ahí no aparece como imagen desabrida, sino como disfraz del bachiller Sansón Carrasco. “Insigne caballero y jamás como se debe alabado don Quijote de la Mancha, yo soy el Caballero de la Blanca Luna cuyas inauditas hazañas quizá te le habrán traído a la memoria.”

Hay narradores que flaquean al mencionar la luna y les cae encima la tentación de ser poetas. Mariano Azuela, tan rudo para describir a los personajes metidos en la Revolución, de pronto escribe: “Cuando los albores de la luna se esfumaron en la faja débilmente rosada de la aurora…”. Erich Maria Remarque se entusiasma de más con el satélite. “La luna se alzó nebulosa y roja sobre los techos, como la cúpula de una mezquita medio hundida entre las nubes, que surgiera lentamente, mientras la tierra se hundía en la nevada”.

Sholojov se pone tierno en El Don apacible. “El delicado cuerno de la luna aparecía, apenas perceptible, a través de una nubecilla rosada como la sonrisa de una adolescente.” A Leopoldo Alas le palpita el corazón. “Mejor era contemplarla en clara noche de luna, resaltando en un cielo puro, rodeada de estrellas que parecían su aureola, doblándose en pliegues de luz y sombra, fantasma gigante que velaba por la ciudad pequeña y negruzca que dormía a sus pies”. Y Sienkiewicz habla de “la hermosa luna, que brillaba con luminoso fulgor”.

También el severo Andreyev se enternece delante de la luna. “La luna, en cuarto creciente con un borde opaco, derramaba desde lo alto del cielo su luz pálida, triste y fría, pues eran sus últimas noches. Los pequeños jirones de nubes empujados por el viento, que aun soplaba muy fuerte allá arriba, pasaban cerca de la luna sin atreverse a ocultarla. Todo esto hacía el efecto de una noche triste y misteriosa que lloraba sobre la tierra.”

Traspasando la frontera de la cursilería, escribe Felipe Trigo: “Y la luna, lámpara nupcial de nuestro lecho de mastranzos, veíala yo pequeñita y duplicada en los lagos negros de tus ojos”.

Rulfo, siempre austero, no se anda con sentimentalismos, y así su prosa no tropieza. “Había una luna grande en medio del mundo.” Y si menciona el fulgor, es por Fulgor Sedano.

Según Middleton Murry, Chéjov le escribió este comentario a un escritor en ciernes que se dejó vencer por la luna. “Borre todas esas páginas acerca de la luz de la luna y escriba en cambio lo que siente acerca de ella, el reflejo de la luz en un fragmento de botella rota”.

El sol, en cambio, no es tan sentimental.

AQ

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