El de Almodóvar siempre ha sido un arte político. Sin embargo, desde que, creyéndose una suerte de Andy Warhol guarro, se inmortalizó defecando sobre la imagen de Nixon (en Film político de 1974) el director ha encontrado formas cada vez más refinadas para exponer una ideología que nunca dejó de ser contestataria.
La mirada de Pedro Almodóvar siempre ha estado puesta en los más desprotegidos. En ellos el autor encuentra el material para reírse no con burla, sino con solidaridad. Nos reímos con el mambo taxi, con el actor fracasado o con el idiota que sólo desea ser amado. Auténtica caterva de adorables pícaros, los personajes de Almodóvar carecen de aquello que a él le sobra: futuro.
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Es de notar que hubo un momento (marcado por Amantes pasajeros del 2013) en que la chispa se agotó. El cineasta se volvió un remedo de sí mismo. Sus ideas políticas se habían reducido a una suerte de sketch televisivo. Poco después nos enteramos, gracias a Dolor y gloria (2019) que el cineasta manchego había sufrido una crisis de adicción a drogas duras. Ante semejante revelación, sus seguidores esperaban un regreso que anticipaban brillante y profundo; como el cine que filmó en los años de 1980 y 1990, cuando Almodóvar filmaba melodramas agudos, políticos y tan coloridos por fuera como lo eran, por dentro, sus personajes.
La espera cumplió. Madres paralelas (disponible en Netflix) cuenta la historia de dos mujeres de muy distinta generación que desarrollan una amistad entrañable mientras esperan en la sala de parto. Como sucede en el gran cine, la historia es un pretexto para hablar de cosas mayores, a saber: la verdad histórica. No se trata sólo de que Janis (interpretada con sobriedad y acierto por Penélope Cruz) quiera saber dónde están enterrados sus antepasados muertos durante la Guerra Civil Española, de lo que trata la película es de la necesidad de aprender la verdad por más que duela. Y claro, la verdad se conoce para decirse, para honrarla. Poco importa que nos afecte. Si queremos ser realmente políticos, parece decir Almodóvar, necesitamos honestidad.
En torno a este dilema (una honestidad dolorosa) emerge el conflicto entre estas mujeres. Milena Smit ofrece una actuación portentosa, sus ojos cambian ante Penélope Cruz, se llenan de la luz que le ofrece el cariño filial, la madre que encuentra por fin. Y, por supuesto, se politiza. Nadie en el cine ha conseguido, como Almodóvar, que un beso tenga semejante carga política y moral.
Madres paralelas marca el regreso de un hombre que ha sabido pitorrearse de los problemas del mundo, pero que aquí se nos presenta, incluso, meditabundo. Uno agradece, sin embargo, que permanezcan los enredos extravagantes, el melodrama punzante que se mueve entre lo sublime, lo tierno y lo irreal. Porque, si bien el director resulta mucho más mesurado y contenido, sigue llenándonos con imágenes repletas de afecto, sensualidad y sentido del humor.
Es cierto, Madres paralelas no va a producir en el espectador las carcajadas de Átame, de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón o de Mujeres al borde de un ataque de nervios. Todo esto ya quedó en el pasado, en el Almodóvar de los años de 1980. Siempre podemos volver a ese cine. Qué maravilla saber, sin embargo, que este director sigue encontrando las muchas caras que adquiere el deseo. Cuando Ana cruza el espacio entre su boca y la boca de la mujer que ama, uno exhala no solo por la hermosura del cuadro sino, sobre todo, porque se entiende que Almodóvar volvió.
Madres paralelas
Pedro Almodóvar | España | 2022
AQ