Mafalda: nuestra conciencia

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Aunque Quino dejó de publicarla en 1973, hoy en nuestra imaginería, aquella niña sigue representando nuestro talante político y social y, desde luego, feminista.

Aunque Quino ha fallecido, ‘Mafalda’ vive en el universo creado por su autor y adoptado por nuestras conciencias. (Ilustración: Román)
Anamari Gomís
Ciudad de México /

Mafalda apareció en 1964. Yo me acuerdo que en México comenzamos a leerla en los años setenta. Comprábamos los cuadernillos con la reunión de sus pequeñas, pero grandes historias. Digo grandes, porque la pequeña niña, algo parecida a La pequeña Lulú en el físico, nos ponía a los lectores a pensar seriamente. Mafalda es porque es, y volver a las tiras de Quino me devuelve la necesidad de observar constantemente el mundo, ese que Mafalda, convertido en su globo terráqueo de cabecera, se encontraba vendado y con el que hablaba mucho. Pobre mundo, después de 56 años no ha cambiado mucho. Continúa la pobreza, la injusticia, la desigualdad entre los sexos, las ansias de Manolito por convertirse de grande en un hombre rico, los deseos de algunas Susanitas por casarse y tener hijitos, como una manera de plantarse en la vida, la angustia y la procrastinación de muchos Felipillos, el compromiso social y a veces revolucionario de Libertad, tan chiquitita de tamaño, las preguntas filosóficas de Miguelito. Yo me identifico con él y con Felipe y, desde luego, con las preocupaciones de Mafalda, a la que ya no le tocaron el cambio climático, la pandemia, los gobiernos populistas de derecha y de dizque izquierda, que se abrazan de tanto parecerse y de tanto equivocarse.

En 1973 Quino decidió no continuar con Mafalda, el personaje que lo hizo famoso mundialmente. Fue un golpazo para nosotros, sus seguidores. La gran Mafalda había surgido cuando una agencia de publicidad contrató a Quino para realizar una versión de Peanuts, en la que muchos de los caracteres tuvieran un nombre que comenzara con M para promover una marca de electrodomésticos llamada Mansfield. Recordemos a la mamá de Mafalda, que aspira las alfombras de su departamento, que plancha y licúa alimentos. Y aquel universo creado por Quino fue creciendo cada vez. La sociología, la filosofía, el feminismo, la crítica social se apoderaron de la historieta, lo mismo que los anhelos de las clases medias, de las progresistas, representadas por Mafalda y Libertad, y de las que no se plantean otros asuntos más que sus aspiraciones inmediatas, como Susanita y Manolito. En Mafalda las situaciones que vivíamos los pequebú (pequeño burgueses) se reflejaban. Los progres acomodábamos nuestras inquietudes a veces, o muchas, subversivas, de grandes transformaciones sociales, a los asuntos tratados por Mafalda y sus amigos. Por eso la leíamos con fruición y deleite. Todos éramos Mafalda y como ella juzgábamos o interpretábamos, por ejemplo, el papel de la mujer, que tanto le apuraba a la pequeña niña argentina. Ella imaginaba a las mujeres a través del tiempo bordando, fregando los pisos, colgando la ropa recién lavada y pensaba que “la mujer, en vez de jugar un papel, ha jugado un trapo en la historia de la humanidad”. La dulce y joven madre de Mafalda —y el Guille, el hermanito chiquito de nuestra protagonista— siempre se sorprendía con las salidas de su hijita, lo mismo que el padre, un oficinista que ama a las plantas y a su familia, a la que cada año lleva de vacaciones a la playa.

A pesar de haber concluido con su tira de historietas sobre Mafalda, Quino recurre a ella en muchos otros momentos. Por ejemplo, amén de otras instancias, aparece en 1988, junto con Libertad, con motivo del día de los derechos humanos y del quinto aniversario de una Argentina democrática, libre de los siniestros militares de la Junta. Ahí Mafalda festeja la política acertada del presidente argentino Miguel Alfonsín. En 2008 nuestra niña argentina aparece en el diario italiano La Repubblica para criticar el discurso misógino del primer ministro italiano Silvio Berlusconi.

En las redes sociales, en nuestra imaginería, Mafalda continúa siendo nuestra conciencia política y social y, desde luego, feminista.

Mi feminismo, por cierto, se aviene al de Mafalda. Después de haber estudiado teoría literaria feminista anglosajona y francesa, primordialmente, la lectura de los textos literarios se transformó para mí. Sin embargo, no he sido una suerte de militante del feminismo sino más bien una observadora, lectora de Elaine Showalter, de Susan Gubar, de Luce Irigaray, de Judith Butler y de Malfalda… Estoy muy lejos de las feministas que pintarrajean monumentos y echan bombas molotov o acusan en #MeToo, con razón o sin ella, a diestra y siniestra. Creo, con el personaje maravilloso de Quino, que las mujeres deben participar plenamente en la vida política, intelectual y artística de cada país, con libertad y con la participación de los hombres. De lo contrario, ¿cómo? Pero esto es harina de otro costal. Releamos la gran historieta de Quino y pensemos, de nuevo y simplemente, en el mundo y sus tribulaciones.

AQ

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