Desde que aparece el rol de créditos uno sabe que Fincher está por introducirnos en un ensueño hollywoodense. Mank captura el espíritu de aquel tiempo en que Estados Unidos inundaba al mundo con Casablanca, El mago de Oz, Lo que el viento se llevó… Y El ciudadano Kane. Mank es la historia de cómo se escribió esta última y es, además, la mejor película producida para streaming desde Roma, de Alfonso Cuarón.
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En Mank, Fincher confirma que la nueva normalidad transforma al cine, pero no lo limita. Durante una escena, Hearst espeta entusiasmado: “estamos por vivir una nueva edad dorada”. Es la voz profética de Fincher, un hombre que ha sabido adaptarse como pocos a las nuevas formas de hacer arte audiovisual. Porque el director no sólo revolucionó el negocio de la distribución, es también como aquellos grandes que dieron el salto entre el cine mudo y el cine sonoro. Con ellos comparte la capacidad de traer a un nuevo formato la tradición.
Todo esto es evidente en el modo en que David Fincher recrea (basado en un guión de su padre, Jack Fincher) el tiempo en que se escribió El ciudadano Kane. Como se sabe en torno a la creación de ésta, que ha sido considerada durante muchos años la mejor película de Hollywood, los eruditos suelen discutir: ¿quién es realmente el genio detrás del guión? En 1971 Pauline Kael escribió en The New Yorker un largo artículo en el que, en pocas palabras, sostenía que la autoría de El ciudadano debía atribuirse a Herman Mankiewicz. Y que Orson Welles se había apropiado de la autoría del libreto en un puro afán de notoriedad. Las respuestas no se hicieron esperar. Después de todo, Welles es una suerte de héroe nacional en Estados Unidos.
El artículo de Kael ha seguido desatando polémicas que hoy reviven con esta película de Fincher. Sin embargo, como en todas las obras de arte (incluido, claro, El ciudadano Kane) el argumento resulta trascendido por la forma. Justo por ello Fincher decidió ofrecer a su film el aire de una vieja película en la que Welles mismo aparece como una suerte de Nosferatu, un muerto viviente. No es una referencia casual, la técnica del claroscuro que tanto influyó la fotografía en los años de 1940 se inspiraba en el neorrealismo alemán, un movimiento con el que Fincher, según demuestra su filmografía, tiene grandes afinidades. Y aunque Welles no es exactamente un asesino (como los que tanto atraen al director) sí que es como un Nosferatu que extrae de su guionista, alcohólico y decadente, la sangre creativa que necesita para vivir.
Mank es, además, una película entretenida. Las escenas en los estudios transcurren como libro de referencias en el que todos los grandes tienen su sitio, desde Louis B. Mayer hasta Irving Thalberg. “Tenemos que hacer que la gente vaya al cine” dice uno de ellos, pero Fincher parece no estar de acuerdo. Porque, lo dicho, sus últimas películas no se hacen para el cine sino para el internet.
Para hacer una gran obra es necesario un gran tema. El de El ciudadano Kane es la incapacidad de amar. Más que por cualquier otro rasgo de carácter, El ciudadano reprocha a Kane esta incapacidad. Resulta notable, por eso, que en Mank suceda lo mismo: Herman Mankiewicz está enamorado de una mujer, pero ella no le hace caso. Entonces él decide por despecho, escribir un guión en el que se burla de ella. El escritor termina así transformándose en lo que más odia, un hombre incapaz de amar. Como si el guión de Mank y el de Citizen Kane fuesen dos variaciones de un mismo tema.
AQ