La mansión del horror

Al margen

Nórdica Libros puso en circulación recientemente una edición ilustrada de uno de los cuentos más celebrados del legendario escritor estadunidense.

Portada de 'La caída de la casa Usher'. (Nórdica)
Alma Gelover
Ciudad de México /

Julio Cortázar tradujo, entre 1953 y 1954, los relatos y ensayos de Edgar Allan Poe. Era uno de sus autores favoritos y decía que, de niño, leyéndolo, sumergiéndose en el espanto o la zozobra de sus historias, aprendió “lo que es la gran literatura y lo que es el cuento”.

Nórdica Libros puso en circulación recientemente una edición ilustrada de uno de los cuentos más celebrados del legendario escritor estadunidense: La caída de la casa Usher, publicado por primera vez, como señala la contraportada, en la revista Burton’s Gentleman’s Magazine en 1839, fue considerado por el propio Poe como el más logrado de su producción.

En pasta dura, con las ilustraciones de Agustín Comotto y la traducción de Francisco Torres Oliver, La caída de la casa Usher, como “gran literatura”, de acuerdo con Cortázar, mantiene intacta su potencia. Escrito en primera persona, es un viaje a las profundidades de la soledad y el sufrimiento, a las ruinas de unas vidas que transcurren en una mansión vieja, deteriorada, oscura. Después de un largo trayecto a caballo, el narrador llega a esa casa que lleva el apellido de sus propietarios. “No sé por qué, nada más ver el edificio me invadió una insoportable tristeza”, escribe antes de emprender la minuciosa descripción de la construcción de “muros fríos”, “ventanas de miradas vacías”, rodeada de hierbas, unos pocos árboles con el tronco podrido y un “pequeño lago, negro y sombrío”.

Al entrar, guiado por un criado igualmente viejo, la impresión no cambia: “Sentí que respiraba un ambiente de tristeza. Una atmósfera de severo, profundo, irremediable desaliento lo impregnaba todo”, dice el narrador. Su amigo, llamado Roderick, lo espera; es un hombre enfermo, macilento, con “un color de piel cadavérico”. Vivía en esa casa en compañía de su hermana Madeline, también gravemente enferma. Eran los últimos de una estirpe que se prolongaba siglos atrás, de una familia afectada por la maldición de los nervios. Roderick está consciente de esto, adivina la proximidad de su muerte y dice: “En este estado de abatimiento, de debilidad, presiento que llegará, tarde o temprano, la hora en que deba abandonar la cordura y la vida, en lucha con el terrible fantasma: EL MIEDO”.

La caída de la casa Usher es una obra maestra habitada, desde las primeras hasta las últimas líneas, por el desasosiego, con una tensión permanente y un final que no hace sino incrementar la conmoción de asomarse a los abismos del alma humana.

AQ

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