La ética del arte visual está en el cuadro, en eso que el artista quiere que miremos. Y lo que no. Manto de gemas (disponible en MUBI) trasciende la visión morbosa que se ha ido constituyendo en lugar común, tanto en la prensa como en el cine mexicanos. Y es que la banalización de la violencia se ha convertido, con tanta denuncia, en aburrimiento ante el mal.
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La cosa fastidia más porque, para ver cosas terribles no es necesario ver una película, basta con un clic de internet y hemos perdido el sueño. Pero Natalia López ha conseguido con un tema difícil, en su ópera prima, una seductora mezcla entre arte visual y arte narrativo.
Manto de gemas comienza con un elegante juego en que la exposición de la cámara se ajusta poco a poco hasta que alcanzamos a ver un árbol. Estamos en la campiña. Con ritmo pausado comienza la narración. Un hombre está cortando madera. Desde la ventana lo mira una mujer detrás de la cual hay otro hombre quien, asumimos, es su marido. Este intenta hacerle el amor de modo violento, pero ella se zafa y él se enoja. Lanza al suelo una silla. Nosotros, que nos hemos quedado fuera de la ventana, no necesitamos de otro sonido que no sea el machacar del leñador y el ruido de la campiña para saber que la protagonista de Manto de gemas es una mujer que desea que el amor sea algo más.
No es este el único momento en que Natalia López consigue posicionarse en el mejor sitio para contar su historia. Cuando sabemos que la directora está contando una película que gira en torno a la violencia de los secuestros y el narco, uno teme haber sido atrapado por una escalada de morbo al estilo de Heli, esa celebrada obra en que Amat Escalante mostró en desnudo frontal a un menor de edad a quien le queman los genitales.
Pero no. Al otro extremo del morbo sin porqué, la cámara de Natalia López, justo a la mitad de la obra (cuando nos enteramos de que a la protagonista le gusta que le peguen, pero que le peguen bien) la cámara sale de campo y, como siguiendo las ideas de André Bazin, comienza a evadir la brutalidad que corrompe a la sociedad mexicana. Esa en la que tanto se han regodeado quienes quieren llegar a Cannes. La protagonista ha sido golpeada, pero la directora retrata una ensalada que la mujer come junto a su mamá y confirma que el horror es peor cuando sólo lo imaginamos.
Es relevante el hecho de que Natalia López no haya necesitado regodearse en el morbo y que se concentre en construir personajes. Tanto así que, llegado el momento climático, el cuadro se enfoca en el estéreo de un auto y escuchamos una canción de Mocedades. ¿Acaso la mujer que quiere ser golpeada va a recibir lo que ha estado deseando? Aquí hay algo que queda a la interpretación.
Por otra parte, no es que Natalia López haya encontrado el secreto del agua tibia. Shakespeare, en Macbeth, cuenta el asesinato de Duncan fuera de escena, pero en su caso lo hace para desafiar las convenciones teatrales en torno al espacio y el tiempo. Natalia López parece hacerlo más bien por una cuestión de ética. Si en el extranjero, sobre todo en Cannes, se celebra a un cine cada día más explícito, la directora de Manto de gemas parece negarse a seguir siendo cómplice de la violencia. Y no la reproduce.
El cambio de enfoque para retratar el tema del narco en México no implica un regreso al teatro clásico sino más bien una postura ante el mal. Fastidiados de la nota roja podemos encontrar sosiego en esta película en que vemos lo suficiente para ser testigos de aquel horror.
Manto de gemas
Natalia López | México | 2022
AQ