Afirma el filósofo español Manuel Cruz que las dos grandes visiones del mundo, la del liberalismo y la del socialismo, ambas herederas de la modernidad, han fracasado y, a partir de este hecho, se han desmentido sus principales hipótesis. En cierto modo, sostiene, estos dos brazos de la modernidad han visto fracasadas sus expectativas y a partir de ahí, el surgimiento de nuevos planteamientos es sin duda una tarea pendiente que Cruz analiza en su más reciente libro, Resabiados y resentidos. El eclipse de las ilusiones en el mundo actual, en el cual argumenta que la categoría que mejor define el momento actual es la de incertidumbre, porque no sabemos, indica, cómo va a terminar una partida que, observa, está en el aire.
En entrevista con Laberinto, Manuel Cruz —autor de obras como La tarea de pensar, Las malas pasadas del pasado, Adiós, historia, adiós, Ser sin tiempo, El virus del miedo o El Gran Apagón. El eclipse de la razón en el mundo actual— expone que lo delicado de la situación actual es que “podría derivar hacia el apocalipsis o podría derivar hacia una sociedad que dispone de medios suficientes para acabar con males que nos han estado azotando durante toda la Historia, porque en este momento no cabe duda de que la Humanidad podría suicidarse como especie, pues tiene medios para hacerlo, pero también tiene medios para acabar con las hambrunas, con las enfermedades, etcétera. Así que las dos cosas son ahora materialmente posibles. ¿Y de qué va a depender ese futuro? Pues dependerá de la acción humana, no del destino ni de ninguna fatalidad”.
En su nueva obra, publicada bajo el sello de Galaxia Gutenberg, Cruz (Barcelona, 1951) utiliza la famosa metáfora de Walter Benjamin del ángel de la Historia, el cual, inspirándose en un cuadro de Paul Klee, avanza mirando hacia atrás viendo que deja una montaña de escombros. “Yo intento introducir una pequeña rectificación en esa metáfora y digo que los escombros no están en el pasado, sino que son el presente: vivimos entre escombros. Y los escombros son los de los dos grandes edificios teóricos en los que estuvimos habitando durante todo el siglo XX”.
Porque “habitar entre escombros” significa, explica el autor, “no que tengamos que pensar absolutamente todo de nuevo, sino que nos hemos de plantear qué nueva construcción, a partir de los materiales existentes, somos capaces de levantar. Por ejemplo, hay categorías que en los discursos heredados jugaron un papel fundamental y sin duda podemos utilizar o reutilizar; pongamos por caso el concepto de libertad, que ha sido utilizado y en muchos casos malinterpretado por el liberalismo, lo cual no significa que el concepto de libertad no tenga ningún valor, o categorías como el respeto, que es una categoría que nos la hemos encontrado habitualmente en discursos de signo conservador; pero todo ello no significa que no quepa un uso útil, válido, correcto, de esas categorías. Entonces si hablo de escombros no significa que esos escombros sean basura.
¿Y cómo se han falseado los conceptos?
Tengo que aclarar que yo utilizo la palabra falsación en el sentido de Karl Popper: probar que algo es falso. Esto en la filosofía de la ciencia del siglo XX ha tenido mucha importancia. Nosotros rechazamos una teoría cuando la ponemos a prueba en el mundo y se acredita que es falsa, que no funciona. Y esto es lo que ha pasado con las dos grandes visiones del mundo. Una, la visión de inspiración marxiana, queda falseada con el hundimiento del imperio soviético; es decir, que toda una forma de entender no solamente la sociedad, sino la política, la ética, la ciencia, queda acreditado que no funciona con la caída del muro de Berlín; pero a continuación se abre lo que yo denomino un interregno entre dos siglos, porque a mi juicio el siglo XXI no empieza con la caída del muro, sino en el 2008 con la gran crisis económica, porque ésta prueba la falsedad de unos determinados argumentos, como el de un cierto liberalismo al que le gustaba ese eslogan de que la sociedad se debía organizar sola, con un Estado mínimo que apenas interviniese, y eso es lo que aplicado en sentido estricto da lugar a la catástrofe económica del 2008, la ausencia de control sobre los capitales, sobre la especulación, etc., y que hace que en ese momento una concepción del mundo quede falsada. Así que ahora ya no estamos ahí, ahora ya nadie se atreve, ni el político más neoliberal, a decir que el presupuesto de la sanidad debe reducirse al máximo, y que si la gente quiere una cobertura sanitaria se pague su propia mutua, porque eso hoy nos parece absoluta barbaridad; pero ese tipo de cosas se estuvieron diciendo desde la caída del muro de Berlín hasta 2008, cuando había muchos neoliberales que afirmaban estas cosas, y en el 2008 se acreditó que no podíamos prescindir del Estado. Entonces lo que ocurrió durante la segunda década del siglo XXI no hizo más que reforzar esta idea, y pienso en concreto en el caso de la epidemia del covid-19, que acreditó que cosas como la sanidad pública no se pueden dejar en manos privadas de ninguna manera. Así que no puede haber ausencia de controles públicos, porque la sociedad por su cuenta ante situaciones de ese estilo no se puede autorregular.
Escribe usted que hoy no sabemos cómo hacer continuar la Historia. ¿Cómo podríamos hacerla continuar entonces?
Hay una cosa que en este momento parece clara: si vemos el contraste entre los planteamientos filosóficos de la derecha y de la izquierda, vemos que se ha producido una inversión muy curiosa: en filosofía, en el siglo pasado, la contraposición entre la derecha filosófica y la izquierda filosófica era bastante clara: la izquierda estaba representada por un marxista como Georg Lukács y era la que hablaba de totalidades, mientras que la derecha, representada por Karl Popper, utilizaba la expresión de ingeniería social fragmentaria; es decir, uno hablaba de transformar el conjunto de la sociedad, y el otro de llevar a cabo pequeñas reformas. Uno, podemos decir, era revolucionario, y el otro meramente reformista. Hoy la situación se ha invertido: hoy los únicos sectores que tienen planes para el conjunto de la sociedad, con independencia de que nos gusten o no, de que nos parezcan disparatados o no, son sectores de la derecha. En este momento personajes como Donald Trump, a nivel global, o en su país gentes como Javier Milei, están planteando un modelo de sociedad que quieren que sea distinto, y frente a eso, la izquierda está planteando algo así como pequeñas luchas en pequeños ámbitos: las mujeres, sectores ecologistas, etc. Entonces, paradójicamente, la mirada global la tiene la derecha, y la mirada más particular y reformista, es de la izquierda. En todo caso, hay algo que debemos decir: la tendencia a considerar lo contingente como necesario es una cosa muy arraigada en el pensamiento humano. En filosofía solemos definir lo contingente como algo que puede ser de otra manera, y necesario lo que no puede ser de otra manera. Así que nuestra tendencia actual a considerar que lo que está pasando va a durar siempre, que no va a cambiar nunca, está profundamente arraigada, y por tanto en este momento la tendencia a decir lo mal que va el mundo o que no hay forma de acabar con el capitalismo, etc., en la izquierda es muy frecuente, y más en este momento. Pero creo que deberíamos ser más prudentes, entre otras cosas porque la Historia nos va mostrando que muchas de esas afirmaciones que se planteaban como afirmaciones de futuro, luego no se cumplen, y no se cumplen ni las de un signo ni las del otro, como se demostró con las afirmaciones de Francis Fukuyama, quien hizo una prospectiva respecto al futuro del mundo en el año 90 y dijo que no había modelo superior al del capitalismo y por tanto solo asistiríamos a pequeñas reformas de detalle para perfeccionar el modelo; pero ahora anda escribiendo libros casi pidiendo perdón por lo que dijo, porque es evidente que no fue así y en este momento, a diferencia de lo que dijo de que el mercado era superior en lo económico y la democracia liberal en lo político, ahora nos encontramos con que la locomotora del capitalismo es un país que no es democrático, como China, y eso impugna por completo lo que dijo Fukuyama. Y así hay muchas otras ideas que cometieron el error de considerar lo contingente como necesario. Por eso yo digo al final de mi libro que no estoy ni a favor del optimismo ni del pesimismo, y creo que la categoría que corresponde hoy utilizar es la de incertidumbre, porque no sabemos cómo va a terminar la partida.
En México hay ahora un gobierno que se postula de izquierda y habla de una Cuarta Transformación con un discurso aparentemente nuevo, ¿hacia dónde considera que podría evolucionar ese nuevo discurso?
Por un lado la propia contraposición de lo nuevo con lo que no lo es, es algo que está lejos de ser obvio. Por el hecho de que alguien se autoproclame nuevo, o diga que sus propuestas son nuevas, eso no significa que lo sean. En el fondo, no hay discurso más antiguo que el discurso acerca de la novedad; es algo que se repite de forma recurrente a lo largo de la Historia. Por otra parte, hay que constatar que la política representativa, la política democrática clásica, en todo el mundo, no solo en México, está siendo severamente cuestionada. La crisis de la representación no es ni mucho menos una crisis menor, y no es local, sino global, igual que hay fenómenos como la polarización o la crispación política que se dan en contextos absolutamente diferentes, lo que significa que hay cosas que son profundamente estructurales, y una de ellas es el ocaso de la imaginación política, porque la imaginación es el anticipo del futuro, y entonces lo que ocurre es que hoy no sabemos cómo pensar el futuro porque esas dos grandes concepciones del mundo que han sido falsadas, eran las que nos proporcionaban discursos, categorías, etc. Cuando alguien pensaba, desde un punto de vista de izquierda, por ejemplo, se desprendía una ética, una forma de entender la sociedad, la solidaridad. Y ahora resulta que todo ese discurso ha caducado, y el problema no es que no tengamos valores, el problema es que no sabemos cómo fundamentarlos. Por eso hay algo que puede parecer irónico pero que es muy interesante: cuando yo oigo a alguien decir que es una persona con valores, pienso que sin duda esa persona es de derecha, y eso no significa que la izquierda no tenga valores, sino que la izquierda ahora no sabe cómo legitimarlos, cómo fundamentarlos, cómo argumentarlos, porque la vieja manera heredada de fundamentarlos le ha caducado, así que sí tiene valores pero no sabe cómo justificarlos en público. En cambio, las personas de derecha que tienen por ejemplo convicciones religiosas, tienen muy claro asuntos como qué es el bien, que para ellos es un conjunto de valores de toda una comunidad que comparte con ellos creencias religiosas, y ya está. Mientras que el agnosticismo, por ejemplo, obliga a un replanteamiento. Esto no significa que no haya manera de fundamentar los valores de la izquierda, claro que la hay, y pasaría por ejemplo por la idea de que estar en contra del sufrimiento injusto no necesita una concepción del mundo trascendental, pues uno puede decir que cree que funciona mal una sociedad basada sobre el sufrimiento de una parte de los ciudadanos, y no hace falta que yo crea en Dios para querer una sociedad justa, no hace falta una concepción de la Historia trascendental. Pero, insisto, este tipo de cuestiones están generando un impasse a la izquierda.
Esto nos deja en una situación de resabio y resentimiento. ¿Es ese nuestro futuro?
Quisiera señalar que no se trata de las personas, sino de un ambiente, que a mi juicio es pesimista, y eso no es contradictorio con que las personas, individualmente, quizá sean optimistas. Pero son dos categorías distintas. Resabiados y resentidos hace referencia a lo que podríamos denominar “estados de ánimo sociales”. Y no necesariamente es ese nuestro futuro, porque el resentimiento tiene que ver con una percepción generalizada de estar siendo víctimas, y en nuestra sociedad el resentimiento se da a todos los niveles; el resentido desheredado se siente así porque tiene la sensación de que los poderes públicos le han abandonado, de que la sociedad es injusta. El que está un escalón por encima, aunque siga siendo un favorecido, ya está resentido porque tiene la sensación de que los poderes públicos se ocupan más del último que del penúltimo. Hoy en muchos países la agenda pública la domina la inseguridad, la violencia y la inmigración, y esto explica que en países como Estados Unidos, por ejemplo, pueda haber un voto de minorías en principio no las más ricas que votan a Trump, porque podrían tener la sensación de que las administraciones demócratas se ocupaban más de los recién llegados que de ellos; pero eso también pasa en las clases más altas, que se sienten penalizadas por el hecho de ser más ricos. Así que el resentimiento lo encontramos en absolutamente todas partes. Y esto se debe a que el mecanismo de la representación no funciona. Si la política funcionara y los ciudadanos tuvieran la sensación de que el poder político tiene una línea determinada, de que se dirige a ellos y tiene un modelo de sociedad que quiere corregir unas determinadas injusticias, ese sentimiento no se daría. Pero hoy como no hay visiones del mundo globales, las formaciones políticas apenas consiguen ofrecer horizontes de nuevas sociedades. Las formaciones políticas, más allá de su retórica, viven al día. Y eso genera esta desafección ciudadana en términos de resentimiento.
¿Cuál sería entonces el mejor horizonte a la luz de lo que ha señalado?
Un horizonte en el que se restableciera una concepción abierta, solidaria y fraterna de comunidad, y un horizonte en el que lo que se pusiera en primer plano sea intentar ir remediando las diversas formas de malestar que hoy lo inundan todo.
En ese contexto, habría que agregar el tema de cómo resolver la violencia y la corrupción que genera un fenómeno que permea todas las sociedades como es el del narcotráfico.
Habría que ser muy prudentes con cada realidad nacional. Sin embargo, hablando del cómputo total de muertos, de víctimas, hay que mencionar que una cosa es el problema material de la violencia, la necesidad que tiene la sociedad de dotarse de los medios para defenderse de ese mal, y otra cosa es el discurso político que puede generar la violencia. En España tuvimos una violencia muy presente y que desestabilizaba enormemente nuestra sociedad con el terrorismo. Y vimos muy claro que más allá del brutal daño material y personal que puede generar esa violencia, luego hay un efecto moral sobre la sociedad que es muy delicado y sobre el que hay que trabajar muy bien. Y ahí es importante estar prevenidos frente a quienes intentan rentabilizar políticamente la violencia, porque eso le hace mucho daño a la sociedad. Creo que hay cosas en las que por más que se les atragante a muchos políticos, es necesaria la unidad de todas las fuerzas políticas y solo así se pueden afrontar determinados problemas. En el momento en que una fuerza política relevante deserta de esa unidad contra algo que es inequívocamente un mal, un daño para toda la sociedad, en ese momento la sociedad empieza a debilitarse. Y eso hay que tomárselo muy en serio. Luego se pueden añadir otros discursos, como las condiciones sociales y materiales que hacen posible que surja determinada violencia. Pero tengamos mucho cuidado en no convertir eso en una legitimación. Hay casos de violencia en que un adolescente lleva a cabo un atentado precisamente porque es inimputable. Y ese chico sin ninguna duda pertenece a una familia desestructurada, sin recursos, pero además de la represión hay que hacer cosas para que esa base de la que se sirve el narcotráfico no tenga que hacerlo. Pero no confundamos eso con la legitimación, porque sería un gravísimo error.
AQ / MCB