Felguérez, aquel 'boy scout'

Memoria

Conocido en la organización como Rey Zorro, dominaba más de 13 especialidades; fue en aquellos días, como cuenta Ibargüengoitia, cuando halló su vocación.

De izquierda a derecha: Felguérez, persona no identificada y Jorge Ibargüengoitia. (Archivos Manuel Felguérez-Trevor Rowe/ CNL-INBAL)
Arturo Reyes Fragoso
Ciudad de México /

Nunca podré hacer la siguiente presentación editorial como la contemplaba.

Antes que el mundo se paralizara por el covid-19, alcancé a entregarle a los encargados del Museo Universitario de Arte Contemporáneo un ejemplar de la nueva edición de Dos artistas en pantalón corto. Ibargüengoitia y Felguérez, scouts que apenas a finales de enero presentara en el patio del Palacio de los Poderes de la ciudad de Guanajuato, sin los tumultos habituales del Festival Cervantino. La intención era realizar la siguiente presentación en el mismo espacio donde, hasta el pasado mes mayo, estaría montada la espectacular exposición retrospectiva de uno de los personajes abordados en el libro que, para mi sorpresa y orgullo, volvía a circular, ahora con el sello del Instituto de Cultura de Guanajuato, 17 años después de su primera edición. Aunque sin duda el mérito era más atribuible a la importancia entremezclada con una buena dosis de simpatía y cariño del medio cultural hacia los personajes abordados a través de sus correrías juveniles.

Ya les había expuesto a los encargados el principal “gancho” para realizar la presentación dentro del recinto de la Zona Cultural de Ciudad Universitaria: la presencia del propio Manuel Felguérez, cómplice de Ibargüengoitia cuando ambos portaban uniforme scout, lo mismo en México que en Europa, como lo narra deliciosamente el escritor guanajuatense en “Falta de espíritu scout”.

Imaginaba la afable figura de don Manuel —como terminé por llamarlo las veces que fui a verlo para que compartiera sus recuerdos juveniles, con una mezcla de respeto y aprecio—, con su habitual sonrisa dibujada en el rostro, instalado en el lugar de honor de aquella proyectada presentación, ahora irrealizable. Una sonrisa que seguro se acentuaría al descubrir la ampliación de su fotografía “oficial” scout que suele aparecer en sus exposiciones y publicaciones biográficas, donde posa con su mirada fijada al infinito y el uniforme cuajado de insignias, y que seguramente hubiéramos colocado en el recinto, y a la que le hubiera pedido al público reunido dirigir su vista al momento de leer el texto que acompañaba la imagen de Rey Zorro, sobrenombre con que se diera a conocer durante la adolescencia dentro del ámbito scout, la primera vez que apareció publicada en 1943, en las páginas de la revista Escultismo, en un pequeño artículo con el rimbombante título de “Scout Especialista… en Especialidades”:

Manuel Felguérez, cuya firma scout es Rey Zorro, pertenece al Grupo 3 de México, y es el Guía de la Patrulla “Zorros”. Su antigüedad data del año de 1937 [un año después de lo que el propio aludido señalaba], y apenas llega a la edad de 13 años. Ostenta las insignias de 3ª y 2ª y 1ª Clase.


En las mangas de su camisola lleva adheridas, como en parte puede apreciarse en su retrato, las pruebas de haber salido victorioso en las “especialidades” de Ambulante, Campista, Ciclista, Cocina, Cómico, Colonizador, Encuadernador, Enfermero, Explorador, Habilidoso, Localizador, Naturalista y Topógrafo.


En total, trece especialidades en su haber, bien ganadas, y cuando se lean estas líneas posiblemente ya esté luciendo además la de Cordelero, pues cuando entró en prensa nuestra edición, estaba listo para sustentar su examen y presentar sus pruebas.


Felguérez tiene otro “chiste” más; toca tan bien el tambor que parece que toda su “larga” vida no ha hecho más que redoblar en el parche de las cajas de guerra.

Scout, especialista en especialidades 

(Archivo personal de Manuel Felguérez)


Por supuesto que me habría referido al periplo europeo realizado con motivo del Jamboree francés relatado por su amigo guanajuatense, y que se extendería por Italia, Suiza e Inglaterra con otros integrantes de la delegación “alterna” que organizaran ante la indignación de las autoridades scouts mexicanas, alojándose en los hogares de las amistades forjadas durante la máxima reunión mundial del movimiento fundado por el flemático e imperialista lord Baden-Powell.

No me aguantaría las ganas de recalcar que a Felguérez e Ibargüengoitia no los corrieron de la Asociación de Scouts de México, como se asienta en “Falta de espíritu scout”, una narración donde la malicia literaria de su autor le permitió deslizar elementos autobiográficos, sin dejar de ser una ficción de una manera tan eficaz que, a la fecha, muchos scouts de la “vieja guardia” le tienen tirria al guanajuatense por la “denigración” que realiza de la organización scout mexicana, celebrada a la fecha por infinidad de lectores, al grado que llegarían a correrme por algún tiempo de la misma agrupación a la que pertenecieron los personajes aquí evocados, por la impertinencia de utilizar una ibargüengoitiana cita como epígrafe de un primerizo libro de cuentos scouts de mi autoría, publicado tres décadas atrás.

Felguérez todavía asistiría a otra reunión mundial scout, celebrada dos años después del Jamboree francés, ahora en Noruega, de donde se trasladaría hasta París pedaleando en bicicleta una vez acabado el evento, para iniciar su formación artística en la Academia de la Grande Chaumière y los talleres de Ossip Zadkine y Constantin Brancusi. Tampoco hubiera dudado en releer lo escrito por Ibargüengoitia en 1957, para la semblanza de su talentoso amigo publicada en la Revista Mexicana de Literatura:

Lo conocí hace mucho, en una época en que realmente éramos demasiado jóvenes; poseedor de libertades que no eran las mías y que yo, con cierta vergüenza, consideraba poco aconsejables. Amaba a los animales y este amor lo llevaba a cometer terribles crueldades con ellos: su casa estaba atestada de mil especies de arañas, mariposas y pinacates, cada uno de ellos traspasado por un alfiler; en una jaula vivían ratones blancos, en la zotehuela un tigrillo trataba de arañarme al pasar, y en el vestíbulo, junto al medidor de luz, dormitaba una lechuza. El resto de la casa era porfiriano. Era un pésimo taxidermista y sus ejemplares terminaban siempre disolviéndose en un envejecer pútrido. En 1947, en Londres, durante un atardecer, lo vi dibujar un paisaje rudimentario, que resultó ser, para mi sorpresa, el principio de una de esas rarísimas vocaciones firmes.

Y, sobre todo, no hubiera dejado de releer con la misma emoción que me generara dos décadas atrás, lo que el propio Felguérez me contaría en su estudio arriba de San Ángel, mientras rellenaba parsimoniosamente su pipa, sobre el momento en que experimentó aquella epifanía en la capital británica:

—Una tarde, el día anterior de venirnos a México —relata a su vez Felguérez quien, junto con Ibargüengoitia, se alojaba en aquel momento en el Discovery, el barco utilizado por el infortunado capitán Scott para sus expediciones antárticas, fondeado bajo el puente de Waterloo, donde se exhibía como un museo flotante administrado por los scouts ingleses—. Ya había visto en la National Gallery la obra de un pintor que se llama Turner: pinta como brumas. Entonces al ver la realidad un poco relacionada a la pintura y ver un atardecer bellísimo en el Támesis, bajé corriendo al camarote, agarré un cartoncito y lápiz e hice un dibujo de lo que estaba viendo, lo firmé y dije: “Bueno, pues ya soy artista. Ahora hay que aprender, pero por lo pronto ya”.

Seguro remataría mi intervención con la anécdota de lo que atestiguara durante la presentación de la primera edición del libro, en noviembre de 2003, cuando don Manuel —nuestro invitado de honor junto con Joy Laville, la viuda de Ibargüengoitia fallecida apenas dos años atrás— se encontró afuera del auditorio del Centro Universitario México, la escuela marista donde estudiara al igual que el autor de La ley de Herodes, a Fernando Soto-Hay y Germán Olagaray, otros dos compañeros scouts que no veía desde hacía más de medio siglo, y a quienes les bastaron unos minutos para recordar, con la alegría reflejada en sus rostros, las actividades compartidas durante su juventud, igual en los campamentos nacionales a los que asistieron como al propio Jamboree francés.

Platicaban como si apenas se hubieran visto la semana anterior, al terminar la reunión sabatina.

Felguérez en al Campamento Nacional Scout de Bosencheve, 1941.

(Archivos Manuel Felguérez-Trevor Rowe/ CNL-INBAL)


Arturo Reyes Fragoso nació en la Ciudad de México en 1967. Es periodista y autor de Dos artistas en pantalón corto. Ibargüengoitia y Felguérez, scouts (2ª ed., Ediciones La Rana del Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato, 2020).

ÁSS

LAS MÁS VISTAS