La estirpe de Monelle

Escolios

Exploramos los clásicos que Marcel Schwob legó al mundo, en especial El libro de Monelle, su obra más confesional.

El escritor francés mezcló las certidumbres de la rutina con el vértigo del riesgo y los placeres, la violencia y la aventura
Armando González Torres
Ciudad de México /

Suele todavía hablarse de los irreconciliables antagonismos entre la literatura erudita y la literatura vitalista: se supone que la primera florece entre muchos libreros, aderezada con un poco de ocio e imaginación; mientras que la segunda se alimenta de esa acción pura que incluye viajes, testimonios de guerra, amores locos o excesos de toda índole.

En Marcel Schwob (1867-1905), ese elusivo autor que legó clásicos de la “literatura menor” como La cruzada de los niños y Vidas imaginarias, se mezclan la erudición y los olores fuertes de la vida, las certidumbres de la rutina con el vértigo del riesgo y los placeres, el amor a los clásicos con el gusto por los giros negros, la violencia y la aventura.

Su propia biografía de hombre rico y enfermo, poseído, sin embargo, por arrebatos que lo llevaban a viajar a la Polinesia para realizar un homenaje literario o a frecuentar burdeles y ambientes patibularios ilustran esta rica superposición entre vida contemplativa y desesperado vitalismo. Su muy conocido El libro de Monelle, publicado en 1894, es el más confesional del autor y transfigura uno de los episodios de la trayectoria arrabalera de Schwob, en una enigmática parábola literaria.

​A sus veintitantos años, el escritor se enamora de una desventurada y bondadosa joven que, entre otros oficios, había ejercido el de la prostitución, y que, al poco tiempo de su relación, muere de tuberculosis. A partir de esa pérdida, Schwob escribe una suerte de elegía que revive el arquetipo de la mujer pública como fuente de sabiduría y consuelo de las almas. Se trata de la crónica de un duelo, pero también, como es habitual en Schwob, de un diálogo con diversas tradiciones literarias, desde la escritura evangélica hasta la literatura infantil, particularmente los cuentos de Charles Perrault.

El libro de Monelle se divide en tres partes: “Palabras de Monelle”, donde, con una lírica hermética y fragmentaria, se recoge la “doctrina” de Monelle; “Las hermanas de Monelle”, en la que Monelle, a través de breves relatos de gran intensidad lírica y estremecedora crueldad, se desdobla en poco más de una decena de personajes; y “Monelle”, que vuelve a su personaje una especie de profeta de la inocencia y la compasión infantil. A través de este conjunto de aforismos y relatos, Monelle y sus hermanas representan el candor, la sinceridad y la pureza, pero también la ambición, la malevolencia y la envidia. En la perturbadora ambivalencia de esta escritura, la piedad y la perfidia deambulan juntas y el sacrificio altruista y ejemplar de alguna de las hermanas de Monelle se alterna con la maldad gratuita de las otras.

El libro de Monelle muestra un universo delirante, entre lo púber y lo impúber, regido por las leyes del juego y la fantasía, por el sabor de las golosinas y el brillo de las baratijas, y Monelle y sus hermanas prefiguran, con su atrayente y misteriosa volubilidad, a las adolescentes fatales de la literatura del siglo XX.


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