En un artículo reciente, Moisés Naim cita la Carnegie Endowment for International Peace, una organización según la cual en 2023 han aparecido más protestas que nunca en todo el mundo. De acuerdo a sus datos, el año pasado aparecieron manifestaciones nuevas en ochenta y tres países. Algunos lugares que no habían visto marchas callejeras en los últimos años (por ejemplo, Suecia, Dinamarca, Noruega, Irlanda) entraron a la lista de países con protestas frecuentes. Las motivaciones son numerosas. Corrupción, inseguridad, violencia y también, vaya, defensa de la democracia. La desigualdad también es una fuente de tensión en muchos países.
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Las manifestaciones como fenómeno social son en realidad un asunto nuevo en la historia de la humanidad. En su libro La manifestación. Cuando la acción colectiva toma las calles (Siglo Veintiuno, 2015), Olivier Fillieule y Danielle Tartakowsky señalan las primeras manifestaciones bajo la forma de la protesta. Los autores registran el inicio del siglo XIX en Europa y Estados Unidos como el bautismo colectivo de las marchas en el sentido moderno. En la era de las comunicaciones rápidas, la lucha por el espacio público ya es una forma del poder.
Hoy hay protestas de todo tipo en el mundo. Una de ellas es la de los agricultores europeos que han usado sus tractores para cercar ciudades, interrumpir carreteras, cortar las fronteras. Esta semana tomaron otra vez el centro de Madrid. A ellos se han unido los pescadores que repartieron mil bocadillos de calamares durante la protesta. Pero no se trata sólo de la situación económica. Hace poco miles de ciudadanos alemanes salieron a protestar contra la xenofobia de un partido como el AfD (Alternativa para Alemania) que con el apoyo de los neonazis ha prometido deportaciones masivas. En Inglaterra, a lo largo del año pasado, se realizó una huelga de profesionales de la salud que es la más larga de su historia. Más de un millón de citas se han cancelado en medio de la protesta por mejoras salariales.
Las protestas no tienen un líder. Son movimientos colectivos. Los líderes exitosos están más bien en el bando equivocado. En tiempos de protestas, el retorno de las dictaduras es una posibilidad más cercana. Como escribía Yeats hace más de cien años, “los mejores carecen de toda convicción y los peores están llenos de una intensidad apasionada”. Putin viene ganando posiciones, Trump puede salir elegido y no hay indicios de que dictadores como Maduro muevan un pelo.
Y ello se debe a que mucha gente ya no ve la democracia como un sistema adecuado. Entre ellos, los seguidores de Trump. Si la democracia en Estados Unidos está en juego, peligra en todo el mundo. Un amigo me dijo hace poco que nuestros nietos crecerán en un mundo sin democracia. En una cultura entregada al ruido de lo inmediato, sin valores ni convicciones, los extremos se refuerzan. No es casual que Antonio Guterres, secretario de la ONU, haya afirmado hace poco que el mundo ha entrado en una era de caos. Hoy al menos podemos protestar. Mañana, quién sabe.
AQ