Márgenes | Por Liliana Chávez

Viajar sola

Las copistas anónimas que no se resistieron a dejar su huella en pequeños detalles de las obras que les encargaban, ¿sospecharían que siglos después podrían ser consideradas artistas?

Manuscrito medieval de la exposición 'By Women's Hands'. (Foto: Rheinisches Bildarchiv Köln/ Marion Mennicken | Museum Schnütgen)
Liliana Chávez
Ciudad de México /

En una página de Facebook de latinas en Alemania alguien posteó hace unos días un texto sin firma. El texto “anónimo” relataba en primera persona y en clave de historia de éxito los retos de ser migrante en Europa. Además de los cientos de likes, mucha gente comentó que se sentía identificada con el relato e insistía en saber quién lo había escrito. Quien lo posteó explicó que era imposible saberlo porque ella lo había copiado y pegado de otro muro que a su vez lo había pegado y copiado de otro. En ese momento pensé que estábamos ante un texto tan anónimo como los manuscritos medievales, un texto que gracias a su popularidad era capaz de pasar de mano en mano, de sobrevivir las más grandes vicisitudes de la navegación (virtual en este caso) sin los problemas modernos de la economía del copyright y la noción legal de autoría… hasta que visité el Museum Schnütgen de arte medieval en Köln (Colonia, para todos los que no podemos pronunciar la ö) y entonces mi idea del anonimato del escriba cambió.

Era una gélida mañana de este otoño alemán que parece invierno cuando, al acabar el valiente walking tour frente a la catedral más impresionante que he visto, los organizadores del congreso internacional de investigadores convocado por la Fundación Humboldt nos dejaron libres. Entonces yo me enfrenté a un complejo dilema: tomar un chocolate caliente a una cafetería tradicional o visitar una exposición temporal sobre desconocidos manuscritos antiguos de igualmente desconocidas monjas. Quienes conocen mi peligroso nivel de ñoñez entenderán que el dilema pudo resolverse fácilmente cuando supe que una de las colegas académicas que estaba proponiendo la visita al museo era especialista en cultura femenina medieval.


Interior del Museum Schnütgen en Colonia. (Foto: Liliana Chávez)


Nuestro selecto grupo turístico no oficial quedó conformado por la medievalista estadounidense C. J. Jones; la historiadora mexicana Itzel Toledo y quien esto escribe. La exposición By Women’s Hands (Por manos de mujer) costó 6 euros, quizá el doble que el chocolate caliente que ya no tuve tiempo de probar, pero la improvisada visita guiada no tuvo precio. Durante dos horas, las tres investigadoras acostumbradas a la reclusión bibliotecaria recorrimos solas el atrio de la ex iglesia de Santa Cecilia reconvertida en galería observando lo que otras mujeres habían creado entre los siglos XIII y XVI, durante una vida de mayor reclusión que nosotras.


Imagen tomada en el Museum Schnütgen del manuscrito titulado "R inicial con la Resurrección de Cristo", hoja suelta de un gradual (libro de cantos para misas católicas) de dos volúmenes, de la escriba Loppa von Spiegel, Convento de Santa Clara, Colonia, ca. 1360. Wallraf-Richartz-Museum & Fondation Corboud, Inv. M 7.

(Foto: Liliana Chávez)


Paralizadas ante la belleza de esos coloridos manuscritos realizados por monjas con mucho talento y tiempo, la curiosidad por la autoría apareció como natural consecuencia al deseo de adjudicar un título de propiedad a obras que iban más allá de la reproducción de textos. Mientras C. J. nos traducía en voz alta algunas frases en alemán antiguo (la mayoría pasajes bíblicos o cantos para misas), nuestra mirada menos experta recaía con frecuencia en los márgenes de los textos copiados, ahí donde las monjas habían decidido divertirse y dejar para la posteridad su propia versión de emoticones que no siempre tenían relación con el contenido de los textos: desde personajes bíblicos y santos hasta conejos, peces, ardillas y dragones. Si las monjas “anónimas” se hubieran limitado a copiar las historias y cantos que pasaban de mano en mano y a ilustrarlos según las convenciones de la época, nos explicó nuestra colega, estos manuscritos no serían tan diferentes a los de otros copistas, pero además había un detalle que justificaba esta exposición única en su tipo: esas mujeres no se habían resignado al anonimato y habían decidido autorrepresentarse, incluir su “selfie” digamos, en los márgenes de los textos que fielmente copiaban, ¿sospecharían que siglos después podrían ser consideradas artistas?. En la esquina superior o inferior izquierda se repetían pequeñas figuras femeninas en hábito según su orden religiosa; hincadas, en oración, mostrando emociones variadas en sus rostros, las autoras dejaron testimonio de su imagen, su nombre y alguno que otro deseo de bienaventuranza para sus futur@s lector@s (¿nosotras?).

En Soror. Mujeres en Roma, un libro que rescata historias de mujeres en la Antigüedad que quedaron al margen de la “Historia” romana), la investigadora española Patricia González Gutiérrez argumenta que la invisibilización de las mujeres como protagonistas de la cultura se debe en gran parte a la mirada reducida y nada objetiva de los historiadores (y otros hombres con el poder de generar o resguardar información), enfocada en lo que para ellos ha tenido importancia documentar sobre la vida en sociedad: las historias de reyes, generales, guerras, conquistas, sobre aquellas del espacio doméstico, los cuidados, las emociones y la vida cotidiana. La originalidad de exhibiciones como la que visité (y la de otras formas de rescate desde varios márgenes que están contribuyendo actualmente a una nueva historia de las mujeres) radica sobre todo en la demostración de que otro punto de vista es posible: una mirada que ponga énfasis en valores distintos (la alegría, la ternura, los deseos); una mirada que rescate las manos que paciente y creativamente dejaron su huella (y su sentido del humor) sobre el papel o la piel, a la espera de provocar, aunque sea muchos siglos después, la admiración, la curiosidad, el asombro o simplemente la sonrisa cómplice de otras mujeres.

AQ

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