María del Carmen Farías y sus pasiones

In memoriam

El pasado 6 de abril murió la actriz, maestra de teatro, divulgadora de la ciencia, creadora de series para Radio Educación y el IMER, un personaje inolvidable y generoso, como muestra este perfil.

María del Carmen Farías, 1955-2024. (IMDb)
Elvira García
Ciudad de México /

Con tristeza leí notas periodísticas que anunciaron el fallecimiento de María del Carmen Farías, el cual ocurrió el sábado 6 de abril del 2024. Me duele su partida, pero me entristeció más que todas esas notas fueses escuetas, veloces, apenas un pellizco a la riquísima vida que eligió llevar Mari Carmen. Aquellas pobres líneas no le hacen justicia a la gran profesional y mujer que fue, primero como actriz de papeles extraordinarios, luego como profesora de ese arte; más tarde como estudiosa de la filosofía, para después convertirse en divulgadora de ciencia y tecnología. Todo ello, acompasado por su melomanía, y su pasión por la lectura, la cocina y el arte de recibir en casa, consintiendo a sus invitados.

Mari Carmen, como la llamábamos sus amigos, nació en la ciudad de México el 12 de mayo de 1946, hace 77 años. Fue parte de la primera generación del Centro Universitario de Teatro, de la UNAM, con Héctor Mendoza como director. Le gustaba aprender, y por eso estudió Letras Españolas en la Facultad de Filosofía y Letras, de la UNAM. También cursó un diplomado en Filosofía. Fue creadora de series radiofónicas para Radio Educación y el Instituto Mexicano de la Radio, IMER y maestra formadora de actores.

Yo la conocí cuando todos éramos jóvenes, a fines de 1972; actuaba en el Foro Isabelino, que creó y dirigió el maestro Héctor Azar. La primera vez que la vi fue sobre el escenario; representaba una obra llena de pasión y conflictos: Herman, o la vuelta del cruzado, de Fernando Calderón, con Adalberto Parra y ella en los roles principales. Recuerdo su voz, potente, profunda pero dulce, que llegaba hasta el último rincón de ese hermoso teatro, así como la penetrante mirada de su par de ojos negros.

Ya fuera del foro, Mari Carmen era la mamá que atendía a sus dos hijos, Ernesto y Eduardo, que tuvo de su matrimonio con el poeta Eduardo Lizalde, de quien se divorciaría. Sus niños la acompañaban a todos los quehaceres artísticos, y a los viajes que organizaba el maestro Azar a la casa de campo que tenía en Atlixco, Puebla. Tales periplos se tornaban diversión y en comilonas inolvidables; acudían muchas de las actrices que trabajaban con Héctor Azar, pero también mujeres de otras disciplinas; la mayoría eran mamás con hijos pequeños. Todavía guardo una foto que tomó Rogelio Cuéllar, donde está el primer vástago de Héctor Azar; el de Margarita Peña y Federico Campbell; el de Carmen Parra y Alberto Gironella, así como mi hijo Iván Cuéllar, y algunos otros chicos más. Todos esos pequeños hoy rondan los cincuenta años de edad.

Mari Carmen vivió hasta su último día en un hermoso departamento de los Edificios Condesa; era su oficina, su estudio, su lugar para recibir amigos, para pensar y decidir nuevos derroteros. Fuimos vecinas de colonia por algún tiempo y me tocó conocer de cerca la tragedia que le cayó encima y por muchos años la ensombreció: el atropellamiento y la muerte de su hijo Ernesto, casi adolescente, mientras circulaba en su bicicleta por los alrededores de la Condesa.

No creo que haya dolor más inenarrable y profundo como el de una madre al perder un hijo. Toco madera, siempre. Ella, Mari Carmen, una jacaranda de raíz profunda, logró con el tiempo transformar la pérdida y la tristeza en creatividad. Volvió al teatro, como actriz y maestra. Años después, participó en la Compañía Nacional de Teatro.

Ya cerca de los noventa, y a iniciativa de Felipe Garrido, trabajó largamente en el Fondo de Cultura Económica, donde creó la serie de divulgación de ciencia y tecnología, para niños y adultos. El proyecto lo abolió un presidente, más de una década después; Mari Carmen protestó de todas las maneras que le fue posible, pero nada pudo cambiar una decisión presidencial, pero obtusa.

Yo la llamaba cariñosamente “mi maestra de teatro”, algo que era realmente pretencioso, pero me gustaba, pues era una manera de decirle gracias por su paciencia. En realidad, una o dos veces fui a su departamento para que me ayudara a poder decir mis parlamentos de la obra: El gran visir, que “representé” —y es mucho decir— para mi examen de francés. Ella, cariñosa, me dio lecciones que, en ese fugaz momento, me quitaron el miedo al escenario.

Otro instante que guardo de Mari Carmen es cuando en 2010 dirigí el documental: Cien años, mil historias, acerca del Edificio Condesa, para Canal 22. Ella fue mi guía principal aconsejándome a quien entrevistar, dándome números telefónicos; alentándome ante lo que parecía imposible de lograr y, finalmente, accediendo a charlar y aparecer a cuadro ahí, en su comedor, tapizado de mosaicos de colores que daban alegría y sensación de ser bienvenido a su mesa. Tomamos té, platicamos de las historias de ese fabuloso edificio que ha albergado centenares de creadores de todas las disciplinas.

Carmen Farías fue esa actriz que, cuando cumplió cincuenta y luego sesenta años de edad, hizo otra elección: aceptar su aspecto, no teñirse las canas ni realizarse cirugías plásticas. Abrazó su apariencia. Y retó a los productores de la tirana televisión: si querían que actuara, sería así, con sus canas y sus arrugas. Lo logró. Y triunfó.

La referencia profesional más conocida de Carmen Farías es su papel como Rafaela Aparicio, la sabia matriarca entrada en años, guía de sus fuertes hijas que rompen esquemas: Las Aparicio, serie de televisión que salió al aire en 2010, y fue un éxito rotundo. Luego vendría otra más: Ingobernable, igualmente triunfadora. Mari Carmen también participó en las cintas: Desaparecida, Un día cualquiera, El tío Alberto, entre otras. Pero no hay que olvidar que la primera incursión en la televisión, la hizo Farías en la serie histórica que dirigió Raúl Araiza: Los caudillos, en 1968.

María del Carmen Farías decía siempre que le gustaba el pupitre; es decir, su pasión era aprender. Estaba convencida de que la vida consiste en elegir, y bien. Ella eligió ser actriz. Años adelante, sin abandonar su pasión por el teatro, pues era maestra de esa disciplina, hizo otra elección: ser divulgadora de ciencia, de más de doscientos títulos, como ya lo comenté líneas arriba.

Ya muy entrado este siglo, actuó en: La ira o el seol. Y: El sueño de Lú, entre 2018 y 2020. En 2023, a sus 76 años de edad, participó en cine, en la que, sin saberlo, sería su última actuación: Confesiones.

En una entrevista que le hizo Patricia Kelly para su programa: Aprender a envejecer, hace tres años, en plena pandemia, la hermosa Mari Carmen, orgullosa de sus canas, de sus carnes, y de su trabajo de más de medio siglo, soltó frases que la definen completa: “Siempre quiero aprender, aunque sea tantito, pero aprender. No le temo a la muerte. Si algo inhibe el sistema inmunológico es la depresión. Yo todos los días me levanto diciendo: ‘buenos días, vida, buenos días pajaritos’”. Y, con la claridad y la congruencia que la caracterizó, se despidió: “Mi agenda de trabajo y de vida está completa; todo lo demás, son regalos”. Adiós, Mari Carmen. Nos encontraremos.

AQ

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