González Suárez: “El gran problema de México es racial”

Entrevista

En Uno conejo/ce tochtli, el escritor usó la figura del tlacuilo para darle sentido a una narración que parte del último día de Tenochtitlan y llega hasta la actualidad.

Mario González Suárez, autor de 'Uno conejo/ce totchtli'. (Foto: Héctor González)
Héctor González
Ciudad de México /

Entre el pasado indígena y el presente mexicano hay una deuda pendiente. Para Mario González Suárez (Ciudad de México, 1964), nos falta asumir la barbarie de la era prehispánica para comprender la violencia que hoy vivimos. Alrededor de esto circula Uno conejo/ ce tochtli (Nieve de Chamoy), una novela que circula en dos formatos: el primero respeta la manufactura de un códice y consta de 300 ejemplares; el segundo es fiel al libro tradicional pero dividido en dos partes. González Suárez echó mano de la figura del tlacuilo para darle sentido a una narración que parte del último día de Tenochtitlan y llega hasta la actualidad.

—¿Desde la concepción del libro tenía pensado darle la estructura de un códice?

El formato se definió sobre la marcha. Comencé escribiendo una novela que actualizaba el mundo prehispánico y particularmente Tenochitlan; eso es Uno conejo. En el camino apareció ce tochtli, la otra parte. Una novela no puede ser algo premeditado. Durante el proceso creativo encuentra su forma y por lo tanto se define.

—A partir de la caída de Tenochtitlan, abordada en Uno conejo, tiende un puente con el presente. ¿En qué términos es posible esta relación?

Uno conejo cierra la tetralogía sobre México que empecé con De la infancia, y siguió con A webo, padrino y Faustina. Me faltaba amarrar nuestro presente con el pasado indígena. En realidad el pasado indígena es algo no resuelto. Se mantiene abierto y se postergó con la revolución. Para mí, la Revolución mexicana no fue socialista, sino burguesa. La impulsaron empresarios e industriales de su momento en contra del feudalismo, el clero y la burguesía rancia porfirista. Los verdaderos oprimidos fueron los herederos del despojo de la Conquista: los indígenas, los campesinos y la enorme caterva de peones y desocupados. El PRI obvió ese asunto y vendió la idea de un aparente México sin clases sociales, postergando así el asunto indígena.

—Usted traduce el asunto indígena en un conflicto racial.

La Conquista nos dejó un conflicto racial no resuelto, postergado y edulcorado. Al mirar el pasado nos parece esplendoroso, pero lo cierto es que fue terrorífico y no lo hemos asumido. Yo quería explorar el México prehispánico desde el presente y esa es la búsqueda manifiesta en Uno conejo.

—Que coincide además con un periodo actual de refundación.

Nominalmente hay una transformación, pero creo que es la parte final de la decadencia del PRI. No sé cómo terminará todo esto, pero el tema racial que se postergó durante más de un siglo ya nos explotó. El gran problema de México no es de clases sociales, sino racial.

—En su relato, la aproximación al pasado indígena es cruda y violenta.

El mundo indígena está idealizado. Empezando por los doctores de la UNAM, suele verse como un bailable permanente, donde todo es tomar champurrado, oler flores y cantar poemas. Desde luego hay un pasado esplendoroso, pero la realidad es que en la sociedad convivía la exquisitez y la opulencia con la barbarie sanguinaria y la antropofagia. Esa es la parte que nunca le gustó al PRI. Podríamos comparar la Triple Alianza de Tenochtitlan, Tlacopan y Texcoco con el dominio de cárteles aliados a los que todo mundo debía pagar tributo o derecho de piso.

—Al tender este puente entre pasado y presente, la noción del amoxtli o códice es casi orgánica.

Sí, suelo comenzar a trabajar a tientas. No me funciona hacer una larga investigación y luego ponerme a escribir. El trabajo creativo no puede someterse a la información. Cuando me di cuenta de que pese a un intenso proceso de acumulación de datos seguía sin entender el mundo indígena, las cosas se me movieron profundamente. Caí en cuenta de que lo veía a partir de un punto de vista cristiano, occidental y desde la lengua española. Finalmente, fue la lengua lo que destruyó la cultura indígena porque estableció otras coordenadas de conciencia. Su relación con el cosmos, la tierra y el sol era muy distinta; en ese marco, el hombre es comestible. Para nosotros eso es intolerable, pero para ellos no era un crimen. Nuestras costumbres son muy distintas, pero la realidad es que eso se mantiene en el inconsciente colectivo.

—¿Hay una deuda pendiente con ese pasado?

Nos falta reconocer el pasado indígena, pero también asumir que las condiciones sociales de este país dependen de la destrucción y el sometimiento de una sociedad anterior a la nuestra. La gente de esa cultura no ha tenido un reconocimiento en el México moderno.

—Ahora, con la existencia de instituciones dedicadas a eso, ¿sigue sin reconocérselos?

Así es. Una sociedad que tiene un discurso de derechos humanos es una sociedad hipócrita. Los derechos humanos deberían ser tácitos, no algo dictado desde el gobierno. Los escándalos derivados del uso de diseños indígenas por una marca internacional de ropa o por la venta de piezas prehispánicas en Francia son mera hipocresía. Si no pudieron cuidar ese patrimonio desde aquí, menos lo van a hacer en el extranjero.

—En la tetralogía que ahora cierra, hay también una búsqueda por medio del lenguaje. Tal vez A webo padrino y Uno conejo son los más radicales en ese sentido.

Lo fundamental de la narrativa no es el tema, ni la historia, sino el narrador visto como alguien que usa una lengua viva. Todavía hay quien escribe la novela de la Revolución mexicana con esa idea decimonónica del narrador omnisciente. La narrativa es una cosa viva que requiere de un lenguaje vital y depurado por el trabajo literario.

—A lo largo de tu proyecto literario, la psicología es un ancla importante. ¿Por qué?

Me interesa trabajar con las coordenadas de la mitología y la psicología profunda. En el fondo de la psique individual y colectiva hay un mito vivo. Todos vivimos un mito desde el inconsciente.

—¿Le interesa indagar en la mexicanidad?

No, pocos autores consiguen tener la visión sobre lo que van a hacer. Si analizas las seis novelas de José Revueltas pareciera que siempre tuvo claro cómo las iba a escribir, pero eso es muy raro. Yo parto de una intuición y sobre la marcha me oriento. Tenía mucho recelo de escribir sobre México porque sus temas son los de la revolución, y suelen abordarse desde una literatura que siempre le ha gustado al PRI.

—Aunque al final lo hace, incluso en Uno conejo retoma la figura del tlacuilo.

Mi proyecto es distinto. La figura del tlacuilo es interesante. Hace unos años, cuando estaba viva la Escuela Mexicana de Escritores, una de las ideas era formar tlacuilos. En el mundo prehispánico eran personajes que recibían mucha preparación en el calendario adivinatorio, astronomía, historia, mitología, herbolaria.

—¿Usted se ve como un tlacuilo?

Ahora sí, con Uno conejo tuve que hacerlo. Aprendí muchas cosas para poder hacer un códice.

RP/ÁSS

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