Rebelión, libertad, fraternidad: el canto de amor de Vargas Llosa a Francia

La guarida del viento

El Premio Nobel rinde homenaje a la literatura francesa en lo que podría considerarse su autobiografía intelectual, pero también un itinerario sentimental.

Portada de 'Un bárbaro en París', de Mario Vargas Llosa. (Alfaguara)
Alonso Cueto
Ciudad de México /

Un bárbaro en París (Alfaguara), de Mario Vargas Llosa, es un canto de amor a Francia, a la literatura francesa y a la novela como género redentor de la humanidad. Sus páginas pueden ser vistas como una autobiografía intelectual pero también como un itinerario sentimental.

En el ensayo “Flaubert, nuestro contemporáneo” aparece registrado su temprano deslumbramiento cuando en 1959, después de leer Madame Bovary en su cuarto del hotel Wetter, Vargas Llosa siente que su vida ha cambiado para siempre. La idea del narrador como el personaje fundamental de la novela y la insistencia en la precisión definida por le mot juste, van a permanecer en la conciencia creadora junto con su amor eterno por la rebelde Emma.

En otro texto, “El Mandarín”, aparece la otra figura que lo deslumbra en su juventud: Jean Paul Sartre. El filósofo francés le ofrece a Vargas Llosa una exploración de la libertad, un tema que lo seduce desde que lee “La infancia de un jefe”. Luego, Sartre lanza su lapidaria frase: “Frente a un niño con hambre, La Náusea no tiene peso”. En esas declaraciones que hace en 1964 en Le Monde, Sartre aconsejaba a los escritores africanos abandonar la literatura y dedicarse “a la enseñanza y a otras tareas más urgentes, a fin de construir un país donde más tarde fuera posible la literatura”. Vargas Llosa considera estas declaraciones una traición. En su ensayo, a pesar de reconocer su endemoniada inteligencia, considera que la obra literaria de Sartre no ha sobrevivido a los años.

Flaubert y Sartre son amores tempranos y muy pronto Vargas Llosa va a quedarse solo con el escritor de Ruan. Pero allí estaba el inmenso, el oceánico, el vasto Victor Hugo para complementar a los personajes solitarios de Flaubert con una desbordante galería social. Otros autores franceses como Andre Malraux (el único escritor francés que hablaba tan bien como escribía), Molière y Simone de Beauvoir, son temas de esta magnífica selección de ensayos. La figura de Albert Camus, como un defensor de la conciencia libre del intelectual aparece en un ensayo histórico: “Albert Camus y la moral de los límites”. El pensamiento de otro transgresor, Georges Bataille es definido como “ardiente y glacial”, y su figura “demasiado fúnebre, feroz e irreductible a fórmulas simples para ser popular”.

En el discurso de incorporación a la Academia Francesa, con el que cierra el volumen, Vargas Llosa elogia la literatura francesa por su vocación rebelde. La razón es que su cultura ha dado más importancia a la libertad que cualquier otra. En su conclusión final, define la novela como el lugar donde se inocula el “virus de la ambición y la osadía fantástica de una vida mejor, o en todo caso distinta…”. En ese sentido es un género que defenderá la democracia pues mantiene el sueño de una "realidad diferente", es decir una oposición a todo lo que signifique el totalitarismo. Un libro inspirador, estimulante, que prolonga para sus lectores el derecho a un sueño.

AQ

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