Algunos escritores entran en nuestra vida con una intensidad particular y no solamente por su grandeza sino por una misteriosa cercanía, por un coherente sentimiento del mundo. Mario Vargas Llosa tenía una amabilidad que ciertamente no desarmaba; me reuní con él muchas veces y de inmediato surgió una profunda afinidad de sentimientos que también se convirtió en un pequeño libro nuestro con dos nombres, La literatura es mi venganza. Para mí constituyó una experiencia fundamental de preguntas sobre la vida y sobre su manera de narrarla, sobre temas esenciales como la identidad, su necesidad y sus peligros. La existencia, escribe Mario Vargas Llosa, es una “enfermedad incurable”, que no ignora la felicidad y la plenitud, su orden y su desorden, la generosidad y el desafío, la sombra del miedo.
- Te recomendamos Historia de unos zapatos Laberinto
La crítica a la política, en aquel libro, nunca deviene genérica, sino que ajusta cuentas con las decadencias de la vida social. La piedra angular sigue siendo la literatura, empezando por la muy vivaz narrativa, por ejemplo, Conversación en La Catedral, espléndida novela. El hilo conductor de nuestra novela es el mito de Ulises, centro ideal de la vicisitud y de la historia humana. Ulises que retorna a casa y a sí mismo para partir de nuevo, en un mítico inicio de la literatura occidental. A veces, las páginas de Mario Vargas Llosa y las mías, en el libro La literatura es mi venganza, son textos en los que cada significado esconde o cubre otro. Ulises, escribe Vargas Llosa, “no sólo vive sus aventuras, sino que las narra dos veces”, de manera que “son contradictorias con los hechos que le han sucedido”, de modo que en el poema existe un elemento de fantasía que representa la pura literatura. En el relato de las vicisitudes de Ulises hay algunos indicios de que la narración exagera o conscientemente inventa. Para una obra escrita hace cuatro mil años es un extraordinario elemento de modernidad.
Otro ejemplo es tomado de Don Quijote. “De golpe —escribe Mario Vargas Llosa— notamos algunas sutilezas en la narración que nos desplazan completamente del mundo en el que creíamos que estábamos.
Cuando Don Quijote sale de la gruta de Montesinos y narra lo que le ha sucedido y lo que ha visto es imposible saber si se trata de hechos sucedidos o si los ha inventado, todos o sólo algunos. Aquí nace, en la realidad, una dimensión literaria, la de la fantasía y de la invención.
Siento su muerte como una pérdida profunda por la afinidad, por la amistad que existía en nuestras relaciones y en nuestros encuentros —en Las Canarias, en Lima, en Florencia, en Georgetown— donde a veces lograba prepararle un café, en la casa donde nos estábamos quedando.
Texto tomado de Il Corriere della Sera, 15 de abril de 2025.
Traducción de María Teresa Meneses
AQ