Martha Bracho: una pionera

Danza

La bailarina y maestra, fallecida el pasado 10 de noviembre, enfrentó a la iglesia y a una sociedad profundamente conservadora para abrirle camino a la danza.

Martha Bracho, pilar de la danza mexicana. (Cortesía)
Argelia Guerrero
Ciudad de México /

El pasado 10 de noviembre falleció la bailarina, maestra y coreógrafa mexicana Martha Bracho, uno de los pilares y referentes fundamentales para el desarrollo de la danza mexicana.

La historiadora de la danza Margarita Tortajada Quiroz la hizo parte del corpus al que nombró “Mujeres de danza combativa” y no ha sido gratuita la inclusión, pues Bracho tuvo una trayectoria que, más allá de su biografía personal, configuró la historia de la danza nacional. Martha Bracho fue una de las primeras bailarinas de danza contemporánea en el país y la primera bailarina y maestra de danza en Sonora, a donde viajó por invitación de Miguel Covarrubias. Su estancia en el estado sería de sólo dos meses y se convirtieron en 65 años. Allí fundó la Academia de Danza de la Universidad de Sonora.

Titulada en la carrera de Danza Cultural por la SEP y como maestra y coreógrafa por la Escuela Nacional de Danza, pertenece a la primer generación de alumnas de Nellie Campobello y en 1939 formó parte del grupo de bailarinas que tuvo el privilegio de trabajar con Ana Sókolov para presentarse en 1940 con un repertorio que la propia Sókolov creó para ellas. Marcada por la disciplina, entendió la naturaleza de la danza contemporánea no como la ausencia del rigor técnico característico de la danza clásica, sino como el de la posibilidad creativa y expresiva que se abría con los nuevos estilos, temas y lenguajes de la danza contemporánea compartida a ellas por Sókolov: “la danza moderna tiene un poder expresivo mucho más rico que la danza clásica. Carece del amaneramiento de ésta y tiene mucho mayores posibilidades plásticas. Pero no debe ser un pretexto para disfrazar la falta de técnica. Las buenas bailarinas de moderno deben dominar también la técnica clásica”.

La trayectoria y acelerado éxito de las llamadas sokolowas para las que compuso, además, medio centenar de obras, no fue suficiente. Decidió dejar todo aquel confort para viajar a Sonora y forjar en aquellas geografías una carrera dancística: “La cosa es que era duro, porque cuando yo llegué a Hermosillo nadie quería saber nada de danza. Las muchachas de aquí, mis compañeras, no querían ir a Hermosillo porque estaba muy lejos, y claro, estaban bailando, dando clase y no se atrevían a ir. Allá era un campo en donde yo estaba trabajando sola. Estaba en contra mía toda la gente, pero como fue impuesta la clase como obligatoria a las chicas de secundaria, tenían por fuerza que tomarla, aunque los padres no querían. Mis alumnas usaban unas faldas amplias y debajo de sus faldas se ponían pantalones para hacer la clase”.

La bailarina y maestra enfrentó a la iglesia y a una sociedad profundamente conservadora para abrirle camino a la danza. Situaciones que iban desde lo simple y hasta absurda, hasta confrontaciones con el obispo, fueron en aquella época obstáculos que Bracho sorteó el profundo amor a la profesión y a sus alumnas como herramienta principal.

Hoy en día a danza en Hermosillo es un campo completamente abierto y deben esta riqueza al insistente compromiso que Martha Bracho dedicó durante siete décadas de trabajo.

La danza en México ha perdido a una de sus pioneras y ejemplos. La de Bracho no solo es muestra de una vida de trabajo, dedicación, amor y honestidad; sino el de una vocación que, más allá de la gloria personal, se decidió con convicción y congruencia por luchar cotidianamente durante años por inculcar el amor y respeto por una profesión, por el arte. La de Bracho es la historia de aquellas locas y locos que arriesgan todo por la profunda convicción de que la danza merece ser vista y vivida en el mayor número de lugares en el mundo y que valen la pena todos los esfuerzos por conseguirlo. La vida y trayectoria de Bracho nos recuerda que por y para la danza valen la pena todos los empeños.

RP

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