La literatura del siglo XX es pródiga en acertijos irresolubles en forma de autores que publicaron muy escasos libros, a veces tan sólo uno, para luego esfumarse del panorama editorial sin prever que tales libros se convertirían en obras de culto en diversos grados.
Pongo cuatro ejemplos que ilustran lo anterior a la perfección: la canadiense Elizabeth Smart y su poderoso díptico autobiográfico en clave poética integrado por En Grand Central Station me senté y lloré (1945) y The Assumption of the Rogues & Rascals (1978), títulos entre los que media un silencio de más de tres décadas; el británico John Alec Baker y El peregrino (1967), recuento de un año de obsesión con un halcón que se ha vuelto un auténtico clásico de la nature writing; el italiano Nicola Pugliese y Aguamala. Cuatro días de lluvia en la ciudad de Nápoles a la espera de un suceso extraordinario (1977), novela magistral de corte distópico cuyo propio autor impidió que se reeditara después de agotar la primera edición; y el suizo Fritz Zorn y Bajo el signo de Marte (1977), impactantes memorias sobre la experiencia con el cáncer que Zorn, seudónimo de Fritz Angst, padeció y al que finalmente sucumbió antes de ver publicado el volumen (curiosa toma de conciencia nominal: Angst significa “angustia”, mientras que Zorn es “ira”). Para completar un quinteto insólito habría que agregar a la estadounidense Mary Ann Clark Bremer (1928-1996), que el sello español Periférica se ha encargado de dar a conocer al mundo desde 2012.
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Con la poca información que se tiene sobre Clark Bremer es posible trazar el retrato de una mujer huidiza y tímida que se empeñó en ocultar su enorme talento a lo largo de sus sesenta y ocho años con una estrategia que implicó la invención de distintos seudónimos y la alternancia entre idiomas variados, rasgo este último que le permite entrar en el rango de creadores extraterritoriales tipificados por George Steiner en su influyente colección ensayística de 1971.
Nacida en Nueva York en el seno de una familia cosmopolita, Clark Bremer radicó no sólo en su país de origen sino asimismo en Alemania, Inglaterra, Francia —donde fue habitual del grupo intelectual de André Malraux—, Israel —donde permaneció un periodo corto por su desacuerdo con la ideología política— y Suiza: una itinerancia detonada por la muerte de sus padres, ocurrida en el tramo final de la Segunda Guerra Mundial durante un ataque contra el barco donde ella también viajaba y en el que resultó herida tal como relata en Una biblioteca de verano, su primera novela corta. Fue justo en Suiza, el lugar que elegiría para echar raíces y en el que la muerte acabó por encontrarla (falleció en Ginebra), donde estableció contacto con el mentor que pondría rumbo definitivo a su trayectoria escritural: el narrador, dramaturgo y ensayista Friedrich Dürrenmatt, gracias a cuyo ánimo e insistencia Clark Bremer comenzó a trabajar en la década de los setenta en la redacción de sus memorias noveladas en “hermoso[s] cuaderno[s] de tapas duras”, según la descripción de los editores de Periférica. El resto, como se suele decir, es leyenda, pero sobre todo gran literatura.
En 2015 se lanzó Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos, tomo de título shakespeareano que reúne las cuatro novelas breves de Clark Bremer publicadas en español hasta 2014: Una biblioteca de verano, Cuando acabe el invierno, El librero de París y la princesa rusa y Una pasión parecida al miedo, a las que se suma el pequeño relato que bautiza el conjunto. ¿Importa decir que la figura de Clark Bremer recuerda a la italiana Elena Ferrante, ya que en ambos casos se trata de autoras rodeadas por un aura de intriga biográfica que podría disiparse ligeramente si leemos su obra en clave autobiográfica, lo cual es inevitable hacer en lo que respecta a la norteamericana? ¿Importa nutrir la sospecha de que Clark Bremer podría ser el seudónimo de una narradora que ha querido volcar su existencia en esos cuadernos hermosos y enigmáticos de los que no hay noticia en inglés y de hecho en ningún sitio de internet que no refiera siempre a los datos proporcionados por Periférica? Me parece que no, aunque la silueta difusa de esta escritora secreta hasta hace poco tiempo ejerce un extrañamiento y una fascinación notables. Lo que importa es asentar que Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos es uno de esos cofres del tesoro que la literatura fabrica de cuando en cuando y que al ser abiertos irradian un fulgor que se describe así en El librero de París y la princesa rusa, quizá mi texto favorito:
“Los libros más bellos también producen una luz artificial más allá de la del sol o la de la luna, una ‘luz china’, según diría Pierre Loti […] Pólvora y magia; esplendor y sueño”.
Mágica es sin duda la impresión que genera la lectura de estas páginas animadas por un pulso admirable en el que palpita un amor profundo lo mismo por la historia literaria que por una vida trashumante marcada a fuego por la pérdida y la tragedia aunque a la vez por inauditos encuentros afectivos.
En 2016 vio la luz Los antepasados, el sexto título de Clark Bremer publicado en español por el sello Periférica, al que se debe aplaudir el rescate de esta voz singular que había pasado inadvertida en medio del estruendo mediático que rodea y en ocasiones asfixia el mercado del libro contemporáneo. Con una delicadeza de orfebre aprendida gracias a un amor desaforado por la lectura que cultivó desde joven, Clark Bremer apostó siempre por la brevedad narrativa cargada de un lirismo intenso que vuelve a aflorar en todo su esplendor en Los antepasados, otra muestra palmaria de un talento nato en la que se lee la siguiente descripción de un florero que me parece representativa de la estética de la autora:
“Un rayo de sol ha aparecido de repente entre las nubes y ha atravesado la ventana y ha ido a encontrarse con los tallos de las lilas, con su verde, con el agua: se ha producido un arcoíris dentro del cuarto que me ha hecho cerrar los ojos momentáneamente”.
Ese deslumbramiento que se contagia al lector no es otro que el que provoca la prosa de vivo fulgor autobiográfico de Clark Bremer, que aquí acude a la glosa de ciertos pasajes bíblicos para dibujar el precioso retrato de una serie de ancestros entre quienes sobresalen la bisabuela prendada de un hombre misterioso que no fue su marido y la tía abuela cuyo suicidio en las aguas del río Hudson fue impulsado por el amor no correspondido que profesaba por su mejor amiga. “La soledad ha acampado en derredor, ha construido su campamento en torno de mi casa. Viaja conmigo hasta cuando viajo acompañada”, leemos en Los antepasados: una declaración de principios que nos ilumina aun después de cerrar este volumen prodigioso y que confirma a Mary Ann Clark Bremer no sólo como un hallazgo invaluable en estos tiempos crueles y triviales sino como un acertijo radiante que no cesa de hechizar.
AQ