Out of fashion | Por Avelina Lésper

Casta diva | Nuestros columnistas

Casarse con Donald Trump, más que una decisión de pésimo gusto, fue una declaración de principios de alguien que no le teme a los peluquines anaranjados.

Melania y Donald Trump en un rally. (Jonathan Ernst | Reuters)
Ciudad de México /

La esperpéntica pareja de Donald y Melania Trump dejan su trono, expulsados por la democracia. Existen personas que son ejemplares en su estilo y elegancia, y otras que hacen de su mal gusto un sello de su personalidad. En el caso de los cantantes de country, o muchos de nuestros gruperos, ese tacky touch se convierte en una huella digital. El caso de Melania es diferente, en la Casa Blanca el fantasma de Jackie Kennedy tiene traumadas a todas las sucesoras, es un icono inalcanzable, como aspirar a la santidad en una secta, está asegurado el fracaso, sólo que unas lo hacen con más dignidad que otras.

Aspiracional, overdressed y fuera de casting, Melania nunca acertó a vestirse de acuerdo para la ocasión, y lo hizo con tal reincidencia, que era evidente su odio por este nuevo “trabajo” y un pésimo equipo de coordinación de moda, la llevaron por la senda del ridículo. Stilettos de Manolo Blahnik para ir a las inundaciones y tragedias naturales, disfraz de Halloween para ver al Papa Francisco en el Vaticano, su inolvidable jacket con el letrero en la espada que decía “I really dont’t care, do u?” para ir a ver a los niños migrantes detenidos en la frontera con México y separados de sus padres.

“La first lady nunca pregunta el precio”, dicen las fuentes cercanas a ella, simplemente elige lo que quiere, abrigos de 10 mil dólares, vestidos de 30 mil, era caro y se veía caro, lo más penoso no es despilfarrar, es verse fatal. La decoración por la Navidad y otras fechas simbólicas es parte de las obligaciones fashion de las esposas, los de Melania fueron memorables, su provenance de la mansión Playboy se reflejó en los pinos, las velas, guirnaldas, sólo faltaba un cadenero cobrando el cover y ofrecer barra libre.

Casarse con Donald Trump, más que una decisión de pésimo gusto, es una declaración de principios, alguien que no le teme a los peluquines anaranjados es capaz de ponerse una gabardina de látex y botas de dominatriz para inaugurar un partido de futbol colegial. En su reinado no hubo diferencia entre lo costoso y lo apropiado, la tendencia fue “si es caro, me lo pongo”, lo atestigua su jacket de Dolce & Gabbana de 51 mil dólares para el summit del G7. Su estilo fue una prolongación de los edificios dorados de Donald, y la oficina oval que decoraron como casino de las Vegas. Ese es el faux pas: es diferente vestirse como esposa de un millonario exhibicionista, que como la esposa del presidente de una nación.

El equipo de coordinación de vestuario, dirigido por Hervé Pierre, ex director creativo de Carolina Herrera, dicen que le presentan opciones y ella elige, es obvio que el tal equipo ha soportado con estoicismo que los responsabilicen por este fashion disaster, y en realidad se dedican a hacer maletas y acomodar el gigantesco vestidor. Se van, por fin, Melania se lleva un cargamento de zapatos y abrigos, que apenas va a caber en el Air Force One, ahora va a publicar un libro, en el primer capítulo debería revelar por qué hizo tal esfuerzo en vestirse de esa manera.

AQ

  • Avelina Lésper

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