Los libros son grandes puertas a mundos internos y externos. No hay mejor camino que las páginas de un libro para viajar. Uno de mis primeros viajes literarios fue con uno pequeño, que me regalaron en la FIL siendo yo una niña. Al leerlo me volví árbol y supe que la vida de un abeto podría ser interesante de principio a fin; transcurrí con él desde la alegría y el amor de la naturaleza hasta una fatal angustia provocada por el consumismo y ciertas actitudes humanas; entendí todo lo que pudo haber sentido este ser vegetal personificado. Se trataba del cuento El abeto, de Hans Christian Andersen. Era un ejemplar que llevaba en la portada una ilustración de una niña que jugaba en el piso, al pie de un arbolito de Navidad. Según recuerdo, la imagen estaba enmarcada por un diseño marmoleado rojo. Lloré al final de la historia, fue impresionante para mí. Todavía no sabía de la potencia de la escritura y fue un acercamiento muy conmovedor.
Otro gran libro de mi infancia fue el Diario de Ana Frank. Estaba jovencita cuando lo encontré o, como algunos dicen, cuando él me encontró. Mi memoria no me sabe decir cómo llegó a mis manos, solo recuerdo que era viejo, de portada verde. Creo que lo tomé de alguna biblioteca familiar, “prestado”, como acostumbrada hacerlo al explorar entrepaños llenos de polvo con libros que llevaban años sin abrirse. Sentía que adoptaba aquellos objetos y me volvía su propietaria temporal sin pedir permiso, y, si lo pedía, no lo recuerdo tampoco. Ana Frank me acompañó una corta pero significativa etapa en mi edad adolescente. Cada página me hizo vivir una realidad desconocida. Sus palabras y experiencias las viví yo misma; y, de una manera simple y resuelta, conocí la vida de esta niña. Su voz narrativa me parecía honesta, detallada con una precisión sensible que me transportaba a su interior en muchas formas; la frustración y la impotencia me arrebataron el final de una historia de vida, similar a tantas otras, llenas de injusticia, como las que conocería después en mi propia novela personal.
No sé cuántos libros he leído, lo único que sé es que no son suficientes y que toda una vida no me bastará para leer todo lo deseado. Sin embargo, al recordar estos dos títulos de mis primeras lecturas, observo con curiosidad que mis inclinaciones a los géneros de cuento corto y de autobiografía están profundamente integradas en mi presente.
El otro eje fundamental de mis preferencias literarias fueron los ejemplares de poesía, sobre todo las antologías. Con Altazor de Vicente Huidobro alcancé una especie de cúspide en el poema titulado “Canto II” que no ha sido superada. Con Oliverio Girondo y su Espantapájaros sigo impresionada. La creatividad fonética, los juegos de palabras y la brava honestidad de estas propuestas han sido resguardo habitual en mi andar bibliófilo. Olga Orozco, con Anotaciones para una autobiografía, es otra autora especial entre mis preferencias; y, por supuesto, Julio Cortázar, autor complejo, está en esa lista; recomiendo leer, sobre todo a principiantes y fans, su compilación de cuentos Todos los fuegos, el fuego.
Comencé a leer a Sabines, y a Benedetti con su libro El amor, las mujeres y la vida; ambos son, para mí, autores fundamentales, de los que sigo disfrutando; escritores distantes en tiempo, quizá, pero cercanos a tantos años de este primer disfrute de su voz.
Sor Juana Inés de la Cruz es, sin duda, otra pluma que ha estado presente en mi camino, en forma similar a muchas, muchas novelas; Ensayo sobre la ceguera de José Saramago, El amor en los tiempos del cólera de García Márquez y La ladrona de libros de Markus Zusak encabezan la lista de mis lecturas favoritas.
En otra etapa posterior de mi vida he leído literatura juvenil. Fue inevitable por la profesión de la docencia. Recuerdo con cariño esta temporada de aventuras librescas ya en mi edad adulta. María Fernanda Heredia, por ejemplo, me contagio de adolescencia con su libro La lluvia sabe por qué.
Después de muchos años como lectora y más tarde como escritora, ahora me ha tocado a mí elaborar libros. Estoy fascinada con las antologías. Encontrar en ellas temas de variada luz me parece afortunado… Y en ese camino he de continuar. Puedo recomendar ampliamente, además, la lectura de Antología de Poesía Latinoamericana, de la editorial Norma, como referente.
Por último, cierro mis recuerdos con la experiencia de Momo, libro de fantasía, de Michael Ende, el mismo autor de La historia sin fin. Momo es una historia cautivadora, me gusta tanto como El principito; encuentro en Casiopea, personaje de esa historia, una gran fascinación. El tema del tiempo, los hombres grises, las imágenes de los relojes y la importancia de una infancia saludable son páginas que rememoro desde mi primer encuentro con esa historia, y que he reinterpretado y amado en las siguientes lecturas. Estoy segura de que cada libro referido seguirá brindándome esta magia; al volver a sus páginas encontraré de nuevo sus secretos. Cuando regrese, o vaya a otros títulos, encontraré aún más. Los libros son fuente, oráculo y salvación. ¡Dios bendiga a los buenos libros!
Texto tomado del libro 'Marca de fuego. Experiencias de escritores en torno a la lectura', coordinado por Jorge Souza Jauffred y Godofredo Olivares y publicado por la Universidad de Guadalajara.
AQ