'Miedo y asco en Las Vegas': 50 años del libro desvergonzado de Hunter S. Thompson

Los paisajes invisibles | Opinión

Hace medio siglo se publicó esa bitácora hiperreal en la que el periodista mezcló sus experiencias psicotrópicas con lo aburrido y esquizofrénico de la rutina.

Hunter S. Thompson, 1937-2005. (Archivo)
Iván Ríos Gascón
Ciudad de México /

George Plimpton conoció a Hunter S. Thompson en un avión. El alucinado (y alucinante) reportero de Rolling Stone abordó el vuelo en Frankfurt y tomó asiento junto a George. Thompson ya había publicado Los Ángeles del Infierno y Miedo y asco en Las Vegas, y su apariencia se ajustaba la mar de bien con la prosa delirante de sus textos. Plimpton lo describe así: “una figura grande, ágil, que llevaba unas gafas de sol oscuras de aviador, una camisa Acapulco de color púrpura y fresa, vaqueros y unas zapatillas de baloncesto Chuck Taylor All Star que parecían demasiado grandes para sus pies, como si las hubiera robado del fondo de una consigna del vestuario de Los Angeles Lakers. […] Llevaba consigo un bolso de mano de cuero grande con una calcomanía identificativa de Rolling Stone y una placa donde ponía PRENSA. A veces lo llamaba su bolso y frecuentemente su botiquín: lleno de pastillas y ampolletas y frascos, a juzgar por la manera como tintineaba cuando lo movía”.

El retrato de Plimpton concuerda con la personificación que Johnny Depp hizo del periodista gonzo en la versión fílmica de Miedo y asco en Las Vegas (1998), de Terry Gilliam, incluyendo el detalle de sus movimientos (“Caminaba con los dedos de los pies torcidos hacia fuera, moviéndose con un trote de liebre algo zigzagueante. […] Ir a algún sitio con él era difícil —los pies lo llevaban en sentido oblicuo un momento, y al siguiente golpeaban contra ti— y era facilísimo tropezar con él. Como llevaba zapatillas, proseguía con todos aquellos bandazos, diagonales y esquivas con un silencio propio de un ladrón que entrara en una casa sigilosamente, cosa que contribuía bastante al aura conspirativa que afectaba”).

Cierto. Con su estilo, modales, escritura y temperamento, Hunter S. Thompson se nimbó a sí mismo con un hálito conspirativo. Cuando hace 50 años, en 1971, publicó Miedo y asco en Las Vegas, la sinceridad desvergonzada de su novela/crónica/reportaje le confirió el papel del más cáustico intrigante del sueño americano. En esa bitácora hiperreal en la que mezcla sus experiencias psicotrópicas con lo aburrido, anacrónico, estúpido y esquizofrénico de la rutina y el modo de vida en la capital simbólica de Nevada, Thompson consiguió más que cualquier otro explorador de la decadencia y la filosofía chatarra de Estados Unidos: auscultó, sin la profilaxis del patrioterismo ingenuo o del idealismo reaccionario, el colon de toda una nación, y al sacar la mano demostró que el tubo estaba a tope.

Y es que, más allá de las desternillantes peripecias, las escenas revulsivas y los espectros químicos que abundan en las páginas de Miedo y asco…, Thompson se sumerge en el sinsentido vocacional, los fracasos del sistema, los descalabros espirituales y las estafas místicas de las generaciones que tras la resaca de los años 1960, no sólo aspiraban a un nuevo pacto democrático sino a que la existencia fluyera en tres elementos: felicidad, divinidad y libertad.

La locura carnavalesca de Hunter S. Thompson fue una acción política sutil. En Miedo y asco…, escrita y publicada en el periodo de Richard Nixon, hay un juicio feroz del gobierno y las instituciones, de los pastores, los gurús y todo tipo de santones, incluso literarios o enmascarados de científicos (Allen Ginsberg, Timothy Leary), de la cultura de consumo, de la mentalidad regresiva y la moral capitalista.

Para aliviar los defectos de aquella época, Thompson creía que el único motor de un genuino movimiento libertario era la radicalidad, individual o colectiva (véase Los Ángeles del Infierno), y quizá es por eso que jamás abandonó su carácter provocador, indolente, subversivo (ejemplo: La maldición de Lono, redactado en los 1980), incluso a la hora de su muerte. El 20 de febrero de 2005 se dio un pistoletazo en la cabeza. Sólo había cumplido 67.

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