“Has escalando hasta aquí por ti,
nosotras escalamos por nosotras”.
Adrienne Rich
Titulé este texto, Migraciones, con el nombre del libro de Gloria Gervitz, en el que reúne su obra poética. En De humo y miel, 35 años de poesía de Odette Alonso, leemos tantas migraciones, la primera y más evidente nos remite a su mudanza de país. Odette llegó a México en el invierno de 1992, siendo una muchacha cubana a la cual, “la isla se le hundió para siempre”, migración de la cual nos beneficiamos los mexicanos. Luego vino su cambio de nacionalidad; y con la andadura de los años, el cambio de oficio. Odette, ora escribe cuento, ora escribe novela, organiza encuentros de poesía, antologías y tertulias. Así como decía Gervitz que la cosa más maravillosa que le puede pasar a una persona es enamorarse es, en los poemas de De humo y miel donde vemos la verdadera migración de Odette Alonso, cambia de piel para vestirse con el deseo de sus amantes.
Hay libros de poesía que se leen con brújula, mapa y linterna. También hay libros de poesía que se leen con los ojos cerrados, esos mismos libros son un viaje al interior de nosotros mismos. De humo y miel es uno de ellos. Con versos como “Otra miel es la que quiero / aquella que se embarra entre los dedos / y los chupo / hambrienta / golosa del sabor / y del aroma”. Uno se deja llevar por la emoción y ¿qué es un poema si no es emoción? Palabras que nos muevan de nuestra zona de confort, que nos conmuevan y provoquen hasta hacernos volar la cabeza.
En cada verso, Odette Alonso crea un universo. Utiliza el lenguaje para nombrar, señalar, describir y evocar. Como afirmó Siri Hustvent, “Los libros se encarnan. Las palabras se entretejen con nuestro cerebro y nuestras vísceras, nuestros gestos y nuestros sentimientos. Los libros nos cambian. Aunque los libros y las ideas también pueden ser peligrosos”. De ahí que Xavier Villaurrutia escribió: “A mí mismo me prohibo pronunciar nuestro secreto”, en su tiempo, la homosexualidad estaba proscrita y había que disfrazar las palabras porque podían ser peligrosas. Así como Villaurrutia, Odette, en Cuba, también se enfrentó a la censura y al miedo a la otredad, “Yo me llamaba Osvaldo. / Ese nombre escribía en los sobres blanquísimos / y al final de las cartas. / Una muchacha con nombre de varón / se asomaba al correo / temerosa / de que alguien descubriera su falsa identidad”.
Es común creer que los poemas de amor son los más sencillos de escribir, que cualquier enamorado lo puede hacer. Por el contrario, es el género más difícil. ¿Cómo nombrar a aquello que ya se ha dicho miles de veces? ¿Cómo decir te amor, te deseo, te odio, sin usar las palabras que durante siglos han usado nuestros maestros? O bien, ¿Cómo escribir versos de amor sin caer en el lugar común, como tanto se lee en las redes sociales? Odette pronto encontró su propia voz, como lo constatamos en los primeros poemas de su libro De humo y miel, el cual arranca en 1989, una veinteañera apenas que escribe: “Ella mezcla los astros encima de la mesa / como un dominó. / Con la boca entreabierta / liba el aire azulado sobre las dos orillas. / El ámbar traza el rumbo del ojo que mira. / Tarde o temprano entregará su cuello / la piel de terciopelo que el fuego curtirá. / Tarde o temprano morderá la cicatriz / y a cuenta gotas / chupara la sangre eterna de su sed”.
Hay tal sutileza en los versos de Odette, que son como la voz de ese enamorado que aprende a conquistarnos con gestos y palabras sensuales, de tal suerte que nos revela un paraíso que alguna vez estuvo prohibido y el deseo se anida en el corazón. “Azules / Tus piernas se parecen a la noche / navegan en el bullicio / del alcohol / y de las ganas. / Humeando / tu boca pareciera susurrar una sentencia / un verso / bilabial /y terminante. / Toco tus piernas / y mis ojos se entrecierran / en el aire viciado del local. / Firme / mi mano es el destino. / No hay palabra que te nombre. / Sólo el azul”. Hay tal luminosidad en sus versos que el lector toca, huele, presiente.
De humo y miel, 35 años de poesía de Odette Alonso es un libro dividido en cuatro apartados, “Días sin fe”, “Días de humo y música”, “Último recuerdo del país” y “Miel”. Hay un recorrido emocional, conforme uno avanza sus páginas. “Días sin fe” es el despertar a la vida, a la sexualidad, “donde la infancia naufraga”. En estos poemas, Odette comienza a confesarse en ese espejo que es la página en blanco, y la vemos tomada de la mano de una amiga, mientras los muchachos rien a carcajadas “y la tarde es un juego de penumbras”. “En Días sin fe”, como su nombre lo indica, hay ese sentimiento de juventud, de sentirse única, quizá un bicho raro por desear cuentos donde “el príncipe es princesa / es amazona / es labio tierno donde libar la sed”. En este primer apartado hay un principio que nos marca el rumbo de nuestra lectura. Así lo constatamos en el poema “Los juegos de la luz”: “Cada cosa en su sitio / dijeron las abuelas / aquella noche en la que nos amamos. / Sus voces / de otro tiempo / eran indescifrables. / Cada cosa en su sitio / cada pedazo de dolor / y de alegría. / Dadas a desoír / el rumor fue sólo humo / volutas en el aire. / Sobre la hierba del estanque / nos dimos al amor / olvidamos los ojos del vecino / y sus argucias. / Cada cosa en su sitio / oímos al final”.
En el segundo apartado, “Días de humo y música”, Odette dobla la apuesta con poemas vibrantes de sensualidad y nos dice cómo tuvo la belleza entre los dedos. Los hundió. Perfume negro de cicatriz. Hay tanto color en sus poemas: el gris de la arena, el verde del horizonte y, sobre todo, el azul, el cielo azul que, como el mar, rodea a esa isla en la cual creció Odette y que seguramente veía bilabial y terminante como una palabra que nombra. Hay mucho fuego en los versos de Odette, y humo, humo azul que enrarece la mirada y hace “brillar el mar como un incendio”. Hay tanta música en los versos de Odette, el ritmo de una isla inagotable. Vuelve a sonar el tambor entre palabras: “Pasean en el parque los andantes / caliente el paso y calientes las bocas / que sedientas / persiguen el fragor de la cebada. / Sudan los cuerpos en frenética danza / y suda el mar sobre las pieles / sobre el cuero del tambor / sobre las manos callosas que lo tocan. / El néctar de sus labios vuelve a la tarde tibia”.
Decía Octavio Paz que los poemas eran la propia biografía del poeta, y entre las desnudas letras de Odette Alonso, conforme avanzamos en la lectura de De humo y miel, descubrimos sus orígenes y nos abre las puertas de la casa de su infancia, la casa familiar: “La guerra empezó ahí / tras la verja del patio de la abuela / en las tardes ardientes del verano. / Mezclábamos el aliento / escaso / en mesas que no tuvieron serpentinas / en copas que después ya nunca vimos. / Eran extrañas ciertas frutas en el trópico / hormigas en el muro sí / y lagartos verdecidos / lanzándonos preguntas sin respuesta”. La poesía se nutre de la vida y de la muerte, y está repleta de preguntas sin respuesta. Así como el amor siempre será la gran duda, como dice el verso de Gelman, “Se pasa de inocente a culpable en un segundo”. Así se pasa de la vida a la muerte, del amor al desamor, y la duda crece en las páginas de De humo y miel, como un latido de serpientes.
En este libro que podríamos pensar que sería un gordo tomo de 500 páginas por ser una compilación de 35 años de su poesía, sólo rebasa las 100, porque Odette decidió seleccionar sus poemas favoritos y entregar a la imprenta de la Universidad Autónoma del Estado de México, sólo una muestra, un botón que nos haga ir a buscar la prenda completa: una veintena de libros de poesía y narrativa que circulan algunos ya como libro de culto, como es el caso de su novela, Espejo de tres cuerpos, que leí en su primera edición en 2009.
En el tercer apartado, “Último recuerdo del país”, viajamos con Odette Alonso a la isla de su infancia, esa casa apeninsulada con puertas de mar que nos conducen a jardines de agua y sueños líquidos, porque todo en Cuba se desvanece como humo ante la mirada. Comenzamos a sentir la sutil conquista de sus palabras, un intercambio de experiencias entre poemas y lector, porque, como sentenció Borges, lo que le pasa a un individuo, le pasa a todos. En los versos de Odette, lo que no consume el fuego se lo lleva el agua. Entre las páginas de De humo y miel, nada está quieto, fluye todo como “la playa de la infancia”.
Sin embargo, todo lo que les he dicho sobre los tres primeros apartados de De humo y miel, es sólo un ensayo de lo que leeremos al final. La cuarta y última parte, titulada simplemente “Miel” y compartida con Paulina, no A Paulina como rezan las típicas dedicatorias. “Miel” es una declaración de intenciones, contiene poemas de otra naturaleza, una magistral andadura de versos madurados. Una lección de amor a prueba de tiempo y silencios. Con versos que superan la más primitiva envidia. ¿Quién no sueña encontrar el amor verdadero, el más grande y puro. Aquel que clarificamos como “el amor de mi vida”? Quienes conocemos a Odette, sabemos de los tumbos que ha dado y es en este último apartado donde nos revela cómo empezó el amor, que no sabía si era amor. Fue un martes mientras se amaban minuciosamente, bajo el fulgor del mediodía. O sería un lunes que por fin dejaron de ser forasteras y pararon de migrar de cama en cama, para concluir la búsqueda, la espera y pronunciar por fin la palabra “nosotras”.
Rodolfo Naró
Tequila, Jalisco, 1967. Su libro reciente de poesía es ‘Elegir el fuego’ (Planeta, 2023).
AQ