Miguel Ángel, el solitario universal

La guarida del viento

En la reclusión de su vida, pudo dejarnos una legión de ángeles, madonnas y dioses que siguen en movimiento.

Michelangelo di Lodovico Buonarroti Simoni, 1475-1564. (Especial)
Alonso Cueto
Ciudad de México /

Nunca un solitario tan recluido iba a ser amado por tantas personas. La vida del gran Miguel Ángel Buonarroti, que cumple cinco siglos y medio, siempre estuvo marcada por el aislamiento, ese espacio sin tiempo donde se iban fraguando las formas que hoy nos emocionan. El David, los cielos de la Capilla Sixtina, las diferentes Pietà. Esas imágenes y tantas otras son parte de nuestro aprendizaje del arte y de la vida. Solo un rostro hermético y potente como el suyo iba a poder albergar tantos otros rostros para la historia.

Nacido en la villa de Caprese en la Toscana, católico ferviente desde muy joven, Miguel Ángel se educó en la gran ciudad de la Florencia del Renacimiento. Aprendiz desde los trece años de Domenico Ghirlandao, gran pintor de frescos y retratos, también recibió una formación humanista de figuras como Marcilio Ficino y Pico della Mirandola. Protegido por los Medici, esculpe cuerpos impulsado por una energía secreta y sin pausa. A pesar de su fama y del poder de sus patrones, su vida cambia muy pronto. Debido a la influencia de Savonarola, los Medici son expulsados de Florencia. Miguel Ángel se va a Venecia y luego a Bolonia. En 1496 llega a Roma donde inicia un periodo de gran producción. Los lugares cambian pero la obsesión sigue su curso seguro. Impulsado por ella, continúa trabajando y produciendo, como desde un universo distante. Sus esculturas presentan cuerpos en rotación. Son figuras humanas, que han dejado atrás las caras inmóviles, coronadas con aureolas de la pintura medieval.

Una de sus primeras obras famosas es la Pietà, en la Basílica de San Pedro. El gesto de la Virgen en la escultura es a la vez sobrio y conmovedor. Otra es el espigado David realizado en 1504. El gran público lo sigue reconociendo. Estas figuras rompen con los confines del espacio. Están a punto de moverse siempre. En 1508, poco después de cumplir los treinta años, empieza con su proyecto más ambicioso. Cuando recibe el encargo de pintar los techos de la Capilla Sixtina, Miguel Ángel le pide al papa Julio II que los frescos abarquen los grandes temas. La creación, la caída del hombre, la genealogía de Cristo, Noé y su familia. Es la historia del ser humano y a la vez de individuos concretos.

Después de sus éxitos, Miguel Ángel sigue su vida de recluso, pensando siempre en la compañía de hombres de los cuales se enamora. Su disputa principal es con Rafael, otro genio. Se ampara en Vittoria Colona, una hermosa y solvente amiga a quien le escribe sonetos. Siente próxima la muerte.

Vive más que sus contemporáneos Leonardo y Rafael. Muere en Roma a los ochenta y ocho años, una edad desmesurada para su época. En la reclusión de su vida, pudo dejarnos una legión de ángeles, madonnas, dioses, esclavos que siguen en movimiento. Dedicó siempre algo de su tiempo a escribir poesía. En una de sus versos dijo: “Ni la pintura ni la escultura pueden ya calmar mi alma, dirigida ahora a ese divino amor que abrió sus brazos en la cruz para acogernos”.

AQ

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