Minerva Editorial, a la conquista de lo inalcanzable

Entrevista

Fundado por Santiago Hernández Zarauz y Alberto García Grillasca, el proyecto busca explorar formas poco convencionales de la creación de libros en México.

Alberto García y Santiago Hernández, fundadores de Mienrva Editorial. (Foto: Ángel Soto)
Ángel Soto
Ciudad de México /

En el Barrio Latino de París, un Michel de Montaigne de bronce adorna la plaza Paul Painlevé. Originalmente tallada en mármol, la obra del escultor Paul Landowski sirve como talismán a los estudiantes de La Sorbona que, religiosamente, cruzan la Rue des Écoles antes de un examen para frotar la zapatilla derecha del humanista francés en busca de buena fortuna. Le recuerdo esta anécdota a Santiago Hernández al terminar la entrevista en la que hablamos, entre otras cosas, de la publicación del libro que Montaigne redactó entre 1580 y 1581 después de un retiro voluntario en la torre de su castillo. El Diario de viaje a Italia por Suiza y Alemania es el debut de Minerva, la editorial que desde hace un año dirige junto a su socio, el diseñador Alberto García Grillasca.

“Tuve la oportunidad de ir a París cuando ya teníamos la idea de la editorial. Montaigne, este personaje místico, político, polifacético, culto, descarado, cínico de la lectura, nos había llamado la atención desde años antes. Es una analogía preciosa. Es frotar la lámpara mágica, a ver qué deseo se cumple”, confiesa el editor, con una sonrisa rebosante de entusiasmo.

Sin embargo, la decisión de arrancar un proyecto editorial con la publicación de un texto de Montaigne —también pieza inaugural de la colección Ínsula, que constará de cuadernos de viaje— obedece más a una declaración de principios que una superstición. Es, en un guiño al Quijote de Cervantes, “una promesa con los lectores; una promesa de diálogo literario, al mismo tiempo que se toca la realidad del ensayo”, apunta Santiago; Alberto remata: “una propuesta nueva para consolidar también la experiencia de la lectura”.

Esa experiencia se incuba en Casa Patricio, la sede de Minerva. Es un espacio luminoso de paredes blancas y techos altos ubicado en los linderos de la Colonia del Valle, que semanalmente se transforma en cineclub, pero también en galería de arte y sala de conciertos. Por sus habitaciones deambula Maya Perrilda, “que es mitad perro y mitad vaca. Así como hay libros-objeto, también puede haber perros-vaca”, sugiere Alberto con gesto tan sereno que casi hace pasar la broma por cierta. Precisamente eso, el libro-objeto, es una inquietud que palpita en el pecho de este par de emprendedores de las letras. “La pasión que tenemos por los libros se va a ver reflejada en todas las posibilidades que podamos explorar para crearlos. Y lo que pueda suceder en el intermedio va a ser fascinante: híbridos, libros-objeto, piezas de arte, experimentos. Eso es una de las ínsulas hacia donde nos está llevando este recorrido”.

"Queremos honrar el trabajo de mucha gente que ha estado antes de nosotros". (Foto: Ángel Soto)

En tiempos tan brumosos como los que vivimos, donde el auge de editoriales independientes es tan sorprendente como su tasa de mortandad infantil, fundar una empresa de estas características podría resultar una misión imposible. No obstante, para Santiago representa “una conquista de lo inalcanzable, una especie de Fitzcarraldo literario. Estar lejos de una zona de confort, lejos de la querencia, obliga a que uno se sumerja a fondo en lo que está haciendo”. Su compañero sentencia: “Tal vez es una misión imposible, pero eso lo convierte en un destino inevitable”.

Ambos conciben el oficio de editar como una forma de la amistad. Fue el intercambio de hallazgos literarios lo que forjó su relación y se transformó “la semilla de esta empresa”.

                  —Aunque es un proyecto editorial enamorado del libro, también es una empresa. Hay una parte que hay que cuidar, empezando por las finanzas. Entonces, implica también resignificar la amistad para bien —comenta Santiago, dirigiéndose a su colega.

                  —Es poner en práctica valores y tratar de predicar con el ejemplo a las generaciones jóvenes que nos siguen —agrega Alberto, olvidándose por un momento de mi presencia—. Nosotros como los hermanos mayores de nuestra comunidad de mafia artística, tenemos que ir marcando el paso con la iniciativa de la empresa de la gestión cultural y de los proyectos.

                  —Y, al mismo tiempo, aprender de padrinos y madrinas, escuchando su experiencia…

Y es que Minerva goza de la cercanía de grandes editores de trayectoria encomiable: Diego García Elío (El equilibrista), Gonzalo García Barcha (El Equilibrista, Blacamán), Gerardo Villadelángel (La Jaula Abierta, FCE), Guillermo Quijas (Almadía), los hermanos Diego y Eduardo Rabasa (Sexto Piso). Por eso, en su labor diaria, el equipo de Minerva procura celebrar la labor de editores, diseñadores y artistas. “Sobre todo, ser respetuosos y honrar el trabajo de mucha gente que ha estado antes de nosotros”.


Milagritos escondidos

Precisamente de uno de esos mentores, Gonzalo García Barcha, proviene uno de los mayores orgullos de la editorial: la tipografía Enrico, bautizada con el nombre españolizado del cosmógrafo e ingeniero hidráulico Heinrich Martin, quien se ha afincado en la historia de la imprenta como uno de los primeros diseñadores de tipos en América.

“Gonzalo es un tipógrafo de primer nivel que se hizo cargo de la increíble tarea de revisar y restaurar esta tipografía a finales del siglo pasado —cuenta Alberto con creciente excitación—. Enrico es una tipografía bellísima que está calculada para leer textos de literatura de la mejor forma posible”.

“Además nos brinda una voz”, señala Santiago. “Tiene detalles en su anatomía que representan también la posibilidad del deleite en la experiencia de la lectura. En ese sentido, todo juega dentro de lo que estamos proponiendo: la tipografía, la caja, las medidas del libro, que están pensadas en proporción áurea, en los ornamentos gráficos… nos gusta pensar que hay milagritos escondidos. Hay ciertos detalles que son una conversación íntima con el lector”.

Hincha merengue, Santiago abraza la edición como una pasión compartida, un esfuerzo de equipo que se contagia. “Somos de la idea de que si no se trabaja en equipo, en realidad uno se está encerrando. El Montaigne fue un saque sumamente complicado y no deja de ser un ejercicio muy valiente hacer un libro así con las herramientas que teníamos a nuestro alrededor”.

Alberto opta por una analogía deportiva distinta, pero igualmente rotunda: “En los libros, el pugilista es el libro y el equipo somos nosotros. Estamos muy interesados en proponer a la gente experiencias aumentadas, profundizadas, de lectura. Ese va a ser nuestro laboratorio de experimentación. Ahí va a estar nuestro examen, en el lector”.

Santiago Hernández Zarauz es editor y estudió Relaciones Internacionales en la Universidad Iberoamericana. (Foto: Ángel Soto)
Alberto García Grillasca es artista, diseñador y editor, además de submarinista certificado por la Confederación Mundial de Actividades Subacuáticas. (Foto: Ángel Soto)

ÁSS

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