Resulta evidente que Joaquin Phoenix es un gran actor por el modo en que ha sabido apoyarse y replicar a sus compañeros en la pantalla. Habiendo revisado su filmografía, uno encuentra que Phoenix tiene siempre el peso que tiene, pues de modo casi providencial está rodeado siempre de extraordinarios actores a quienes ayuda (y de los que se ayuda) para brillar.
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¿Qué sería de Joker —dirigida en 2019 por Todd Phillips— sin el conocido duelo de actuación en que enfrentó a Robert de Niro? Y llevando el recuerdo atrás, ¿qué hubiese sido de Cómodo, el rabioso emperador, si no hubiese tenido que enfrentar en la arena del circo romano a Russell Crowe en Gladiador, dirigida por Ridley Scott en el 2000?
La oposición, en el arte del cine, adquiere especial significación cuando sucede en ámbitos más próximos a lo específicamente humano. El amor, por ejemplo. La voz de Scarlett Johansson en Ella, dirigida por Spike Jonze en el 2013, era todo lo que Joaquin Phoenix necesitaba para ofrecer el inquietante retrato de un hombre que cae rendido de amor ante un sistema operativo.
Y hay más. Phoenix en cada una de estas películas es siempre una persona distinta. Es un artista que realmente sabe encarnar personajes diversos con los que juega con eso que llaman los actores “pozo de los recuerdos”, el material emotivo con el que recrea la ficción: su niño interior. Justo por eso, de todas las películas de este actor, tal vez la más representativa sea C’mon, c’mon, siempre adelante, dirigida por Mike Mills en 2021 y disponible por Amazon Prime. Es la primera vez que Phoenix se bate en duelo histriónico con un niño así. El resultado es espectacular.
Jesse tiene ocho años. Es una mezcla rara de genio y loco a quien el tío Johnny, interpretado por Phoenix, tiene que cuidar. Gracias al montaje y al magnífico guion de Mills, uno va entendiendo poco a poco que la locura de Jesse, el niño, tiene origen en un padre bipolar. Pero, además, también va haciéndose evidente que Joaquin Phoenix, en C’mon, c’mon, está teniendo que interpretar a su director.
El guion de Mike Mills está escrito prácticamente en primera persona. En efecto, el tío a cargo del pequeño que resulta, al mismo tiempo, tan encantador como insoportable es, como Mills, documentalista.
La película tiene varios momentos que han sido filmados como si fuese un documental. Mucho se podría decir del modo en que el realizador juega aquí con el límite entre realidad y cine, entre documental y ficción, pero la verdad es que lo mejor de la película es que resulta clásica en el mejor sentido de la palabra. La fotografía, en blanco y negro, recuerda el gran cine del Hollywood de los años de 1970.
C’mon, c’mon es arte que parece haber recuperado una emotividad que el cine de hoy perdió en alguna parte. Y uno se conmueve. Y lo agradece. El encuentro entre Joaquin Phoenix y el niño Woody Norman ofrece momentos que recuerdan a Luna de papel, dirigida en 1973 por Peter Bogdanovich, o Kramer vs Kramer, dirigida por Robert Benton en 1979.
Un niño un poco enloquecido se tiende en el suelo para escuchar a todo volumen una cantata de Bach, la madre lo ha abandonado, aparece el tío Johnny, le pide que baje el volumen, comienza la lucha entre los dos actores, una suerte de danza de miradas y réplicas y contra réplicas en las que Mike Mills y sus actores han conseguido producir el retrato de algo que, a todos nosotros, habitantes de este siglo extraño, nos preocupa y nos enternece también: la infancia.
C’mon C’mon
Mike Mills | Estados Unidos | 2021