Mudanzas | Por Liliana Chávez

Viajar sola

Al llegar a Berlín, una joven mexicana del siglo XXI se identifica con la protagonista española de un libro de 1945. Aunque lo había leído hace años, vivir la experiencia correcta le dio otro significado.

"Porque el lugar desde el cual se escribe, ahora lo comprendo, no siempre es el mismo desde el cual se vive".
Liliana Chávez
Ciudad de México /

Con esta columna, damos la bienvenida a la especialista en literatura latinoamericana de los siglos XX y XXI, doctora en Literatura Hispánica por la Universidad de Cambridge e infatigable viajera.

Hay libros que solo nos hacen sentido mucho tiempo después de haberlos leído, como si esperaran a que algún momento en nuestra vida conecte con ese espacio en la memoria donde de ellos guardamos sin saber una escena, una palabra, una emoción que solo ahora, gracias a la experiencia compartida, finalmente nos pertenece. Eso me pasó cuando llegué a Berlín este verano mientras abría con fuerza esas puertas del reluciente aeropuerto de Brandemburgo que real y metafóricamente eran la frontera entre mi pasado reciente en México como repatriada sobrecalificada y el futuro que me esperaba en Alemania como inmigrante calificada. Tratando de maniobrar con el carrito que contenía lo que de mi vida pasada pudo caber en tres maletas y 50 kilos solo podía pensar en una de las escenas iniciales de Nada, la novela de 1945 de la española Carmen Laforet: Andrea, la narradora-protagonista y alter-ego de la autora, llega a la estación de trenes en Barcelona, también cargando sola sus pesadas maletas, y su enfrentamiento con la gran ciudad la obnubila. Evidentemente los casos son apenas remotamente comparables: mientras que a Andrea la recibió el cálido viento salado del Mediterráneo, a mí me recibió el gélido viento que imaginé bajaba de los Alpes solo para golpearme en la cara; ella llegó a Barcelona para estudiar una licenciatura y yo ya voy en mi segundo postdoctorado (aunque también en Letras), pero sobre todo, a diferencia de Andrea, para mí no era mi primera vez en Berlín, ni siquiera la primera vez que iba a vivir sola lejos de casa (lo que sea que “casa” signifique) y afortunadamente una mujer en mis tiempos puede llegar sola a una ciudad europea a medianoche y no sentir el miedo de la vulnerable narradora autorreferencial de Laforet (aunque confieso que, como mujer educada para sobrevivir en países misóginos, sí sentí temor cuando el uber en que iba se alejó del aeropuerto, mi celular mexicano perdió conexión a internet y solo me quedó confiar en que el chofer que solo hablaba idiomas que yo desconocía me llevaría a donde el mapa de la aplicación le indicaba). And yet Laforet me acompañó tanto en el trayecto que cuando llegué al hotel familiar en decadencia que había reservado para mi cuarentena ya no podía evitar identificar similitudes entre ese edificio decimonónico en el barrio de Charlottenburg con el de la casa de la abuela de Andrea en la calle de Aribau en el barrio del Eixample (ahora que lo pienso no es tan descabellada la comparación: ambos han sido históricamente barrios burgueses que sobrevivieron a guerras, lugares decentes y seguros para mujeres que viajan y viven solas). Fue justo en ese momento de mi arribo a la ciudad donde planeo vivir al menos por los próximos dos años que esa escena de Nada cobró profundo sentido para mí, y no al leerla por obligación en mi clase de introducción a la literatura española en la Universidad de Sonora, cuando yo, entonces sí como Andrea, era una estudiante de licenciatura en Letras, pero nunca había dejado ni la ciudad donde nací. Quizá tenía que ser ahora que, como en el poema de Elizabeth Bishop (“One Art”), he empezado a dominar el arte de perder algo, alguien, en cada desplazamiento, cuando puedo releer no solo a Laforet sino al mundo. Porque el lugar desde el cual se escribe, ahora lo comprendo, no siempre es el mismo desde el cual se vive, pero sí es el lugar, para algun@s el único, capaz de archivar las experiencias que valoramos. Y he aquí, caro lector, que yo ya no te escribo ni siquiera desde la que fui ese verano en que me sentí anacrónicamente atrapada en una novela modernista española, sino desde esta otra que soy a casi cuatro meses de empezar a re-crear mi hogar en Mitte, el barrio berlinés a la mitad, en el medio, en la borderland como diría Gloria Anzaldúa, en donde en este momento observo, desde mi ventana de este altbau, las hojas otoñales de un viejo tilo cayendo mojadas de lluvia sobre la calle empedrada.


Liliana Chávez. Investigadora asociada /Alexander von Humboldt Research Fellow. Autora de Viajar sola (Universidad de Barcelona, 2021).

AQ

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