La crítica, los distribuidores y el público no recibieron bien el debut cinematográfico de Virginie Despentes con la adaptación de Baise–moi, su primera novela, por más que los pocos entusiastas de esa road movie rebosante de sexo, violencia y sangre la promovieran como la “versión hardcore” de Thelma & Louise de Ridley Scott.
Era el año 2000. Despentes se asoció con la actriz porno Coralie Trinh Thi para el guion y la dirección, y no solo por respeto a la novela en que dos mujeres purgan sus amargas experiencias de violación y duelo con crímenes siniestros, sino porque tanto Despentes como Trinh Thi aborrecen la hipocresía de lo políticamente correcto, decidieron no rehuir a las escenas de sexo explícito ni a la recreación puntual de los asesinatos, salvo un episodio que incluye el libro, en el que Manu y Nadine matan a un niño. Sobre esto, Trinh Thi aclaró que si no lo filmaron no fue por autocensura sino porque, en primer lugar, ni Raffaëlla Anderson ni Karen Lancaume habrían aceptado interpretar un hecho abominable, y en segundo, porque ningún matrimonio aceptaría exponer a su hijo de tres años a ese tipo de performance.
Baise–moi, traducida al español como Fóllame (literal del francés), colocó a Virginie Despentes como una de las narradoras más rudas, sinceras, del finales del siglo XX. En su obra, la marginalidad, la explotación, la misoginia, el hostigamiento social y la condena moral y religiosa llevan a sus personajes al abismo, y ellas se arrojan sin paracaídas. Son fuertes. Atrevidas. Desencantadas. Su bravura no tiene límites, y es por eso que algunos las consideran mujeres malas.
De ese talante, aunque no con la misma vena de Despentes, últimamente se estrenaron películas de feminidad extrema que intentan reflexionar sobre la maldad gratuita y la perversidad en estado puro. El club del odio (Beth de Araújo, 2022), en que una maestra de primaria de ultraderecha con todos sus atributos (racista, xenófoba, clasista, con delirios de supremacía blanca y resentida), crea una asociación para erradicar a los migrantes y consigue destruir, al menos, a dos hermanas con las que tenía una vieja rencilla.
Strange Darling (JT Mollner, 2023), un relato en seis capítulos no lineales, sobre el último itinerario de la temida Electric Lady. Escrita por Mollner y con fotografía de Giovanni Ribisi, la asesina serial de Strange Darling es más astuta y cruel que la Aileen Wuornos que Charlize Theron encarnó en Monster de Patty Jenkins, pues su coartada es mostrarse vulnerable en un mundo, según ella, plagado de acosadores y feminicidas.
La chica de la aguja (Magnus von Horn) y El baño del diablo (Severine Fiala y Veronica Franz), ambas de 2024, son dos piezas que se distinguen de los ejemplos anteriores. En la primera, una proletaria entrega a su hija recién nacida a una mujer que dirige una agencia clandestina de adopción. Con el tiempo, entabla una sólida amistad con esa señora que supuestamente le dio un hogar a su bebé, pero la relación se torna catastrófica al descubrir que no hay familias adoptivas ni rastros de los infantes que le entregaron pues, firme y altruista, la dama únicamente desaparece a las criaturas en el desagüe de un sucio callejón.
El baño del diablo cruza la misma línea. En una villa austriaca del siglo XVIII, una mujer es decapitada por matar a un bebé. El hecho le provoca a Agnes una ansiedad constante. Se percibe como la sombra de esa pérfida asesina, por lo que visita a cada tanto el patíbulo en que se pudre el cuerpo sin cabeza.
Sin embargo, Agnes no está confundida. Su congoja es verdadera. Desea morir pero el suicidio es un pecado, su alma puede transitar hacia el averno sin escalas. Por tanto, la salvación es cometer el mismo crimen para que sean otros los que la arranquen de este mundo, y la absolución la libere en la otra vida de su triste fama de mujer mala.
AQ