El Whitney Museum, de la ciudad de Nueva York, inauguró en febrero Vida Americana: Mexican Muralists Remake American Art, 1925-1945. Curada por Barbara Haskell, propone un giro al recuperar y homenajear la influencia del arte mexicano en el arte estadunidense en cuanto a estilo, tema e ideología; una huella que se extendió a la técnica y gestualidad, como se observa en el trabajo de Jackson Pollock, tan expresiva como el de José Clemente Orozco y tan telúrica como la de su maestro David Alfaro Siqueiros.
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Si bien por la emergencia global del Covid-19 los museos han cerrado sus puertas, esta muestra (integrada por 200 obras de 60 artistas mexicanos y norteamericanos) se puede visitar virtualmente aquí. Como si fueran salas, se presentan ocho líneas temáticas que muestran un diálogo entre los tres grandes —José Clemente Orozco (Los zapatistas), Diego Rivera (Festival de las flores, festividad de Santa Anita) y Siqueiros (Resurrección)— y artistas norteamericanos como Marion Greenwood (Obrero de la construcción, estudio para mural para el edificio comunitario Red Hook, en Brooklyn), Aaron Douglas (Aspiración), Philip Evergood (Tragedia americana), Philip Guston (Bombardeo), Thelma Johnson Streat, (El Negro en la vida profesional), Joe Jones (Nosotros demandamos), Jacob Lawrence (Panel 3 de la serie La migración) o Isamu Noguchi (murales en el mercado Abelardo Rodríguez en la Ciudad de México), por mencionar algunos.
Asimismo, está presente la originalidad de otros mexicanos como Frida Kahlo, María Izquierdo, Alfredo Ramos Martínez (Vendedora de alcatraces), Miguel Covarrubias, Rufino Tamayo, sobresaliendo la inclusión del escultor guanajuatense Mardonio Magaña, cuyo hacer también impactó en la formación de muchos artistas norteamericanos, quienes se sintieron seducidos por el atrevimiento formal y temático, así como la acción política de un hacer arte totalmente distinto al modernismo europeo y a la Escuela de París.
No sólo resultaba explosivo el enfoque ideológico, sino que el muralismo proponía un vocabulario pictórico que renovaba la técnica del fresco, exhibiendo destreza, conocimiento y urgencia de experimentación (hay un apartado dedicado al taller de Siqueiros). Esta osadía hipnotizó a los jóvenes artistas norteamericanos que deseaban importar, entre otras cosas, la entonces novedosa relación entre el arte y el público.
Videos, audioguías y ensayos complementan aquello que declarara Edward Weston: “México está en boca de todos”.
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