Museo de las palabras

Toscanadas

"No hay mejor museo que el lenguaje legal" señala con ironía David Toscana al encarar las declaraciones patrimoniales de los funcionarios públicos

La historia de las palabras puede decir mucho de quienes las ocupan
David Toscana
Ciudad de México /

Como en cada sexenio, confirmamos que a los funcionarios les gusta comprar propiedades en Estados Unidos, sobre todo en Houston, Los Ángeles y Miami. Entre esas opciones, Houston es la más aburrida. Los supuestos edificios de lujo parecen hospitales, tienen esos techos bajos que agobiaban a Dostoyevski, se amueblan con monotonía gringa y se dotan con espantosos tapetes. Pero es una ciudad para hacer compras de lujo, tiene más de un National Bank y es sitio al que se puede volar de emergencia en caso de tener apuros legales. Es el destino internacional con mayor flujo de pasajeros desde México, así es que aun a última hora se puede conseguir un billete de avión.

Pero dado que éste es un suplemento cultural, lo que debe llamarme la atención en las amañadas declaraciones patrimoniales no son los números sino las letras. Por ejemplo: me intrigaba que el género hiciera cambiar tanto el significado de patrimonio y matrimonio, y entonces me pregunté por qué una unión que tradicionalmente se realizaba entre hombre y mujer tenía la raíz de madre. Lo aclara uno de aquellos diccionarios del pasado en que solían explicarse las cosas: “Llámase Matrimonio del nombre Madre, por las mayores fatigas con que concurre la mugér à la propagación de la especie”.

La palabra patrimonio tiene un origen obvio, pues siendo el hombre quien poseía todos los bienes, estaba en posición, como padre, de heredarlo a los hijos. Si bien, yo no tuve padre que conociera, y solo mi madre me legó una herencia que reunió con su trabajo. Así, una feminista habría de llamarle matrimonio, pero yo estoy bien con las tradiciones que le dieron nombre a las cosas y prefiero pensar que las madres también legan patrimonios.

Otros vocablos singulares en esas declaraciones corresponden a los bienes muebles e inmuebles. En el caso del sustantivo, podemos acordar que una posesión material suele ser algo bueno: un bien. En cambio, el adjetivo lo hemos desarraigado en buena medida y la idea de movilidad o falta de ella la expresamos con “móvil” o “inmóvil”. Aunque no sería errado llamarle a un haragán al estilo Oblómov “mal inmueble”. Va pasando de moda llamarle mueble al automóvil, pero supongo que si éste se hubiese inventado un par de siglos antes le llamaríamos el automueble; y en cambio, si apenas hoy pensáramos en los bienes raíces, les llamaríamos bienes inamovibles.

También vemos en estas declaraciones “ingreso neto”, y este adjetivo viene de “nítido”. Y hay más tela de donde cortar, pero no tendré espacio para hablar a mi gusto de cuestiones etimológicas. Mas quien se interese por el pasado de las palabras, podrá encontrar el mejor de los museos en el lenguaje legal.


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