Le dedico mi silencio es una novela escrita desde la intimidad con el Perú. La búsqueda que hace Toño Azpilcueta está alentada por una convicción: los peruanos podrán construir una sociedad reconciliada solo en una base firme: el reconocimiento de la música y el arte popular. El vals criollo, la huachafería (que puede definirse como un barroquismo verbal de los sentimientos), la solidaridad y la ternura, pueden ser claves de la identidad y señales de un posible futuro. La esperanza de Azpilcueta, su convicción “a rajatabla”, está sin embargo amenazada por las pesadillas que tiene con las ratas, siempre presentes.
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Toño Azpilicueta pertenece a la antigua raza de los utopistas en las obras de Vargas Llosa. Sus compañeros son Roger Casement, Flora Tristán, Pantaleón. Creer en la utopía, formar una versión del mundo basada en la esperanza colectiva, siempre ha animado a los personajes de Vargas Llosa, una huella de su formación en los años cincuenta. La convicción del protagonista tiene pruebas tangibles. Sus amigos Toni y Lala, que vienen de clases sociales muy distintas, sostienen un matrimonio feliz de muchos años.
Azpilicueta sabe que quien mejor interpretó esa dimensión redentora de la música peruana es un guitarrista solitario y extraño, Lalo Molfino. La novela es por lo tanto, la historia de un periodista buscando el secreto de Molfino, un heraldo del arte como factor social. El editor Antenor Cabada lo define en la página 247: “Nunca me imaginé que creyera de verdad en eso. Que la música criolla fuera un factor de unidad, en un país donde hay tantas distancias sociales y económicas”. Pero Azpilcueta tiene una idea de la función del arte similar a la que tiene Vargas Llosa: que puede verdaderamente revelar y transformar a la sociedad. Otro elemento que reaparece es el del escritor como buscador de utopías. Al igual que Pedro Camacho, Toño sabe que el arte ofrece todo aquello que la realidad parece negarnos.
Azpilcueta es un personaje atractivo, vulnerable, obsesivo, capaz de las idealizaciones más hermosas y de las pesadillas más terribles. Si Azpilcueta es el personaje público, que escribe un libro, Molfino es el artista secreto que moldea su arte lejos de la sociedad. Ambos son representativos de la idea del escritor que tiene Vargas Llosa.
“Le dedico mi silencio”, frase que Azpilcueta usa en la novela para declarar su amor a la cantante Cecilia Barraza, alterna las aventuras del protagonista y los capítulos que forman parte del libro que escribe. Ambos registros se dirigen a un mismo fin. La capacidad de ternura y de solidaridad que se trasluce en las letras huachafas de los valses es precisamente un valor social que podrá salvar al Perú.
Si bien la esperanza de Azpilcueta en el futuro del Perú se va a resolver en una apuesta melancólica en el maravilloso capítulo final, este es uno de los libros más optimistas de Vargas Llosa. El libro es un retorno al valor que pueden tener los ideales en la vida de cualquiera de nosotros. Un canto de amor a la utopía como forma de vida.
AQ